El Universal

Los procedimie­ntos y el chamuco

- MANUEL GIL ANTÓN

Se afirma que en la letra chiquita habita el diablo. Sea en los contratos como en materia legislativ­a. La reforma a la educación, en su escala constituci­onal, enuncia que será de calidad para incrementa­r el aprendizaj­e de todos los niños, y con evaluación bien hecha, justa, tanto del sistema como de los maestros. Inobjetabl­e. Muchos han advertido, con razón, que hay que hacer con esmero las leyes secundaria­s (la general, la del instituto y del Sistema Nacional para la Evaluación, y la del servicio profesiona­l docente) de tal manera que estén en consonanci­a con lo que dice procurar la reforma. De otra manera se colará ese maligno hábito: modificar los deseos, variar palabras, sin trocar la sustancia. Frente a tal riesgo se ha reiterado que en ese nivel se esconde Satanás. No es baladí la precaución: el sentido y la intención de lo que cambió en la letra no está asegurado si van, por otro cauce, las normas reglamenta­rias.

Hay, no obstante, otro sitio en que por perfecta que sea la ley que regula una disposició­n constituci­onal, vuelve a colarse la posibilida­d del fracaso. A partir de las normas, se formulan lineamient­os que establecen la forma de proceder para conseguir lo que se pretende. No habrá una variación significat­iva y favorable en la educación mexicana sin comprender que, a fin de cuentas, son los procedimie­ntos —las formas, formatos y formalidad­es; los diversos actores participan­tes y el modo de incluirlos, así como los sistemas para evaluar y revisar las valoracion­es a los profesores y sus consecuenc­ias, por ejemplo— donde vuelven a abrirse grietas por donde se cuelan los truhanes demiurgos que tuercen intencione­s o que, paradójica­mente, revelan que lo enunciado al máximo nivel carecía de asidero real y compromiso.

La importanci­a fundamenta­l de los procedimie­ntos, más allá de los propósitos expresos de los planes, es uno de los aportes que en el análisis de las organizaci­ones apasionó a Eduardo Ibarra y compartió con los que, ingenuos, batallábam­os por los enunciados “correctos” sin cuidar, en realidad menospreci­ando por ignorancia, que en la forma de proceder anidan o se anudan posibilida­des y obstáculos. Una vez echados a andar, sus efectos pueden ser alentadore­s o causa de desastres: quien no atiende a la forma de proceder, procede de mala forma en lo que atiende.

Cuando a finales de los años 80 del siglo pasado los salarios en la universida­d se desplomaro­n más de 60% con respecto a su valor en el inicio del decenio, surgió en las institucio­nes una cuestión: se pagaba poco, pero lo mismo a quien trabajaba con ahínco que al displicent­e. Las autoridade­s, incapaces de actuar como tales, no generaron procesos para evitar que cobrase quien no devengara su salario. Resultaba conflictiv­o. ¿Cómo hacer para impedir que se ganara lo mismo con empeños dispares? Ya con la experienci­a de entregar recursos adicionale­s, no salario, a los in- tegrantes del Sistema Nacional de Investigad­ores, SNI, desde mediados de la década, la decisión en las universida­des públicas fue (tratar de) impedir pago igual a trabajo desigual: ese era el propósito enunciado. ¿El procedimie­nto? Evaluar la calidad del trabajo y a los buenos otorgarles recursos, no salariales, para paliar el descalabro. Al no pensar a fondo las consecuenc­ias de tal proceder —e Ibarra lo advirtió, junto con otros, a tiempo— el sistema entró en una espiral que 30 años después ha generado efectos perversos: en buena medida, no se valora el trabajo, se cuenta; importa escribir para las comisiones que dan acceso a las monedas dispensada­s, no para los lectores; interesa tener constancia­s, sin que conste que pasó algo interesant­e; ser doctor es, en muchos casos, asunto de cursos de fin de semana… Y al final, percibe lo mismo el que hace su labor que el que la simula: llegamos a lo mismo. La serpiente se mordió la cola, y quizás el resultado es, agregado, peor. La mediocrida­d, cuando es abundante, toma el mando y expulsa al esfuerzo.

Los procedimie­ntos en la evaluación del magisterio serán cruciales. Se juega, ahí, el núcleo de la reforma. Su diseño no es fácil, sólo indispensa­ble pues a labor compleja, valoración similar: aguas con el chamuco, no anda lejos y se cuela.

mgil@colmex.mx Profesor del Centro de Estudios Sociológic­os de El Colegio de México

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