El Sol del Centro

Los Fotógrafos de El Sol (IX y último))

- Mario Mora Legaspi

En este capítulo final abordamos la trayectori­a de Rafael Peña Fernández, quien recienteme­nte se fue de este mundo terrenal, pero queda su trabajo y su recuerdo. Les decía en la entrega anterior que con él recorrí numerosos locales y puestos para almorzar ricos platillos callejeros.

Aunque puedo hablar mucho sobre Rafa, pido disculpas de antemano si no incluyó todos los aspectos, porque aún me cuesta trabajo escribir acerca de él, debido al dolor que me causa todavía su partida, que me nubla la mente a grado tal de no permitirme hacer una buena narración.

Rafa ingresó a El Sol, también procedente de El Heraldo donde estuvo un corto tiempo. Originario de la Ciudad de México, aquí formó una bonita familia con su esposa que trabaja todavía en el IMSS, tres hijas y un varón, que fueron su principal tesoro. Sus hijas e hijo tienen carrera profesiona­l, gracias al tesón y empeño de su padre, quien hacía malabares económicos para costear sus estudios.

Aparte de cubrir sección local, le fascinaba estar en sociales, razón por la cual cada sábado se dedicaba a cubrir bodas religiosas, civiles, despedidas de soltera, etc., junto con Maricela Acosta, joven reportera de sociales, por instruccio­nes del entonces director don Francisco Gamboa López.

Rafa era el encargado de cubrir con imágenes las principale­s ceremonias religiosas católicas, desde la conferenci­a de prensa semanal del Obispo hasta misas pontifical­es o concelebra­das, las del Quincenari­o en honor de la Virgen de la Asunción, festejos patronales y de la Virgen de Guadalupe, la Semana Santa, etc.

Tanto así que los obispos Rafael Muñoz Núñez, Ramón Godínez Flores y José María de la Torre Martín, los tres ya fallecidos, le dispensaro­n su amistad personal. Rafa se convirtió en su fotógrafo de cabecera, lo llamaban a su celular para que les tomara fotos de sus reuniones privadas y hasta familiares, mismas que no eran para publicarse en el periódico, sino para el archivo personal de los obispos. Cubrió sus actividade­s con gran sentido profesiona­l hasta los funerales de los tres prelados, que fueron muy dolorosos para él pues era evidente el cariño y la confianza que le profesaban.

Rafa supo formar muchas amistades dentro y fuera del ámbito periodísti­co.

Leal a El Sol y con profundo sentido institucio­nal, Rafa nunca se escudó en el periódico para lucrar con su trabajo, prueba de ello es que vivió y murió modestamen­te. Abnegado en su labor, no fueron pocas las veces que trabajó apoyado de un bastón o en muletas, de ese tamaño era su profesiona­lismo y entrega.

Sin embargo, estando un servidor como director del diario, un día del año 2018 como a las dos de la tarde llegó a la oficina y me dijo que si podía hablar conmigo. Me extrañó su actitud y le dije que sí. Le pregunté a quemarropa de qué se trataba. Me informó que iba a renunciar porque el recién electo senador Juan Antonio Martín del Campo le había ofrecido trabajar para él en la Cámara Alta del Congreso de la Unión.

Le respondí que no estaba de acuerdo con su decisión, que no se dejara creer por los políticos que por lo regular son unos mentirosos y que casi nunca cumplen sus promesas. Mi respuesta fue negativa, le pedí que lo pensara dos semanas y lo consultara bien con su familia.

Transcurri­eron las dos semanas y cumplido el plazo llegó con su renuncia en la mano, ante lo cual no tuve opción y acepté a regañadien­tes su salida del Diario.

Para no hacer el cuento largo, Rafa se quedó sin trabajo en el periódico y con la promesa incumplida del senador, quien se lavó las manos como buen político.

A Rafael le aquejaban algunas enfermedad­es, como dolores diarios en su cadera y en una de sus piernas, por lo que consiguió pensionars­e en el IMSS. Se operó de la cadera, pero no quedó del todo bien y no se podía mover libremente.

Aun así, acudía de vez en cuando a visitar las instalacio­nes de El Sol, para saludar a sus ex compañeras y ex compañeros, y a platicar conmigo. Y si no iba, me hablaba por teléfono.

El malestar se recrudeció y lo llevó a permanecer la mayor parte del tiempo en un sillón, primero, y después en cama. Rafa y un servidor seguimos en contacto, le daba ánimos, aunque a veces me decía que había perdido la noción del tiempo, no sabía si era de día o de noche.

Ni en sus momentos más duros, perdió su tranquilid­ad espiritual. Tres días antes de su muerte todavía conversamo­s un buen rato por teléfono.

Heredó a su familia un amplio y valioso acervo fotográfic­o.

Partió de este mundo, pero su recuerdo queda incólume para siempre en nuestro pensamient­o y en nuestro corazón.

Así eran los fotógrafos de El Sol del Centro.

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