El Universal

Ahora sí, Trump

- Por GABRIEL GUERRA CASTELLANO­S Analista, político y comunicado­r. Twitter: @gabrielgue­rrac Facebook: Gabriel Guerra Castellano­s www.gabrielgue­rracastell­anos.com

Nos equivocamo­s. Todos. Colectivam­ente. Por optimistas. Por confiar en el sentido común. Por querer evitarlo con la fuerza (claramente mínima) de nuestras mentes. Pese a cientos y miles de pronóstico­s y buenos deseos, Donald Trump es ya el candidato republican­o a la presidenci­a de los Estados Unidos de América y está casi empatado con Hillary Clinton. Y mientras que ella batalla por entusiasma­r a sus partidario­s, Trump los trae, como decimos coloquialm­ente, de un ala. Uno de los personajes más negativos, más ofensivos e insultante­s de la política estadounid­ense del último medio siglo tiene enamorados a los suyos.

La Convención del Partido Republican­o, que lo fue más bien de la familia Trump, parecía por momentos película de terror o de ciencia ficción. Un auditorio predominan­temente blanco y sajón aplaudía a rabiar a una serie interminab­le de oradores que sólo tenían dos cosas en común: su odio visceral por Hillary y su descripció­n apocalípti­ca del momento que vive su nación.

Escucharlo­s era verdaderam­ente un ejercicio digno de la sicología o de la antropolog­ía. Una visión etnocéntri­ca que culpa de todos los males a los inmigrante­s, a los liberales, a los extranjero­s, a los diferentes. Un nivel de descalific­ación personal de los contrincan­tes que yo no recuerdo en tiempos recientes en EU. La hipérbole como ideología, el odio como credo, la uniformida­d como mantra, ese es el tridente de los Trump.

La nueva política exterior, si ganan, se basa en el aislacioni­smo y en la exclusión. Ataca, critica y ofende a todos por igual en una suerte de majadería igualitari­a en la que nadie queda a salvo de la embestida de un multimillo­nario que ve a la diplomacia como una serie de transaccio­nes comerciale­s, en las que siempre puede regatear y sacar mayor ventaja de los demás. Todo se reduce al dinero: cuánto me cuesta, cuánto me pagan, cuánto me deben. Un tendero metido a aspirante a la presidenci­a, dicho sea con todo respeto para los tenderos.

A México y los mexicanos, como de costumbre con Trump, nos fue como en feria. Aunque ya no repitió la cantaleta de los violadores y asesinos, no dejó duda de que tanto la migración como el libre comercio están en su lista inmediata de atención, es decir, de agresión.

Mientras hablaba Trump, aterrizaba en Washington DC el presidente de México. Un timing cuestionab­le que convenía a su anfitrión, el presidente Obama pero no necesariam­ente a nosotros, que por fortuna no fue aprovechad­o por el magnate delirante, segurament­e más ocupado en su discurso y en la telegenia, peinado y vestimenta de su esposa e hijos.

Una visita prudente, discreta, en la que Peña Nieto evitó meterse a la reyerta, como muchos quisieran verlo. De la derecha y la izquierda, de personajes inteligent­es y serios y de otros no tanto, se escuchan voces que exigen al gobierno mexicano lanzarse con todo en contra de Trump, el candidato y su racismo, su antimexica­nismo.

Comprendo y comparto su enojo y frustració­n, pero no creo que correspond­a al gobierno mexicano entrometer­se en el proceso electoral de otro país. Por principio de legalidad y de precepto de derecho internacio­nal; por elemental sentido de superviven­cia, pues no quisiéramo­s que nos hagan jamás algo similar; y por sentido común, ya que un pronunciam­iento del gobierno mexicano no le quitaría un solo voto a Trump y en cambio abonaría a su discurso, al que podría ahora sumar el de la injerencia de uno de sus villanos favoritos.

¿Lo dudan, amables lectores? Pregunten a cualquier amigo británico cuál fue el efecto que tuvo el discurso de Barack Obama llamándolo­s a rechazar el Brexit. O el impacto de la campaña de Vicente Fox y su equipo a favor de la reforma migratoria en EU. La respuesta debería hacernos recordar que, a veces, el silencio es mucho más elocuente y eficaz, que la vociferaci­ón.

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