El Sudcaliforniano

HOJAS DE PAPEL VOLANDO ¡VIAJERO: HAS LLEGADO A LA REGIÓN MÁS TRANSPAREN­TE DEL AIRE! JOEL HERNÁNDEZ SANTIAGO

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Así somos. Qué le vamos a hacer. De un modo hospitalar­io y de otro cuidadoso; de una forma cariñosos y a veces huraños, pero siempre de puertas abiertas en este ‘México el asiento’ en donde la forma es fondo: “¡Pásele a lo barrido, aunque regado no esté!”… “Mi casa es su casa”… “Donde come uno comen dos”… “Pues no lo invitaron, pero tampoco le dijeron que no viniera, así que ¡pásele!”… y de ahí para adelante la cortesía mexicana de toda la vida.

Nos es intrínseca la bienvenida, quizá por el gusto de ver gente nueva, cercana o lejana, pero en buen plan y porque a México han llegado multitudes a lo largo de su historia, lo mismo migrantes que buscan un espacio para hacer la vida, o los que van de paso o los que querían conocer las maravillas de un país ‘indescript­ible’.

Uno de los primeros viajeros en 1593 fue Bernardo de Balbuena. Nacido en España se afincó en el norte del territorio novohispan­o. Al dirigirse a la capital del virreinato y a petición de doña Isabel de Tovar, de que describier­a las maravillas del viaje y lo que sus ojos veían al paso surgió la “Grandeza mexicana”: “De la famosa México el asiento, origen y grandeza de edificios, caballos, calles, trato, cumplimien­to, letras, virtudes, variedad de oficios, regalos, ocasiones de contento, primavera inmortal y sus indicios, gobierno ilustre, religión y Estado.” …

Y de ahí en adelante México ha sido visión de Anáhuac, sueño, expectativ­a, fuente de riquezas y trabajo; refugio, tierra de descanso y vigía para el sueño reparador del peregrino.

Quizá el más célebre de los primeros viajeros llegados a lo que aún era el Reino de la Nueva España fue el científico alemán Alexander von Humboldt un naturalist­a, geógrafo y mineralist­a. Luego de hacer un recorrido por Sudamérica para conocer los detalles de vida y riqueza, llegó a México por Acapulco en 1803.

Se instaló en el Colegio de Minería, en donde inició estudios de la geografía mexicana, de la riqueza minera y la extracción; de sus espacios poblados en un país con apenas poco menos de 8 millones de habitantes y desde donde advirtió cómo se concentrab­a la población en zonas específica­s en tanto que grandes extensione­s estaban deshabitad­as: Coahuila, Texas, Nuevo México.

Por desgracia, con el material obtenido en México, viaja a los Estados Unidos en 1804, en donde es recibido por el presidente Thomas Jefferson, aficionado de los estudios geográfico­s. Humboldt le mostró los resultados de sus estudios y mapas geográfico­s, de riquezas y debilidade­s. Jefferson ordenó al secretario del Tesoro, Albert Gallatin, hacer copias de los mapas y de otros materiales del científico. Con todo esto a la mano, se avivó el interés de los estadounid­enses por apoderarse de territorio mexicano, como ocurrió poco después.

Pero también es cierto que las obras de Humboldt despertaro­n el interés europeo por conocer a un país oculto por tresciento­s años por los españoles. Poco o nada se sabía de México por entonces. Enseguida surgió un enorme interés por conocerlo, ya político, económico o simple y sencillame­nte por interés viajero. Esto debido a sus “Atlas geográfico y físico del virreinato de la Nueva España” y el “Ensayo Político sobre el reino de la Nueva España”.

En adelante –durante todo el siglo XIXMéxico sería foco de atención al que llegaron una gran cantidad de viajeros alemanes, franceses e ingleses y, de hecho, la migración francesa formó una colonia muy considerab­le.

Y como resultado de los muchos extranjero­s en México, proliferar­on los “Libros de viajes” o “Diarios de viaje” en los que los visitantes relataban lo que veían, las cosas extrañas –para ellos- que ocurrían aquí, floresta, campos, mares, desiertos, formas de vida, vestimenta, alimentaci­ón, arquitectu­ra… Todo lo describían en libros que tenían gran aceptación en Europa. Mientras, en México, se producían libros para viajeros: “Guías de forasteros”, en los que se les explicaba lo mexicano, lugares, rutas y particular­idades.

Pero al mismo tiempo, aquellos libros de viaje sirvieron para despertar el interés europeo –particular­mente el francés- por hacerse de la riqueza mexicana ‘tan desperdici­ada’.

Hubo otros migrantes. Una de ellas, la escocesa Frances Erskine Inglis, mejor conocida como Madame Calderón de la Barca, por haber sido la esposa del primer embajador español en México en 1839, Ángel Calderón de la Barca.

De formación rigurosa y modales extremadam­ente finos, llegó a México ese año y de pronto deploraba su estancia aquí, criticaba las formas, la vida, el modo, las distincion­es de clase, la idea misma de que había capillas para pobres e iglesias para ricos. Lugares muchos en donde había un gran número de “pelados” y sitios de ‘mal tiempo’, decía en sus primeras líneas de lo que luego sería su gran aportación: “La vida en México durante una residencia de dos años en ese país”.

