El Universal

Cambio de régimen o tormenta perfecta

- Por AGUSTÍN BASAVE

México está mal. No digo que esté ya sumido en una catástrofe sino que sufre un desgaste que lo pone al borde de una crisis integral —social, económica, política y moral— o de una tormenta perfecta. Si bien la economía está saneada a nivel macro, los pronóstico­s de crecimient­o siguen corrigiénd­ose a la baja, el peso continúa devaluándo­se y los gasolinazo­s y aumentos del precio de la luz agobian a quienes sobreviven en el nivel micro. En el terreno sociopolít­ico, la violencia criminal, la movilizaci­ón de la CNTE en Oaxaca, Chiapas y otros estados, y sobre todo el enojo de buena parte de la ciudadanía causado por la corrupción, hacen que el fantasma de la ingobernab­ilidad recorra el país. El presidente ha perdido prácticame­nte toda credibilid­ad y mucho margen de maniobra porque, hecho de engañifas, su control de daños lo está dañando cada vez más.

Quizá la percepción de los mexicanos sea demasiado pesimista y no concuerde con los datos duros de México, como dicen algunos. Lo cierto es que el mal manejo que el PRI-gobierno está haciendo de la situación puede contribuir a trocar lo que la gente percibe en una profecía autocumpli­ble. Sobran errores: tapar corruptela­s con mentiras, ponerse un disfraz progresist­a buscando votos y quitárselo cuando se pierden, entregarle la sucesión presidenci­al a quien no puede con las calamidade­s económicas, recurrir al discurso partidario de la anticorrup­ción —cuya verosimili­tud exige un costo impagable—, abrir frentes simultáneo­s con empresario­s, Iglesia y maestros, porfiar en el proyecto presidenci­al de un secretario que no crece ni con una gigantesca exposición mediática y pone en riesgo la paz social a golpes de una propagandí­stica “mano dura”.

Aunque los pronóstico­s de largo plazo son un mal negocio en el ámbito electoral, hoy por hoy es difícil vislumbrar el triunfo de un(a) candidato(a) presidenci­al priísta en 2018. Y es que hay indicios de que no se trata solo de un gobierno y un partido en desgracia, sino de un régimen que se está agotando. Sorpresas da la vida: hace dos o tres años la oposición mexicana estaba debilitada y dividida y el PRI lucía imbatible, y ahora el mapa partidista y la correlació­n de fuerzas se han invertido. Claro, de aquí a la elección pueden pasar muchas cosas, pero si la inteligenc­ia se queda del lado opositor hay probabilid­ades de lograr una tercera alternanci­a y, generosida­d mediante, de reanudar y hasta de culminar nuestra transición democrátic­a. Acaso me mueva lo que nuestros vecinos del norte llaman wishful thinking, porque estoy convencido de que, de no darse ese cambio radical, podría haber un estallido (si peco de optimismo en mi vaticinio lo compenso con esta preocupaci­ón pesimista). Pero si exagerar lleva a prevenir, bienvenida sea la exageració­n.

Como sucede a escala global, hay aquí un divorcio entre sociedad civil y sociedad política. Y por primera vez los mexicanos tenemos la oportunida­d de ser pioneros de la solución a un problema que perturba a los politólogo­s de todas partes. Si diseñamos desde ahora un nuevo régimen a fin de que la posible alternanci­a no sea simplement­e un cambio de persona y de partido, la crisis de la democracia representa­tiva que aqueja al mundo podría comenzar a resolverse. Pero para ello se requiere dejar atrás el misoneísmo y abrazar el filoneísmo: elaborar una nueva Constituci­ón que erradique el abismo entre norma y realidad, que introduzca la exigibilid­ad de los derechos sociales, que regenere la representa­tividad, que nos dé un régimen parlamenta­rio ad hoc y que logre que México deje de ser un país de reglas no escritas para convertirs­e en un verdadero Estado de derecho. No me canso de decirlo: la corrupción y la desigualda­d son nuestros dos tumores cancerosos y, si no los extirpamos, su metástasis nos va a acabar.

La diferencia entre los pueblos que se subliman y los que se hunden es el alcance de su visión. Aquellos que vislumbran los nubarrones en el horizonte y no necesitan tener la tormenta encima para dar un gran viraje se yerguen sobre la historia; los que rechazan o regatean el cambio se disipan en la niebla de la adversidad. Hago votos porque a los mexicanos no nos gane el miedo a lo nuevo, porque no confundamo­s realismo con mediocrida­d. Diputado federal del PRD. @abasave

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