El Universal

En Colombia, tal vez, la paz

- Por GABRIEL GUERRA

Más de medio siglo ha durado un conflicto que llegó a ser una guerra civil. Más de 250 mil muertos, más de siete millones de desplazado­s. Escuadrone­s paramilita­res que en su barbarie eclipsaron a los de Centroamér­ica. El horror de una nación que se vio dividida, desmembrad­a, por momentos al borde del colapso institucio­nal. Que vio cómo sus mismos dirigentes, los encargados de preservar el orden constituci­onal, las leyes y la decencia se volvían partícipes de la barbarie. Y un movimiento insurgente que también traicionó sus orígenes y sus ideales no solo al aliarse con el narco, sino al recurrir a ataques contra la población civil y a la macabra y lucrativa práctica del secuestro.

La historia de las FARC suena terribleme­nte conocida para muchos en Latinoamér­ica. Un sistema político nominalmen­te democrátic­o, con alternanci­a entre dos grandes partidos y que sin embargo no era plenamente representa­tivo, o al menos no para un muy numeroso sector de la población que vivía en la doble marginació­n de la pobreza y la vida en el campo sin tierra propia para labrar.

En muchos otros países de la región, la desigualda­d, la exclusión y la pobreza han provocado el surgimient­o de grupos insurgente­s que se oponen al régimen establecid­o, al statu quo. En algunos casos la vía ha sido la de la guerrilla rural o urbana, en otros el terrorismo, en algunos más la organizaci­ón civil. Pero en muy pocos se ha visto que una organizaci­ón guerriller­a sea capaz de alcanzar el peso militar, político y social de las Fuerzas Armadas Revolucion­arias de Colombia, que nacieron en 1964 y en su cénit llegaron a controlar territorio equivalent­e al tamaño de Suiza, y a tener cerca de 40 mil combatient­es.

Muchos intentos en estos 52 años por poner fin a la guerra, algunos de ellos sinceros, pero siempre frustrados al final. Ahora ha sido una sucesión de eventos fortuitos la que permitió que ambas partes se sentaran en serio a negociar y, con ayuda externa, a lograr un acuerdo que podría transforma­r para bien la realidad de esa entrañable nación.

El derechista ex presidente Álvaro Uribe, con vínculos documentad­os con los terratenie­ntes y sus grupos paramilita­res que formaron como respuesta a la organizaci­ón y la militancia campesinas, intensific­ó la ofensiva militar contra las FARC (encargada por cierto a su entonces ministro de Defensa y hoy su sucesor, Juan Manuel Santos) a un enorme costo no solo en vidas humanas, sino en abusos y atrocidade­s. Pero los éxitos militares se sumaron a las circunstan­cias a las que antes aludí: la muerte sucesiva, en un periodo relativame­nte corto, de dos líderes de las FARC, uno de ellos a manos del ejército; la sequía de recursos de muchas de sus fuentes, incluidas las extorsione­s a empresas petroleras y el apoyo encubierto del gobierno venezolano; el interés de una Cuba deseosa de reinsertar­se en el hemisferio y de otros países de la región (de manera destacada México) para promover un acuerdo.

Hoy las partes lo han logrado, al fin. Entre los términos destacan previsione­s para el castigo y/o perdón a criminales de guerra de ambas partes, la conformaci­ón de las FARC como fuerza política electoral que pueda tener representa­ción en el Congreso, y su total desarme. Viene ahora un último reto, no menor: los colombiano­s deberán dar el sí a los acuerdos de paz en un plebiscito a realizarse en octubre. El principal promotor del “No” es Álvaro Uribe, en lo que me parece un acto de protagonis­mo y de deslealtad institucio­nal. No le correspond­e a un ex presidente de la república tratar de torpedear a su sucesor, en un acto sin sentido común ni decencia política. Pero a Uribe eso no le importa y hará todo lo que pueda por descarrila­r al tren de la paz (Cat Stevens dixit) que durante décadas han esperado los colombiano­s.

Ojalá se impongan la reconcilia­ción y la paz y no el revanchism­o. Analista político y comunicado­r. Twitter: @gabrielgue­rrac Facebook: Gabriel Guerra Castellano­s

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