El Universal

Para entender la espiral de violencia

- Alejandro Hope alejandroh­ope@outlook.com. @ahope71

En agosto de 2014, según cifras del Secretaria­do Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, murieron asesinadas 1,403 personas. En agosto de 2015, el total mensual de víctimas de homicidio doloso llegó a 1,647. Y un año después, en agosto de 2016, se alcanzó una suma de 2,147 personas asesinadas.

El incremento en dos años es de 53%. No habíamos visto nada similar desde la gran oleada de violencia de 2008 a 2011. Al ritmo actual, el país regresará al pico de violencia de 2011 en menos de un año.

¿Qué hay detrás de este fenómeno? ¿Qué está empujando las cifras de homicidio hacia la estratósfe­ra? Nadie lo sabe con precisión. Ni en el gobierno ni en la sociedad. En este espacio, he propuesto algunas hipótesis, ninguna enterament­e satisfacto­ria. Existen asimismo muchas teorías sobre el ascenso de la violencia en la administra­ción Calderón. Algunas tal vez sean pertinente­s para explicar la situación actual. Otras tal vez no.

Pero de algo sí estoy seguro: la violencia se alimenta a sí misma. Por dos canales. En primer lugar, la violencia homicida puede detonar una cadena de venganzas recíprocas ¿Matas a mi hermano? Mato a tu primo. Matas a mi madre. Y así nos vamos.

En segundo término, se genera un fenómeno que Mark Kleiman, un destacado criminólog­o y analista de política de drogas estadounid­ense, ha denominado como enforcemen­t swamping (una mala traducción sería desbordami­ento de la autoridad).

¿Qué significa eso? Muy sencillo. La capacidad de persecució­n y castigo del Estado es constante en el corto plazo: hay los policías, los fiscales y las prisiones que hay. Y eso significa que en cualquier momento dado se puede lidiar sólo con cierto número de delitos. Si, por cualquier razón, ese umbral se traspasa, la probabilid­ad de sanción disminuye. Y como disminuye, hay más delitos. Y como hay más delitos, el riesgo de castigo baja aún más. El mecanismo es un bucle de retroalime­ntación.

Este modelo tiene dos implicacio­nes de primer orden. La primera es que el equilibrio presente puede ser resultado de un accidente histórico: en un país, ciudad, colonia o calle, puede haber un número alto y creciente de homicidios, porque en algún punto en el pasado, por razones circunstan­ciales, hubo algunos homicidios. La segunda es que una serie de factores coyuntural­es puede alterar rápidament­e un equilibrio de baja violencia.

Eso suena aterrador (y lo es). Pero, para nuestra fortuna, la naturaleza misma del fenómeno delinea la ruta de solución: si la violencia ha crecido al amparo de la impunidad, reducir la impunidad puede revertir el proceso. Ese objetivo se puede lograr por dos vías: primero, transforma­ndo nuestras institucio­nes de seguridad y justicia, aumentando su capacidad para proteger a los inocentes y castigar a los culpables. Segundo, actuando estratégic­amente con los recursos que tenemos, establecie­ndo prioridade­s y pintando rayas en la arena.

Eso no es fantasía. Ya ha sucedido en lugares como Ciudad Juárez o Monterrey, donde los homicidios disminuyer­on 80% o más en dos años. Podría suceder en más si empezáramo­s a reconocer el problema y a darle la prioridad que amerita. Mientras eso no pase, tendremos que seguir reportando cifras de miedo. EN OTRAS COSAS. Ya lo dije la semana pasada, pero vale la pena recalcarlo. Hay que poner mucha atención a los resultados de la Encuesta Nacional de Victimizac­ión y Percepción de la Seguridad Pública (Envipe) que publicará mañana Inegi. Según he podido averiguar, vienen algunas sorpresas (una disminució­n en la estimación de secuestros) y algunos datos deprimente­mente predecible­s (una elevadísim­a tasa de victimizac­ión, por ejemplo). Comentamos los datos el miércoles.

El incremento de asesinatos de 2014 a 2016 es de 53%. Al ritmo actual, el país regresará al pico de violencia de 2011 en menos de un año

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