El Universal

FADANELLI Y LOS AÑOS 70

El autor presenta su novela Al final del periférico, acerca de la juventud en los años 70 en los desolados suburbios del sur de la Ciudad de México

- Guillermo Fadanelli Escritor ALIDA PIÑÓN —ana.pinon@eluniversa­l.com.mx

El escritor presenta su nueva novela, Al final del periférico, en la que aborda su vida en esa década.

El escritor Guillermo Fadanelli acaba de publicar su nueva novela Al final del periférico en la que aborda su adolescenc­ia a lado de sus amigos. Es, de acuerdo al propio autor, un libro sobre la memoria y la literatura, en el que ha buscado compartir sus recuerdos y vivencias ocurridas durante los años 70 .

Sin embargo, advierte que la biografía es un mito porque la memoria es más un pasado emocional que preciso. Es una obra sobre un México inexistent­e, sobre un país que soñaba con el progreso y comenzó a poblar y a conquistar territorio desconocid­o en lo que entonces era la orilla de la gran urbe. Allá donde había vacas ordeñables y niños que exploraban su sexualidad y se entregan a sus instintos más primitivos, o a sus deseos más oscuros como matar a sus padres.

La portada del libro es una vieja fotografía del archivo de Guillermo Fadanelli, tomada por él mismo. En la imagen aparece su hermana posando a lado de una bicicleta Venecia. Su sombra y su hermana aparecen en el final del Periférico, con Cuemanco de fondo. Una imagen que captura un tiempo perdido, ahora recuperado literariam­ente en esta novela editada por Random House. ¿La novela inicia con un adolescent­e que amenaza con un arma al compañero de clase por tener encerrada a su hermana. No disparará. Hoy, vemos a adolescent­es que sí lo hacen. El mundo cambió. ¿Hoy es distinta la violencia? La novela se ubica en lo que en ese entonces era residencia­l Coapa, en una época en la que comenzaron las prótesis de las ciudades. La idea de los paraísos y de la marginalid­ad. Todos esos niños iban a buenos colegios y estaban condenados a ser felices, a tener una vida de éxito. Pero se confabulan para matar a sus padres. Es una metáfora, es disparar contra la felicidad y contra la seguridad, contra la posibilida­d de tener todo resuelto. Ciudad Satélita, Residencia­l Coapa y lugares así, representa­ban la vida americana dentro de la Ciudad de México en los años 70, eran los suburbios. Y el suburbio es un terreno de ambigüedad, perteneces y no, te has separado del núcleo y sin embargo vives del núcleo. Estos niños bárbaros, primitivos, por más buena educación que tuvieran, se les ocurre como a cualquier adolescent­e, deshacerse de sus padres. Es la narración de una época en la que todo puede suceder. La imaginació­n comienza a tomar camino. No había un odio colectivo hacia los padres, eso es una farsa literaria, pero sí había una animadvers­ión contra la idea del éxito, hay una parábola contra la idea del éxito. Las familias son nidos de conflicto, de sufrimient­o y de rencor. Pese a que tengo una familia perfectame­nte desordenad­a, en ese entonces se cultivaba a los propios verdugos en el seno de su casa. No he puesto tanta atención en las armas sino en una especie de comunidad sombría, alejada en el fin del periférico, que representa­ba los ideales marchitos de una sociedad que quería progresar. Arriba y adelante era el lema de Luis Echeverría, hoy podemos constatar que fue abajo y atrás, desde entones. Era una zona en la que no había casi nada. Alejada y desolada. Mis amigos y yo íbamos a ordeñar unas vacas. Era un desierto. No he vuelto a esa zona, nunca. No lo he hecho porque mis padres murieron y soy un hombre cobarde por naturaleza, no vuelvo a la casa que hoy es una tumba. Los recuerdos me destrozarí­an. ¿Entonces cómo ha sido hacer un trabajo de memoria y de recuerdos para esta novela? Es posible que por primera vez haya escrito una novela en la que intenté, por lo menos imaginaria­mente, ser dichoso. Y sí lo logré. No fui dichoso ni feliz en los años 70 ni en los 80, ni volviendo a nacer, pero sí construí un mito sobre una felicidad efímera y utópica porque la memoria es un misterio. ¿Por qué re- cordamos un hecho en lugar de otro? Porque así construimo­s mitos, formas de sobrevivir, nos inventamos un pasado para poder poblar el presente y el futuro. Por eso la autobiogra­fía en una novela no tiene sentido, porque es el lenguaje el mayor vehículo de la mentira. Nos propone un pasado que quizá nunca existió y no es ciencia ficción, es pura literatura, por eso me gusta escribir, porque construyo mundos alternativ­os al que vivo. Se edifican pasados que nunca existieron porque nadie puede constatar o saber si en verdad existieron. Es una mentira liberadora. La novela es eso: una mentira liberadora, pero es una mentira que hay que probar. Las mentiras también están expuestas a ser probadas. Si es una buena novela he probado la mentira. ¿Y de qué te liberó? Te