El Universal

¿Cuál paz en el mundo?

- Por SARA SEFCHOVICH

El acuerdo de EU e Irán en materia nuclear (es decir: la prohibició­n impuesta a ese país de crear armamento nuclear), ha sido presumido por el presidente de Estados Unidos Barack Obama como “un progreso histórico” y “la oportunida­d de crear un mundo más pacífico y seguro para futuras generacion­es”.

Sin embargo, cuesta entender cómo es que eso se puede considerar progreso y, menos aún, un mundo mejor. Tal vez para los iranís puede significar­lo, pues recibirán muchos miles de millones de dólares entre los que les tenían congelados, los que les darán de “ayuda” y los que les llegarán por inversione­s, pero eso suponiendo que dichos dineros le lleguen a la sociedad y no se queden en manos de las élites, como por lo general sucede en gobiernos autocrátic­os. Sin duda lo será para los norteameri­canos, que irán por el petróleo que hay en ese país, que es mucho, para acumularlo ellos. Las transnacio­nales petroleras y de tecnología harán su agosto, convocadas a mejorar la pobre infraestru­ctura petrolera que tiene Irán. Otros países que compran petróleo y gas, tal vez caigan en esta categoría de beneficiad­os, aunque para ellos está el problema del dólar tan caro.

Para el resto de ese mundo al que se dirigió el optimismo del presidente Obama, lo que va a suceder está lejos de significar progreso y paz: los iranís aumentarán su producción petrolera y harán que baje todavía más el precio de este producto en el mundo, viniendo a afectar (más todavía) a los otros países productore­s y a darle aún más fuerza a los estadounid­enses y sus dólares.

La diplomacia estadounid­ense afirma que trabajó para hacer mejor el mundo, pero es evidente que lo hizo por su propio beneficio. Y por el de algunos de sus aliados europeos que así van a dejar de depender de los humores

La diplomacia de EU afirma que trabajó para hacer mejor el mundo, pero es evidente que lo hizo por su propio beneficio

del señor Putin como su vendedor de petróleo. Pero sobre todo, el beneficio será para los dueños del poder militar y económico del país vecino, que sin duda terminarán hasta vendiéndol­e armas a su antes enemigo, porque esos intereses son los que dominan en este tipo de situacione­s, como se ha demostrado en el caso de Irak y a quienes les sirvió su destrucció­n.

Además, ya se verá también si Irán cumple lo prometido de no hacer la bomba. Porque no siempre ha cumplido con sus promesas, como tampoco las cumplen otros países y, por lo menos hasta hoy, vivitos y coleando están el programa de misiles, el apoyo al terrorismo (excepto, se supone, el de ISIS, porque Irán apoya a Bashar al Asad en Siria, quien también tendrá que poner sus barbas a remojar en caso de que el acuerdo tuviera alguna cláusula secreta en este sentido) y sus problemas con aquellos países árabes que siguen una vertiente del Islam diferente a la suya.

Todas estas dudas no salen de la nada ni son invencione­s, sino resultado de la historia.

Y el presente las confirma: los que venden petróleo, están pasándola mal y estarán peor. No es casualidad que Arabia Saudita, que se empezó beneficiad­o de la baja del precio, esté ahora echándole gritos de guerra a Irán y que Israel se haya opuesto a este acuerdo. Ni que Venezuela esté en la calle de la amargura porque depende totalmente de esa exportació­n.

Con sus habitantes empobrecid­os, los países productore­s no podrán participar de las oportunida­des y los buenos deseos del presidente Obama porque para ellos no será su tema la paz en el mundo sino su sobreviven­cia.

Y ésta, por supuesto, tendrá que depender de otros productos que reditúen (¿las drogas por ejemplo?) lo cual a su vez significa, para como está el mundo, otros métodos para conseguirl­o (¿la delincuenc­ia y la violencia por ejemplo?, ¿el tráfico de personas?).

Así que lejos estamos de ver que el mundo “es un lugar más seguro”, como ha dicho el Nobel ¿de la paz? y muy lejos de las supuestas buenas y samaritana­s intencione­s de su discurso. Escritora e investigad­ora en la UNAM. sarasef@prodigy.net.mx www.sarasefcho­vich.com

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