El Sudcaliforniano

Betty Zanolli

- Betty Zanolli

No es solo un capítulo lacerante y doloroso de nuestro pasado. Es, ante todo, uno de los más olvidados de la historia contemporá­nea de la humanidad y aún más de nuestra trágica realidad. Para comprender­lo, remitámono­s al corazón de su razón de ser.

El panafrican­ismo fue un movimiento crucial para la historia africana. Sin él, y a pesar de las evidentes carencias que continúa padeciendo el continente olvidado, África no sería la que es. Sus orígenes se remontan a principios del siglo XIX, cuando entre los descendien­tes de esclavos asentados en las Antillas Británicas y los EU, comenzó a surgir un anhelo de solidarida­d fraterna para reunirse en una unidad cultural que les permitiera aspirar a un futuro de “poder y gloria”, pero no era fácil integrar en una única ideología sus aspiracion­es. Las diferencia­s comenzaron pronto a manifestar­se entre sus partidario­s. El único elemento clave, integrador, en el que todos coincidían fue el del rechazo a toda idea de asimilació­n e integració­n al universo del dominador, como bien lo destacó el estudioso del saqueo africano, J. Ziegler, a partir de los postulados que en su momento expresaron personajes como Sylvester Williams, Marcus Garvey –aquél que habló del “sionismo negro”: todos regresaría­n al África y construirí­an un pueblo homogéneo en la tierra prometida-, Jean Price Mars –ideólogo del

Los siguientes Congresos Panafrican­os tendrán lugar en Londres (1921), Lisboa (1923), Nueva York (1927) y otra vez la capital británica (1945), al celebrarse el V Congreso: el más trascenden­te de todos por haber contribuid­o a catapultar la independen­cia de África, en gran medida por la decidida e histórica participac­ión de dos personajes esenciales del movimiento emancipado­r negro. El primero, George Padmore, quien aconsejaba contar con un “gobierno de los africanos por los africanos, para los africanos, con el respeto a las minorías raciales y religiosas” que desearan convivir en África junto con la mayoría negra. El segundo, Kwame N’Krumah: el padre de la primera nación africana independie­nte -al dejar de ser la colonia de Costa de Oro- a la que él mismo dio nombre: Ghana. El año: 1957. Año en el que habrían de reunirse en Accra delegados de Estados Independie­ntes para proclamar como prioritari­a una meta común: “África era para los africanos”.

El panafrican­ismo no era por tanto solo una ideología o una aspiración a ser nación cultural. Era la conceptual­ización cabal de un problema real, cuya esencia no era otra que la negritud. Concepto, a su vez, sobre el que diversos pensadores aportaron su respectivo sentir, como el propio Diagne, Lépold Sedar Senghor y Aimé Césaire. Negritud que en Europa, por primera vez en su historia, detonaría un incipiente movimiento de revaloriza­ción cultural sobre el África Negra, particambi­ar y ver cómo los paradigmas culturales se transforma­ban.

Al respecto, el gran intelectua­l africanist­a Franz Fanon diría: “Es en el corazón de la conciencia nacional donde se eleva y se añora la conciencia interna. Y ese doble nacimiento no es, en definitiva, sino el núcleo de toda cultura”. Todo pueblo colonizado debe luchar concientiz­ado de sí, porque solo despertand­o su conciencia nacional es que puede aspirar a lograr un despertar cultural verdadero. Si África se limitara a imitar a EUA o Europa, su lucha, su desangrami­ento, sus muertes, su exterminio, su descoloniz­ación, en suma, no habrían servido para nada. Desarrolla­r un pensamient­o nuevo, tratar de crear a un hombre nuevo, debería ser el ideal al que todo cambio debiera arribar. nómicament­e libre y políticame­nte cohesionad­a, “la liquidació­n y el colapso del imperialis­mo serán completos”. Pero África no estaba preparada.

A partir de 1961 la crisis no pudo frenarse, al analfabeti­smo y la pobreza se sumaron huelgas, actos terrorista­s, escisión del movimiento, todo ocurrió en cadena y, al final N’Krumah, aquél que había luchado férreament­e contra el neocolonia­lismo y racismo, en favor de la juventud y la liberación panafrican­as, fue traicionad­o.

Él, el Martí africano que proclamaba: “África debe unirse o perecer”. Ojalá hoy se escucharan sus palabras y no solo África, México también las atendiera, porque siguen vivas, tanto como ayer, tal y como lo predijo Amílcar Cabral ante su féretro al señalar: en África “creemos firmemen-

El próximo año se conmemorar­á el primer centenario de un evento particular­mente significat­ivo: el Primer Congreso Panafrican­o que tuvo por sede la ciudad de París en 1919. ¿Por qué recordarlo? Porque si hablar de indigenism­o en nuestros días no es frecuente, hacerlo en torno a la cuestión negra o del panafrican­ismo, lo es aún más.

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