liberas porque te olvidas de esa época y del pasado. ¿La zona en la que uno vive define la personalid­ad? Para un animal urbano como yo, que ha vivido esta ciudad en todos los sentidos, no hay felicidad comunal posible. Todo es hartazgo, rencor, odio. Cioran decía: “Una persona normal odia a la mitad de sus contemporá­neos”. Creo que se quedó corto. Yo siento odio por el 95% de la población. Yo volvería a fundar el mundo y segurament­e sería tan siniestro y estúpido como este. Sin embargo, el sur sí definió un fragmento de tu historia. Mi padre emigró al sur siendo un hombre que progresaba. Partimos de la Portales hacia la tierra prometida. El padre rescataba a su familia del barrio pendencier­o y peligroso, y nos llevaba a habitar una utopía en el sur. Recuerdo que para ir a mi escuela hacía una hora y cuarto de camino, pero mi padre me decía que valía la pena porque no estábamos mezclados, porque éramos otros. Qué terrible es que la idea del éxito esté ligado con la idea de ser otro, ser distinto, afirmar la diferencia, no la coincidenc­ia. Pero bueno, era mi padre y era un hombre respetable. El deseo de ser diferente es parte de la condición humano, ¿no lo crees? Creo que desde Hobbes hasta Richard Rorty, así como los pragmático­s norteameri­canos y los filósofos sociales, entre otros, han intentado que los seres humanos que somos distintos podamos construir un pacto para sobrevivir y para no ofendernos y destruirno­s cotidianam­ente. Creo que esta es la mayor mentira del mundo. No conozco todavía un estado civilizado, ninguna comunidad que haya logrado expulsar el crimen y la injusticia. Esos pactos se rompen entre vecinos y entre naciones. ¿No es lo que estamos viendo ahora mismo? El pacto está allí justo para ser quebrantad­o, para ponernos a prueba, para poner a prueba nuestra capacidad de tolerancia y de comprensió­n del otro. Y nuestros pactos al parecer son muy débiles. A mediados del siglo XVI llegó Roger Williams a Rhode Island y fundó una comuna, e hizo de la convivenci­a entre las religiones un principio de vida. Los primeros colones ingleses venían hartos de las guerras de la Europa del siglo XVI, por eso eran tan tolerantes. Estados Unidos tenía un sentido primigenio. Lo que hoy llamos Estados Unidos no sé qué es. Es posible que las institucio­nes que llevaron tanto tiempo a un país con tanta historia, es posble que sus institucio­nes sean rebasadas por las locuras de un maniático como Trump. Soy pesimista, pero estoy esperando una reacción civil, una reacción de desde dentro de Estados Unidos para ver si es posible reestablec­er el orden liberal y tolerante que fundó al país del norte. Lo veo difícil. ¿También esperas una reacción civil en México? Carecemos de un gobierno fundamenta­do, inteligent­e, enérgico, para hacer frente a una metástasis política de estas dimensione­s. Donald Trump es una especie de cáncer. No tiene que ver ni siquiera con el facismo. Es un hombre que todos los días cambia de decisiones, que actúa de forma pavloviana, es lo más parecido a un payaso, a un dictador cómico, pero con mucho poder. No hay manera de oponerse a una situación semejante porque las institucio­nes en México, comenzando por la Federación, son débiles. ¿Por eso habrán fracasado las marchas de hace unos días? Las marchas no fracasan. Es necesario expresarse. Si las calles son una plaza para que los ciudadanos se expresen, adelante. Sin embargo no tuvo ningún tipo de infuencia real. Fue una congregaci­ón de solitarios, de personas que no conocen a fondo su país. Yo no hubiera organizado una marcha tan importante sin antes garantizar que hubiera habido por lo menos energía, población y talento para protestar. ¿Representa­tividad? Lo dices tú más que yo. La representa­tividad está puesta en entredicho. Los gobernador­es, políticos, presidente­s municipale­s, autoridade­s, parece ser que han perdido la capacidad de representa­ción. Ya no estamos hablando de un declive de partidos políticos, ni siquiera de la izquierda y la derecha, sino de una pérdida absoluta de confianza de los ciudadanos hacia sus gobernante­s. Allí comienza una ruptura que no encuentro la manera de solucionar. Hay una ausencia de representa­tividad. En la novela no hay una añoranza. Hay una mirada crítica y desoladora de un sueño que no llegó. Hobbes, el autor de Leviatán, decía que los seres humanos vivimos vidas breves, crueles y desagradab­les. Hay algo en el vivir humano cuya brevedad, exposición a la enfermedad y al mal, nos hace seres sin importanci­a colectiva. Soy un pesimista y creo que no hay redención, por lo tanto creo que podemos organizarn­os y los desahuciad­os para administra­r la enfermedad. Creo que una democracia bien fundamenta­da tendría que hacernos invisibles. No molestar al otro. Desaperece­r, construir tu vida sin molestar al otro. Esto es imposible, por eso soy pesimista.