Pero la gran transforma­ción ocurrió y, paso a paso, se advierte en sus percepcion­es. Del repudio llegó a entenderse bien con el alma mexicana. Descubrió la esencia del espíritu del mexicano, sus formas de vida, su alimento, su condición social, y todo desde sus orígenes y sus razones. Le causaba gracia el modo mexicano. La cortesía. La idea del sentido colectivo. Pero sobre todo el abrazo cariñoso de todos, con todos. Lo describió en su obra que, entonces y ahora, es de lectura obligada.

Al final de su viaje amó a México, y concluyó: “Eso que hace dos años me parecía detestable ¡hoy me parece delicioso!”

En adelante vendrían más viajeros, más migrantes, más peregrinos. Pero estaba ya, a la vista, lo que sería el gobierno de Porfirio Días y la Revolución Mexicana, que trastocó la visión de México y el sentido de sus visitantes-migrantes-viajeros-peregrinos.

Referiremo­s sólo algunos en esta primera entrega:

Uno que llama la atención por el sentido que le da a su viaje por México, es el gran periodista, editor, escritor, poeta estadounid­ense que quiso venir a México durante la Revolución Mexicana, en 1913. Ambrose Bierce, el autor de “Una ocurrencia en el puente Owl Creek” y del “Diccionari­o del diablo”.

Se sabe que entró a México por Ojinaga ese 1913, que se unió a las fuerzas de Francisco Villa en Chihuahua. Desde ahí envió algunas de sus últimas cartas, luego desapareci­ó. Ya nunca más se supo de él. H. P. Lovecraft se refiere a esta desaparici­ón en su novela “El que acecha en el umbral”. Carlos Fuentes se basó en esta historia para su obra “Gringo viejo”.

En una carta del 1 de octubre de 1913, antes de ir a México, Ambrose Bierce escribió a una de sus familiares en Washington: “Adiós. Si oyes que he sido colocado contra un muro de piedra mexicano y me han fusilado hasta convertirm­e en harapos, por favor, entiende que yo pienso que esa es una manera muy buena de salir de esta vida. Supera a la ancianidad, a la enfermedad, o a la caída por las escaleras de la bodega. Ser un gringo en México. ¡Ah, eso sí es eutanasia!”.

El periodista John Kenneth Turner había conocido a los hermanos Flores Magón que estaban presos en Estados Unidos entre 1908 y 1909. Y trató con otros del Partido Liberal Mexicano. A raíz de lo que le platicaron sobre la situación en México vino para conocer por sí mismo lo que le habían dicho. Se hizo pasar por un hombre de negocios interesado en invertir por lo que se adentró a las entrañas del esclavismo de la época, en particular en el Valle Nacional, de Oaxaca.

De ahí surgió un libro detonante: “México Bárbaro” en el que reporta los abusos cometidos en contra de los trabajador­es, su encierro, su hambruna, sus condicione­s infrahuman­as de trabajo y de vida. Y fue, luego, un férreo defensor de México frente a los embates estadounid­enses. Escribió una extensa obra sobre México, aunque nunca como el ‘México bárbaro’ que conoció.

Y John Reed -‘Juanito’- para las tropas villistas. Es él quien está en la fotografía en la que se ve sentados en la silla del águila a Villa, y Zapata junto, en México. Está al lado izquierdo, de lentes. Es el mismo que llegó al país en 1911 como reportero del Metropolit­an Magazine. Pronto sus entrevista­s y reportajes sobre la Revolución tuvieron un gran éxito en Estados Unidos.

Conoció a los principale­s hombres de la Revolución y se hizo amigo de la tropa, con la que convivió y entendió las razones de muchos de ellos para involucrar­se en una revolución. Fue testigo cercano de las batallas de los villistas en el norte de México. De lo que vio surgió un libro asimismo emblemátic­o: “México insurgente”, que aportaría desde la perspectiv­a del periodismo a uno de los hechos más simbólicos de la historia mexicana.

Digamos que son algunos de los viajeros que llegaron al México anterior a la Independen­cia, los que estuvieron aquí durante el nacimiento de la Nación y en el precario siglo XIX mexicano; vieron paso a paso el Porfiriato para derivar en la Revolución Mexicana a la que asistieron para anunciar al mundo las formas de gobierno y de la ‘historia de unos campesinos que no querían cambiar y que, por lo mismo, hicieron una revolución’, según John Womack Jr.

En adelante, durante el siglo XX otro tipo de viajeros llegaría al país. Muchos de ellos atraídos por el exotismo de una nación que había superado una revolución y que estaba construyén­dose: ¿cómo lo hacía y cómo lo haría?... Escritores grandes que lo mismo repudiaban lo mexicano como lo amaban y lo inscribier­on en obras de distinta forma del arte: México fue a la vista de muchos, el arte de la vida, el arte de ser uno solo, y el arte de no cambiar en la esencia para cambiar en las formas.

Y vendría otro tipo de migrantes. Los que huían de las guerras, de las dictaduras, de la persecució­n política, del hambre y de la muerte. Son los que aún están aquí y que son parte de la historia mexicana de las puertas abiertas y la mano extendida, para ayudar porque, al final de cuentas, también los mexicanos hemos sido peregrinos en nuestra propia tierra y desde nuestra tierra…

Pero esa es otra historia que contaremos por aquí, porque como dijera Alexander von Humboldt: “¡Viajero, has llegado a la región más transparen­te del aire!”.

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