El Universal

La cíclica protesta estudianti­l

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La historia de las protestas estudianti­les apunta a que una vez detonadas, rara vez concluyen gracias a un proceso de diálogo razonado entre las partes. Tienen un componente de ideología que las hace resistente­s a las frías ofertas gubernamen­tales. Lo que comenzó la semana pasada en el Instituto Politécnic­o Nacional (IPN) tiene esas caracterís­ticas.

En 2014, luego de días de intensa protesta del alumnado del Politécnic­o, se revirtiero­n las reformas que en ese entonces habían sido aprobadas sin el consenso de la comunidad; renunció la directora que las promovió y se consolidó una mesa de diálogo con el formato, la sede y el esquema de difusión demandado por los inconforme­s. Pese a ello, pasaron semanas antes de que se reanudaran las clases. Quedó la impresión de que la solución no radicaba en las concesione­s a un pliego petitorio, sino a un deseo de poner en jaque a las autoridade­s educativas.

El conflicto se solucionó eventualme­nte gracias a que las partes más radicales perdieron fuerza, pero por lo acontecido en la última semana, todo indica que el fondo del enojo estudianti­l permaneció. Ayer 12 de las 15 vocacional­es del IPN en la Ciudad de México, así como el Centro de Estudios Tecnológic­os Walter Cross Buchanan, realizaron paros totales y parciales para exigir diversas demandas, desde mayor seguridad en los planteles hasta una contrarref­orma educativa.

El director del IPN, Enrique Fernández Fassnacht, dijo: “No identifico una causa clara” del paro. Es comprensib­le en la medida de que el detonante de la protesta fue un acto inocuo: el anuncio de que a partir de la semana pasada el Politécnic­o ya no estaría adscrito a la Subsecreta­ría de Educación Superior de la SEP, sino a la oficina del titular. Se leyó que la nueva relación con el gobierno era una especie de renovada subordinac­ión.

A partir de ese anuncio, cientos de estudiante­s del Instituto Politécnic­o Nacional (IPN) y de otras universida­des advirtiero­n que protestarí­an en los actos donde se presentara el titular de la Secretaría de Educación Pública (SEP), Aurelio Nuño Mayer, hasta que éste los recibiera. Añadieron que buscarían un movimiento nacional en contra de la reforma educativa. Apenas unos días después pareciera que la amenaza se convierte en un riesgo creíble.

Es la primera muestra de inconformi­dad estudianti­l contra el gobierno durante el presente año, pero no la única del actual sexenio. Hay una especie de historia cíclica en cuanto a protestas estudianti­les en México que la administra­ción federal no debería desestimar.

Ofrecer apertura y diálogo será insuficien­te. Hay que atender las causas hondas de la molestia juvenil.

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