Sepulturero, oficio que se hereda
Fundado en 1875, el panteón civil de Dolores es el más grande y uno de los más antiguos de la Ciudad de México; en su interior resguarda la Rotonda de las Personas Ilustres
Una enorme puerta de estilo Art Decó recibe a los visitantes del panteón civil de Dolores. Al adentrarse, el silencio reina en todos los rincones y es el eterno acompañante de los difuntos que se encuentran en ese terreno de dos millones de metros cuadrados, en la segunda sección de Chapultepec.
Ha pasado más de un siglo de su inauguración, en 1875, y este sitio, en donde la muerte es protagonista, también ha sido el lugar en el que un grupo de trabajadores ha encontrado, irónicamente, una forma de vida entre los muertos de la ciudad.
El oficio de sepulturero no es una labor común y no muchas personas se atreven a realizarla; sin embargo, la extensión del panteón de Dolores requiere que haya gran cantidad de enterradores, quienes tienen diferentes funciones, desde sepultar a los difuntos, trabajar en los detalles de las tumbas, hasta encargarse de la fosa común.
Para Carlos, José, Ulises e Israel Cancino, nuestros cuatro entrevistados, ser sepulturero es un trabajo como cualquier otro. Todos coinciden en que este oficio “se hereda” de generación en generación y consideran raros los casos de quienes llegan ahí sin tener algún familiar que también haya sido sepulturero. Los olvidados de la fosa común. Israel Cancino, encargado de la fosa común, nos cuenta que cada fin de semana llegan cadáveres que envía el Servicio Médico Forense, regularmente entre 10 y 25 muertos. Son pocas las personas que van a reconocer algún cuerpo, pues de 100 se reconocen sólo 5 o 6. También cada que terminan las clases de los estudiantes de Medicina, los servicios forenses envían muchos cadáveres, ya en cajas, listos para enterrarse en la fosa común.
De acuerdo con la entrevista Vidas ejemplares: De los que conocen la miseria y el dolor, realizada por Óscar Leblanc en 1925 y publicada en EL UNIVERSAL ILUSTRADO, las condiciones en el lugar eran muy distintas: “Aquí dejamos todas las noches una fila de muertos para que se maduren en la noche. Sólo así evitamos enterrar por equivocación a un vivo” relataba para Leblanc un empleado del cementerio de ese tiempo. Con el tiempo estas tenebrosas costumbres dejaron de practicarse.
A pesar de los cambios que han transcurrido a lo largo de la historia del panteón civil de Dolores, los trabajadores aún están expuestos a momentos muy impactantes, como recuerda Carlos, quien dice que la primera vez que vio los restos de un muerto fue una experiencia aterradora. “Algunas de las cajas se llenan de agua y hacen que el cuerpo flote”. A pesar de que al principio esto le causaba miedo, dice que “a todo se acostumbra uno”.
Antes de que el panteón civil de Dolores fuera el más importante para los capitalinos, los primeros cementerios de la ciudad se establecieron en los atrios de las parroquias, según el artículo Cementerios que la ciudad enterró de Víctor Jesús Martínez en EL UNIVERSAL.
Pero el crecimiento de la población obligó a los gobiernos, desde el siglo XVIII, a ubicar estos camposantos en lugares alejados y a plantear la idea de un cementerio general para toda la ciudad. En el siglo XIX los panteones de Santa Paula, San Fernando y Campo Florido eran los principales.
Dentro del antiguo rancho Coscoacoaco, al oeste de la ciudad, existía un lugar llamado Tabla de Dolores, donde se instaló este cementerio, según indica Héctor de Mauleón en su artículo El misterioso panteón de Dolores publicado en 2013 en EL UNIVERSAL. El terreno pertenecía a Dolores Gayosso, una dama del siglo XIX, cuyo hijo, Eusebio Gayosso, fundó la agencia funeraria que lleva su apellido. Sin embargo, fue su yerno, Juan Manuel Benfield, quien solicitó una concesión para abrir un panteón civil.
Así, en 1875 surgió el panteón más grande de la Ciudad de México. La primera persona en ser enterrada ahí fue el general EusebioG ay os so, esposo de Dolores Gay os so. En ese tiempo las tarifa s de las tumbas, de acuerdo con el libro Vida cotidiana de la Ciudad de México 1850-1910, de Cristina Barros y Marco Buenrostro, iban de los cinco a los 85 pesos.
Benfield, además de fundar el cementerio, también le propuso al entonces presidente Sebastián Lerdo de Tejada crear un lugar donde se guardaran los restos de los personajes más importantes para México.Así surgió la Rotonda de las Personas Ilustres, donde se ubican 115 tumbas.
Entre los personajes que reposan ahí están Dolores del Río, Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros, Rosario Castellanos, Ramón López Velarde, Tina Modotti, Pedro Infante y Agustín Lara.