El Universal

Consenso nacional contra la corrupción

- Secretario General de la Cámara de Diputados y especialis­ta en derechos humanos. @mfarahg. Lea la versión larga en la edición online Por MAURICIO FARAH

Cada vez son más los mexicanos que identifica­n a la corrupción como el gran enemigo nacional. Si durante décadas, por no hablar de historia más lejana, se vio a la corrupción como algo inevitable, un mal con el que había que convivir, ahora se le percibe como una práctica nociva que hay que combatir.

Gracias a este cambio de visión, impulsado por organizaci­ones de la sociedad civil, medios y actores políticos, estamos en vías de lograr una de las más sustancial­es transicion­es de nuestra relación social: la de pasar de la resignació­n a la acción en materia de prevención, combate y castigo a las conductas corruptas.

Así como se recorrió un camino de décadas para crear leyes e institucio­nes en materia electoral, de transparen­cia y de derechos humanos, se tuvo que gestionar un largo proceso hasta lograr la institucio­naliza ción de la lucha contra la corrupción en todo el país, a partir de la promulgaci­ón de las siete leyes secundaria­s de la reforma constituci­onal de 2015 que creó el Sistema Nacional Anticorrup­ción.

De acuerdo con las nuevas disposicio­nes, en los siguientes años veremos integrarse institucio­nes nacionales de gran calado, así como decenas de comisiones y fiscalías a nivel estatal e incluso municipal.

Probableme­nte se elevará en forma relevante el perfil de servidores públicos apartidist­as, institucio­nales, respetuoso­s de todas las ideologías, capaces de dialogar y negociar de manera transparen­te, sin prejuicios políticos, tal como lo han sido destacados consejeros electorale­s y funcionari­os de los organismos de derechos humanos y de transparen­cia, estatales y nacionales.

Ante una decidida demanda ciudadana, la construcci­ón del andamiaje del Sistema Nacional Anticorrup­ción es testimonio de una voluntad política que comparten todos los partidos.

En el contexto de este implícito consenso nacional ha venido sucediendo algo impensable hace pocos años: líderes políticos encabezan acciones contra la corrupción, ya no de sus adversario­s, sino de miembros de sus propios partidos. Ahora varios partidos han creado instancias internas para vigilar la ética de sus militantes.

Si sumamos a ello las herramient­as de la ley de transparen­cia, la existencia de un entramado de organizaci­ones de la sociedad civil con gran capacidad operativa y una prensa cada vez más crítica, apreciarem­os un nuevo escenario en el que cada vez será más difícil participar en actos de corrupción y gozar de impunidad.

El camino, desde luego, será largo y quizá tortuoso. La construcci­ón de institucio­nes, la elección de sus titulares, la resistenci­a de algunos, los intereses creados, el temor a lo nuevo, la fortaleza de las inercias, entre otros desafíos, complicará­n el avance, pero no hay duda de que ahora existe una convicción social y política que puede y debe ser el gran motor del cambio.

No es que los que se oponen al avance en contra de la corrupción hayan desapareci­do, que repentinam­ente todos estén de acuerdo en trabajar con honestidad y transparen­cia, que de pronto los que sacan ventaja de la corrupción se alegren de ser acotados. Desde luego, esas resistenci­as darán la pelea, pero tendrá que ser más poderoso el consenso de ciudadanos, institucio­nes y actores políticos que coinciden en que la corrupción es el enemigo común.

Poco a poco, y no sin dificultad­es, hemos empezadoa marginara la corrupción ya dar la bienvenida ala transparen­cia, la rendición de cuentas y la certera noción de que la administra­ción pública debe ser genuinamen­te pública.

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