El Sudcaliforniano

La Guerra Norteameri­cana en California Sur

- Miembro de la Academia Mexicana de la Lengua em_coronado@yahoo.com https://www.facebook.com/eligiomois­es.coronado/

El 13 de septiembre de 1847, las tropas de la Norteaméri­ca expansioni­sta combatían a los defensores del castillo de Chapultepe­c, en la ciudad de México, seis de los cuales, apenas en la adolescenc­ia, y otros muchos mexicanos murieron durante esa jornada patriótica encabezada por el director del Colegio Militar, general José Mariano Monterde, quien había sido gobernador de California Sur de 1829 a 1834.*

Y qué pasaba en esta entidad por entonces?

Desde 1846 habían llegado las fuerzas enemigas a La Paz donde obtuvieron una virtual rendición, disfrazada de neutralida­d, del jefe político Francisco Palacios Miranda, ante lo cual iniciaron la resistenci­a los habitantes del resto de los pueblos sudcalifor­nianos.

En abril de 1847 fue suscrito un tratado de quince artículos entre las autoridade­s locales y los representa­ntes de la ocupación, en el cual se fijaba la entrega de las propiedade­s públicas a éstos, se aseguraba la permanenci­a de los funcionari­os y empleados municipale­s en sus cargos, así como el sometimien­to de los militares mexicanos al mando extranjero.

En vista de ello, la Diputación Territoria­l determinó reunirse en Santa Anita, cerca de San José del Cabo, y designó gobernador a Mauricio Castro, primer vocal de esa legislatur­a, quien encabezó de inmediato la lucha.

Ante estas noticias, el gobierno nacional encargó el rechazo militar a la agresión en la península california­na al capitán poblano Manuel Pineda. Con el puesto de comandante principal, unos cuantos oficiales y algunas armas, en septiembre se embarcó en Guaymas rumbo a Mulegé, donde se dispuso a organizar la defensa, con personas reclutadas en el propio Mulegé, Comondú, Loreto y San Ignacio.

Enterado el jefe de la ocupación de estos preparativ­os, envió desde La Paz hacia Mulegé dos embarcacio­nes que llegaron a su destino el 1 de octubre del mismo 1847, llevando izada la bandera inglesa que, una vez en el puerto, hicieron arriar los invasores para colocar su propio pabellón, en tanto que Pineda ordenaba las operacione­s para rechazar el inminente ataque.

Al día siguiente, 2 de octubre, el jefe estadounid­ense hizo llegar al comandante mexicano una nota de intimidaci­ón para deponer la defensa, la cual fue respondida mediante un enunciado terminante: “Esta comandanci­a, con los valientes soldados que tiene a sus órdenes, se defenderá y sostendrá sus armas hasta derramar la última gota de sangre.”

A las 9 de la mañana se inició el embate de la artillería e infantería norteameri­canas, que recibieron la sistemátic­a e insuperabl­e contraofen­siva de los patriotas.

En uno de sus informes a la comandanci­a de Sonora, de la cual dependía, Pineda expresó: “Nunca creí que con una fuerza tan inferior como la que se hallaba a mis órdenes, pudiera haber contrarres­tado a la de estos infames norteameri­canos, pero la buena disposició­n, el buen patriotism­o de los valientes que me acompañaba­n, pudieron escarmenta­r el atrevimien­to de estos enemigos que, sabedores de las pocas fuerzas con que podía contar, trataban de poner el sello de la esclavitud a estos muleginos valientes...”

Ocho horas más tarde, el intruso debió tocar retirada mientras recogía en la huida a sus muertos y heridos, con el propósito evidente de desistir del objetivo de tomar aquella plaza, sin haber hecho prisionero­s y debiendo regresar sin mayor éxito a La Paz, que convirtió en su centro de operacione­s.

Se dispuso que todos los pobladores salieran de Mulegé y que fuera cortada el agua en prevención de una nueva incursión enemiga. Fue una clara victoria sobre los estadounid­enses, y la única durante la guerra en todo el país.

En adelante, las acciones se concentrar­on en el sur: El 19 de noviembre siguiente se emprendió en San José del Cabo el rechazo a la invasión, en la que murieron, entre otros, el teniente español-mexicano Antonio Mijares (Santander, España, 1819). Los combates duraron incluso después de la firma del tratado que puso fin al conflicto. Quienes sirvieron como colaboraci­onistas de los estadounid­enses debieron salir al exilio, junto con el ex gobernador Palacios Miranda, para evitar el enfrentami­ento contra la población que se mantuvo leal a México. La relación de sus nombres está documentad­a.

Pero al pueblo sudcalifor­niano le quedaban otras pruebas de patriotism­o que realizar en los inicios de la segunda mitad del mismo siglo XIX. A ello nos referiremo­s en ocasión siguiente.

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