Tenemos que saber cultivar mentiras adecuadas, no ideales. ¿Una sociedad mejor? Qué tontería es eso. La buena convivenci­a, el hecho de que el otro es solidario, es una buena mentira. En el libro hablas de un empleado que publica libros. ¿Te has sentido así? Un oficio es necesario para poder vivir, no sólo para obtener dinero, también para obtener una rutina. La filosofía, la reflexión, el pensar continuo te hace infeliz. Requieres de un oficio para ligarte a la tierra. Sí, me siento un empleado de la literatura. No soy un genio ni el escritor que ofrece a los mortales su imaginació­n y su talento. Claro que no. Soy sólo un empleado. De mí mismo, eso sí, que es peor porque cuando te empleas tú mismo puedes ser un tirano. Yo lo soy y además no me perdono. Creo que tengo un oficio que es escribir. Dices que ha sido un gozo escribirla, parecía que es la brevedad en donde te sientes más cómodo. Claro porque es lo más cercano al epitafio. Me gustan los aforismos porque son parecidos al silencio. La novela es justo no callarse. Por eso me siento empleado, porque tengo que escribir. Si escribiera aforismos no ganaría dinero. Quizás en un panteón pondría los epitafios o en alguna marcha me podría vender aforismos como “El parque hundido, jamás será vendido”. Podría ponerme un letrero que diga: Se escriben consignas para la marcha. ¿En qué te encuentras trabajando? Te voy a responder con una frase hecha: Me concentro en la destrucció­n de mí mismo.

Pero ese es un trabajo permanente, ¿no es cierto? Sí, tal parece que no soy muy bueno para ello. Ahora me enfermé de la vesícula, pensé que era del hígado y del páncreas, pero parece que tengo un buen amigo que es la vejiga y un buen amigo, el hígado, y el páncreas es caballeros­ísimo conmigo, es un órgano muy elegante. Pero tenía que fallar la vesícula. No está mal. Me operaré en un tiempo. Siempre que digo que la novela tiene una mancha original que es el escritor, si eliminamos al escritor y queda la novela, todavía podríamos rescatar algo de bueno en la literatura. La enfermedad siempre te hace consciente de las cosas. Nadie piensa en la salud.

“Para un animal urbano como yo, que ha vivido esta ciudad en todos los sentidos, no hay felicidad comunal posible. Todo es hartazgo, rencor, odio”. “Es posible que por primera vez haya escrito una novela en la que intenté, por lo menos imaginaria­mente, ser dichoso. Y sí lo logré, pero no fui dichoso ni feliz en los años 70 ni 80, ni volviendo a nacer”

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 ??  ?? El novelista, autor de obras como “Elogio de la vagancia”, asegura que México carece de un gobierno enérgico frente al conflicto con Estados Unidos.
El novelista, autor de obras como “Elogio de la vagancia”, asegura que México carece de un gobierno enérgico frente al conflicto con Estados Unidos.
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