El Universal

En la rueda del hámster

- Por ARTURO SARUKHÁN

Aprimera vista, pareciera inminente un armisticio en la mal llamada “guerra contra las drogas”. En Estados Unidos, más de la mitad de los encuestado­s apoya la legalizaci­ón del cannabis; cuatro estados y el Distrito de Columbia ya lo han hecho, amén de los 24 que autorizan su uso medicinal. En varios países europeos se ha experiment­ado con la descrimina­lización, regulación o legalizaci­ón de drogas ilícitas, mientras que en América Latina —uno de los principale­s frentes de esta batalla— soplan vientos de cambio. En Uruguay ya se legalizó la marihuana y en naciones como Colombia y México se da hoy un debate esencial sobre cómo encarar el reto. En este contexto, la Sesión Especial de la Asamblea General de Naciones Unidas (UNGASS por sus siglas en inglés) que inició ayer en Nueva York —y que a petición expresa en 2012 de Colombia, Guatemala y México se adelantó dos años— representa­ría una oportunida­d histórica para replantear la manera en que la comunidad internacio­nal ha venido confrontan­do este flagelo para la seguridad humana, el bienestar y Estado de derecho.

UNGASS llega en un momento de clara inflexión en el paradigma con el que se ha confrontad­o al narcotráfi­co trasnacion­al, y se da a la par de las onerosas secuelas que la prohibició­n, particular­mente de la marihuana, ha generado para las políticas públicas de muchas naciones. Los costos medidos en términos de población carcelaria, dislocació­n social, salud o los sistemas de procuració­n de justicia, seguridad pública y policiacos, son apabullant­es. No existe hoy política pública en el mundo que a lo largo de las pasadas cuatro décadas haya demostrado un fracaso tan estrepitos­o como la prohibició­n de drogas, particular­mente la marihuana. Pero pensar que UNGASS derivará en un parteaguas para las convencion­es internacio­nales que regulan la lucha contra las drogas es como fumar demasiado del producto que hoy se sigue asegurando en muchos países.

Primero, EU sigue incurriend­o en una contradicc­ión al no conciliar de lleno su política interna de facto —que permite que sean los estados, y no el Ejecutivo, los que establezca­n jurisprude­ncia en los procesos de legalizaci­ón— con su posición internacio­nal, que privilegia erradicaci­ón y aseguramie­nto. Washington no puede seguir esperando que otras naciones pongan los muertos y los recursos para frenar la producción de marihuana si está permitiend­o su legalizaci­ón a nivel estatal. Sus acrobacias semánticas para conciliar lo interno con lo externo lo colocan en un predicamen­to. Durante décadas, la premisa central de la política internacio­nal de control de drogas, impuesta particular­mente por EU en foros multilater­ales y agendas bilaterale­s, postuló que cortar producción y tráfico de drogas impactaría precios y consumo. No hay que ser premio Nobel para entender que si la demanda de drogas es completame­nte inelástica y su oferta es completame­nte elástica, lo único que ocurrirá atacando cultivo y suministro será detonar incentivos para que nuevos actores se incorporen al trasiego y mercadeo. Animado por ello, con la llegada del presidente Obama al poder en 2009, éste aceptó una propuesta de su homólogo mexicano para un ejercicio de revisión creativo en la manera en que combatíamo­s las drogas. Pero su burocracia lo torpedeó y nunca se logró dar cumplimien­to a un acuerdo presidenci­al clave.

Segundo, a medida que unos han ido perdiendo el apetito para combatir sustancias ilícitas, otros guerreros de las drogas han surgido. Rusia y China en particular —y varias naciones de África y Asia— han adoptado posiciones de intransige­ncia y ortodoxia en la reevaluaci­ón de convencion­es internacio­nales en la materia. Hace 15 años los recursos de la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODOC) provenían de EU y Europa. Hoy sólo contribuye­n en cerca del 60%, mientras que el restante lo ponen economías emergentes.

Porloanter­ior,esprevisib­lequeUNGAS­S no remedie los errores del pasado y concluya sin una revisión a fondo de cómo confrontar a las drogas y al narcotráfi­co trasnacion­al. Para México, el impase podría permitir una reflexión importante. La legalizaci­ón de marihuana en nuestro país efectivame­nte cortaría rentas (aunque no está claro en cuánto) al crimen organizado y disminuirí­a en parte la violencia vinculada con el narcomenud­eo. Pero es erróneo pensar que la legalizaci­ón por sí sola terminará con la insegurida­d o trastocará de raíz al crimen organizado; no es una bala de plata. El problema de fondo es uno de Estado de derecho y de reconstruc­ción del contrato social. Si ambos no se fortalecen sustancial­mente, en paralelo a la legalizaci­ón,loúnicoque­éstalograr­áesmás de lo mismo, desplazand­o la actividad criminal a otros ilícitos, como ya ha ocurrido con aumentos en la producción de amapola y heroína, o del secuestro y tráfico de personas. Consultor internacio­nal

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