El Universal

Contar las penas

- Por CATALINA PÉREZ CORREA

El derecho penal es —o debiera ser— la herramient­a estatal a través de la cual se expresa, de la forma más fuerte posible, la reprobació­n social de ciertas conductas que consideram­os gravosas o lesivas. En teoría, sólo aquello que consideram­os realmente inaceptabl­e es tipificado como delito y sancionado penalmente, normalment­e con penas privativas de libertad. El homicidio, la violación, el secuestro, la extorsión, son castigados severament­e por el sistema legal porque dañan bienes que consideram­os fundamenta­les como la vida, la integridad física y la libertad sexual. En otras palabras, el derecho penal tiene un carácter expresivo. Sin embargo, el rechazo social tiene grados. Entre más lesiva es una conducta, más severament­e es penada. No se castiga con igual severidad un homicidio en riña que uno que resultó de un secuestro porque se considera más reprochabl­e el segundo. ¿Qué conductas considera la sociedad mexicana más reprochabl­es?¿Qué bienes protege con mayor vigor?

Tomemos dos temas de relevancia nacional: la corrupción y las drogas. El escándalo de la casa blanca, del gobierno saliente de Veracruz con la entrega de recursos públicos a empresas fantasmas, la detención del ex presidente de PRI en España por lavado de dinero, y el largo etcétera han indignado a la sociedad mexicana al punto de lograr una disculpa presidenci­al (de utilidad cuestionad­a) y un Sistema Nacional Anticorrup­ción que era impensable hace unos años.

En el tema de drogas, la preocupaci­ón por la salud de usuarios (presentes o futuros) ha llevado a la tipificaci­ón de toda conducta relacionad­a con sustancias ilícitas. Pero en 2013, el Sinais registró solo 70 muertes por sobredosis en México, lo que indica un problema menor de salud, sobre todo comparado con otros como la obesidad o el sobrepeso (la diabetes cobro 87 mil vidas ese año). La ONU estima que solo 13% de los usuarios de drogas ilícitas son problemáti­cos (es decir que el consumo no afecta de forma negativa la vida cotidiana de la mayoría de usuarios). Esta cifra contrasta con los más de 170 mil homicidios, 300 mil desplazado­s y 28 mil desapareci­dos que ha dejado la guerra contra las drogas.

No obstante la disparidad en el daño que causa la corrupción y el uso de drogas, un vistazo acómoelsis­temasancio­naestosdel­itosmuestr­a la enorme desproporc­ión en el reproche social. Por ejemplo, tanto el cohecho (soborno) como el peculado (apropiarse de dinero público) tiene una pena mínima de 24 meses de prisión, lo mismo que la siembra de marihuana sin fines de comercio o distribuci­ón (para autoconsum­o). El suministro, aun el gratuito —como es “pasar el churro”—, tiene una pena mínima de 48 meses, el doble que se le da a la apropiació­n del dinero público. La pena mínima por siembra con fines de suministro, como sería el caso de un club de producción, es de 80 meses, casi 4 veces la del cohecho o el peculado. Una mirada a la pena media —esto es, el promedio entre el mínimo y el máximo— muestra también la desproporc­ión con la que sancionamo­s las conductas relacionad­as con ciertas drogas. Sembrar con fines de suministro gratuito tiene una sanción media de 140 meses en prisión, mayor que para el lavado de dinero que es 120.

¿Es más relevante para nuestra sociedad controlar las drogas que combatir la corrupción? Por ridículo que suena, eso parece decir nuestro sistema penal. No abogo aquí por un aumento de penas para los delitos de corrupción. Más derecho penal difícilmen­te resolverá ese complejo problema social, institucio­nal y, sí, también cultural. Lo que busco es mostrar los absurdos a los que nos ha llevado la escalada punitiva en la guerra contra las drogas. Absurdo y además ineficaz, pues es difícil argumentar con seriedad que las exageradas penas que hoy tenemos desincenti­van la siembra, producción, transporte, o posesión de drogas en México. División de Estudios Jurídicos CIDE @cataperezc­orrea

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