Arturo Sarukhán
“Las ciudades que entiendan que el futuro reside en la interconexión global y regional son las que cambiarán los paradigmas de bienestar y seguridad para sus habitantes”.
Mi última contribución de 2015 en esta página destacó algunas de las megatendencias que caracterizaron el año y que previsiblemente prevalecerán en el mediano plazo. Hoy, en la primera de una serie de columnas a lo largo de 2016 sobre esos temas, abordo una de las transformaciones más profundas y emblemáticas que se ha venido dando en el sistema internacional: el retorno de la ciudad-Estado y un nuevo orden global de ciudades.
La ciudad-Estado, una reliquia de las relaciones internacionales de la Grecia de Tucídides hasta el Renacimiento de los Medici, está de regreso. Nueva York, Londres, Abu Dabi y Hong Kong han sustituido a Lübeck, Venecia y Florencia, pero al igual que entonces, la riqueza y creatividad que operaban al interior de la polis o las murallas renacentistas se traduce en poder que se proyecta y opera más allá de fronteras nacionales. Y es que los extraordinarios cambios en poder —y en las dinámicas de poder— que caracterizan este siglo están siendo acelerados por el resurgimiento de las ciudades como actores socioeconómicos y políticos en la escena internacional. Cuando hablamos del papel y peso de actores no estatales en las relaciones internacionales, tendemos a pensar en grupos terroristas o criminales trasnacionales como Daesh o la Organización de Sinaloa, corporaciones globales como Google, ONG como Amnistía o hackers como ‘Anonymous’. Pero es en realidad en la ciudad global, relanzada como verdadera ciudad-Estado, donde residen los nuevos focos de poder global. De hecho, el siglo XXI estará determinado más por ciudades que por potencias como Estados Unidos o China. En un mundo más fluido e inestable, son las ciudades, no los Estados, las que se han consolidado como pilares de gobernanza sobre los cuales se construirá el futuro orden internacional. Y son precisamente las grandes urbes las que tendrán que confrontar retos como los de la seguridad, marginación, tolerancia y radi- calización o el terrorismo. Más que lo que sucede a nivel del Estado y los gobiernos nacionales, el verdadero dinamismo se da en sus centros urbanos. Las ciudades y sus gobiernos son quizá hoy la forma más relevante y funcional de gestión, verdaderas correas de transmisión a nivel local entre ciudadanía y políticas públicas en momentos en que son precisamente el impasse y la disfuncionalidad política a nivel nacional las que han causado una creciente erosión de credibilidad de partidos y gobiernos. En general es en la ciudad donde hoy se está respondiendo de manera más ágil y eficaz a los temas centrales de la vida pública.
Y es que además, por primera vez en la historia hoy viven más seres humanos en ciudades que en zonas rurales. Para 2050, 7 de cada 10 personas —6.5 mil millones— en el mundo vivirán y trabajarán en ciudades. Zonas metropolitanas como la Ciudad de México, Delhi, Shanghái o Tokio tienen poblaciones superiores a los 20 millones, más que un buen número de naciones europeas. Las 600 ciudades más grandes del mundo representan más del 60 por ciento del PIB global; las 20 primeras albergan una tercera parte de las principales corporaciones y generan casi la mitad de sus ingresos combinados. Tienen la ambición, peso y rango de acción para no sólo incidir en la economía mundial sino también forjar sus ideas, cultura, valores, políticas públicas y futuro. Las urbes que se consoliden como verdaderas ciudades globales —líderes en innovación, comercio, artes y educación— se distinguirán del resto. Altamente cosmopolitas e internacionalizadas, estas ciudades-Estado se parecen poco al resto del país en el que se encuentran. Se convierten en imanes para negocios, talento, dinero, emprendimiento e industrias creativas. Grandes e interconectadas, trascienden fronteras y trastocan las agendas internacionales de gobiernos nacionales. Para este puñado de metrópolis, el paradigma debe ser cómo cooperar globalmente y resolver localmente. El ejemplo más claro es el C40, un grupo de 75 ciudades importantes que trabajan de manera coordinada para inter- cambiar mejores prácticas en materia de mitigación del cambio climático.
La época de alcaldes hermanando ciudades es cosa del pasado. Desde adaptación al cambio climático y nuevas políticas de desarrollo urbano, a prevención del delito y seguridad hasta la integración de nuevos residentes, mucho se demanda en estos días de gobiernos municipales. Los alcaldes que entiendan que el futuro reside en la interconexión global y regional, es- tableciendo relaciones y acuerdos con sus pares en otras partes del mundo, son los que cambiarán los paradigmas de bienestar y seguridad para sus habitantes. El progreso no se puede dar por hecho; es el resultado de las acciones y decisiones que tomemos juntos. Algunas ciudades lo han entendido; son la punta de lanza de una revolución seminal.