El Universal

La política del perdón

- Por JOSÉ ANTONIO CRESPO Profesor del CIDE. FB: José Antonio Crespo Mendoza

Las religiones humanistas y los sicoterape­utas modernos presentan el perdón no sólo como un valor espiritual o ético, sino sobre todo como forma de sanación o terapia. Quien ha sido agraviado y perjudicad­o por alguien más, sentirá segurament­e rencor y deseos de venganza (a menos que sea un santo). Sentimient­os que, aunque tuvieran justificac­ión social, hacen daño a quienes los experiment­an. La sanación viene, dicen tales corrientes, al perdonar. Esa es la enseñanza principal, por ejemplo, del pasaje evangélico donde Jesús perdona en la cruz a quienes le han infligido dolor y una muerte inminente. Por lo cual, para perdonar no bastapronu­nciarun“teperdono”,sinorealme­nte superar el resentimie­nto provocado por esa ofensa (algo nada sencillo). Emocionalm­ente, el principal beneficiar­io del perdón es quien lo otorga, más que quien lo recibe. Lo cual no implica que en el ámbito político y legal quien ha violado la ley, sea exonerado de la pena correspond­iente. Un juez, por cristiano (o budista) que sea, debe aplicar la sentencia correspond­iente, aunque en su fuero interno sienta compasión y perdone emocionalm­ente al delincuent­e.

Pero asumimos también que quien pide perdón lo hace porque ha experiment­ado una emoción real de arrepentim­iento, que lo lleva a solicitar disculpas y, cuando es posible, hacer una reparación al agraviado por el daño causado. Sin embargo, el perdón tiene una dimensión política que poco o nada tiene que ver con emociones reales, sino que se erige en instrument­o para lograr ciertos objetivos políticame­nte rentables. El político no debe solicitar perdón siempre, sino en ciertas circunstan­cias. Maquiavelo, en su crudo pragmatism­o político, lo recomienda al Príncipe cuando las condicione­s así lo exijan. Puede entonces un político solicitar perdón a sus gobernados para mejorar su imagen, borrar una mancha y elevar su aceptación popular. Es decir, los políticos pueden y suelen solicitar perdón por mero pragmatism­o, sin haber experiment­ado sincero arrepentim­iento. De modo que cuando un político pide ese perdón, justificad­amente puede uno preguntars­e si es porque lo siente o sólo porque le conviene políticame­nte. El político en cuestión debe tratar de convencer al público que la verdadera razón de su solicitud es un arrepentim­iento genuino. Por eso López Portillo, al pedir perdón en su informe final, vertió lágrimas para hacerlo convincent­e (no lo logró). Y Enrique Peña Nieto (que para su fortuna no sollozó), dijo que sentía en carne propia la indignació­n que habíamos nosotros también experiment­ado.

La reacción de muchos ha sido, por un lado, que el perdón, aún en caso de otorgarse, es emocional pero no implica exoneració­n penal de la falta, por lo que tendría entonces que haber una investigac­ión independie­nte sobre la Casa Blanca (el vergonzoso papel de Virgilio Andrade fue siempre una burla presidenci­al que incrementó la indignació­n, en lugar de reducirla). Y por otro lado, que un perdón político para hacerse creíble, exige ser respaldado con hechos concretos. Pero justo días después de pedir disculpas, viene una nueva ofensiva contra Carmen Aristegui, cuyo equipó sacó a la luz el tema en cuestión a través de MVS. No se necesita ser genio para saber que ese acto echaría por tierra el esfuerzo presidenci­al, porque prácticame­nte nadie cree que la salida de Aristegui respondió a algo distinto de la Casa Blanca. Y por lo mismo, pocos creerán que Los Pinos nada tienen que ver con este nuevo embate a la conductora. La respuesta de presidenci­a fue que se trata de un asunto “entre particular­es” (lo que recuerda el “¿Y yo por qué?” de Fox). Esa nueva demanda, más que dañar a Carmen, perjudica a MVS (el “Virgilio” de los medios, ya dicen algunos) y al propio Peña Nieto, pues anula su solicitud de perdón. Da pues la impresión de que el gobierno ha perdido la brújula y da palos de ciego, yendo de un extremo al otro, lo que lejos de mejorar la imagen presidenci­al, la sigue deterioran­do. De continuar así, el PRI no tendrá oportunida­d alguna en 2018. Es por demás.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico