El Faro de Oriente rescata a Héctor García
En tiempos de fotografía digital y a seis años de su muerte, la Fábrica de Artes y Oficios de Oriente (Faro de Oriente) rendirá un homenaje al fotógrafo Héctor García, con una muestra que forma parte de la Colección de la Fundación María y Héctor García. El emblemático pipila de García, un hombre con su mecapal que carga una puerta que dice “Entrada de artistas”, encabeza la selección de imágenes que a manera de rescate histórico presentará el Faro de Oriente en la Galería Principal entre el 30 de julio y el 31 de agosto. En Visualidades inesperadas se exhibirán fotografías del artista de la lente y algunos de los aparatos fotográficos de su agencia Foto Press, empleados para producción de las tomas y su procesamiento en laboratorio y que son característicos de la era analógica en la fotografía, bajo la que este fotógrafo produjo la mayor parte de su trabajo y cuya tecnología, prácticas y búsquedas expresivas hoy están siendo sustituidas por la fotografía digital.
Hubo un tiempo en que la aspiración de los escritores latinoamericanos (y no sólo de ellos) era escribir “novelas totales” y tal parecía que con 2666 (2004), la odisea inacabada de Roberto Bolaño finalizaba esa pretensión tan idiosincrática del Boom. Que cada nación tuviese su novela total y a su novelista era muy propio de las maneras intelectuales nuestras, pues como lo apuntó, distante, José Gaos, si había una filosofía en lengua española era aquella entretenida en negar, bendecir o sopesar el ser nacional. Nada más natural que cada nación latinoamericana tuviese así a su novelista ejerciendo de ontólogo de cabecera. Pero de aquella tribu sólo sobrevive Vargas Llosa y hay quien dice que sin él, la novela latinoamericana tendrá que conformarse con preservar su lugar conquistado, con cierta demora, en la literatura mundial.
No es tiempo aún, me parece, para saber si Bolaño fue el fuego fatuo del Boom o el verdadero inicio de otro ciclo, aunque dado que el chileno fue mi contemporáneo (y de usted) me inclino por pensar lo segundo, pues cada época quiere para sí el monopolio de ese “año de la misericordia” que es como debió llamarse The Night (Alfaguara, 2016). Está impactante novela —la primera— del venezolano Rodrigo Blanco (Caracas, 1981) no sólo está escrita sino también pensada, punto que suele distinguir a las novelas significativas de las novelerías de cada temporada.
Sí, figurativamente, creo que la verdadera novela está no sólo escrita sino pensada. Ejemplo de éstas últimas son, desde luego, el Quijote o Madame Bovary y entre nosotros Pedro Páramo o Cien años de soledad. Es materia de discusión si el autor piensa su novela o es —la famosa obra abierta— el lector quien le otorga un sentido. En el caso de Rulfo pareciera que su descomposición trascendente del mito agrario lo tomó a él por sorpresa lo mismo que a sus lectores, mientras que las líneas finales de Cien años de soledad confirman el libro infinito sugerido por Borges. Faulkner pensaba sus novelas, Hemingway, no. Habrá quien diga que Finnegans Wake fue pensada y no escrita.
The Night, como 2666, es una novela pensada.