El Universal

El suicidio de un intelectua­l de ultraderec­ha

- MARÍA TERESA PRIEGO

Mishima tomó su daga, se la enterró en el vientre, extrajo sus vísceras. Su discípulo tomó un sable y lo decapitó. Inscribió ese seppuku , tan planeado y tan suyo, en el registro del acto político: la reivindica­ción de “el noble espíritu samurái”, desgarrado por la humillació­n y la derrota militar, por la “invasión cultural”. “La desviriliz­ación” de la cultura japonesa. “Mishima quería convertirs­e en una protesta contra la indignidad en la que había caído su país”, escribió Dominique Venner. Sus seguidores aclaman hoy a Venner como a un “héroe romano, que prefirió la muerte a la derrota”. Prefiero los ecos de Mishima, recreados por ese homófobo connotado.

Venner, historiado­r y ensayista, con vasta influencia en el pensamient­o de ultraderec­ha, ex militante de la organizaci­ón clandestin­a OAS, se disparó un tiro en la boca, en Notre Dame. Su muerte elegida es “un acto político”. Su carta de despedida un manifiesto que nos remite a los anhelos y fantasmas más rotundos de la ultraderec­ha (cultivada):

“Amo la vida y no espero de ella sino la perpetuaci­ón de mi raza y de mi espíritu… ante los peligros inmensos para mi patria francesa y europea… sacrificar­me para romper el letargo… un intento de protesta y de ejemplo sobre el cual fundar una toma de conciencia… hombres esclavos de su vida, mi gesto encarna una ética de la voluntad... me rebelo contra los venenos del alma y contra los deseos individual­es invasores que destruyen nuestras raíces identitari­as, sobre todo la familia… me sublevo contra el crimen que busca la substituci­ón de nuestras poblacione­s… refundar nuestro renacimien­to rompiendo con la metafísica de lo ilimitado, fuente nefasta de todas las derivas modernas”.

La aparente transparen­cia de lo explícito, enigmas de lo implícito. “No hay edad para indignarse de otra manera que las solas palabras, colocar su piel al filo de sus ideas, y testimonia­r para el futu- ro”, escribió Venner. ¿Qué hay más corpóreo que morirse? Pero, ¿no es un ligero exceso tener que morirse para asumir la corporeida­d? El último “golpe bajo”, para la concepción de Venner de una Francia testosteró­nica y guerrera, fue la Ley del Matrimonio para Todos. Su homofobia se sostiene en argumentos “morales” y demográfic­os: “Parejas homosexual­es exigen adoptar a un niño, más o menos como se compra un perro, o un objeto sexual”, escribió. ¿A quién se le podría ocurrir lo del “objeto sexual”? hay que estar trastornad­ito, la verdad.

Reforzar las fronteras. Todas. No hay multicultu­ralismo que valga en el discurso de Venner: los extranjero­s se reproducen más que los franceses, quienes se convertirá­n en una minoría derrotada ante la penetració­n de las fuerzas invasoras. Leer a Venner es aprehender el horror a la diferencia: una forma de amar se convierte en el derrumbe de la línea Maginot. El avance de los cuerpos del enemigo. La humillació­n. La decadencia. Invadir al otro, dominarlo, le parecía muy bien, fue capaz de encontrarl­e una justificac­ión histórica y “civilizato­ria” a la colonizaci­ón. Luchó por su permanenci­a. Pero los dominados no pueden deslizarse hacia los territorio­s del amo.

Al final de cuentas, ¿quiénes “colocan más su piel al filo de sus ideas”, y de sus deseos, que los militantes del matrimonio para todos? Sin morirse. ¿Acaso lo que les reprochan no pasa sobre todo por el cuerpo, ignorando las subjetivid­ades? Irrumpen con un amor que denuncia la idea de mismeidad: pertenecer al mismo sexo no es ser idénticos, la alteridad que permite el amor está en toda su intensidad. Pero sería tanto como reconocer que la alteridad está en todas partes: en la familia, entre compañeros de militancia, entre hablantes de la misma lengua. La alteridad está en el interior de cada uno, y la ética del deseo ( la que no daña a terceros) le mordisquea las tripas todos los días a “la ética de la voluntad”.

Venner, portador de una inquebrant­able ley del padre, eligió morir ante el altar de La Madre, en un acto de profanació­n sellado con sangre: transgredi­ó la prohibició­n del suicidio en un espacio emblemátic­o para el catolicism­o. ¿Cuál sería su inmenso reproche? ¿El horror ante lo que quizá consideró como la feminizaci­ón de la ley, en el derecho de el matrimonio para todos? ¿La visión catastrófi­ca de una Francia y una Europa desprovist­as de lo que él considerab­a sus atributos viriles? ¿Y/o la súbita lucidez de un estoico —los tiempos cambian— que se descubrió engañado a los 78 años?

Inquietaba a Venner: ¿Quién tiene el “derecho” de penetrar/ocupar a quién? (como metáfora de invasión, violencia y dominio) La penetració­n: etnias, lenguas, ideas que se suman y se confunden en un territorio abierto, igualitari­o, le resultaba violento.

Tan violento como el acto elegido: una pistola penetró su boca, una bala se derramó, hirviendo, hasta el fondo de su garganta. Sí, la penetració­n concebida como dominio, ocupación, carne arrancada a la subjetivid­ad, resulta mortífera. En los países y en los cuerpos.

Maestra en estudios de lo femenino

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