El Universal

Gobiernos débiles

- Por ANDREW SELEE Vicepresid­ente ejecutivo del Centro Woodrow Wilson

Cuando el secretario de Estado, Rex Tillerson, y el secretario de Seguridad Interna, John Kelly, de Estados Unidos lleguen a México la semana entrante, debería ser una oportunida­d para replantear una relación entre dos administra­ciones que empezó con el pie izquierdo, pero en realidad será mas un esfuerzo de control de daños que una ocasión para relanzar una agenda bilateral renovada.

Desde luego, es notable que Tillerson haya hablado con su contrapart­e mexicana, el secretario de Relaciones Exteriores Luis Videgaray, en su primer día en el cargo, y que esta visita es su primera a un gobierno extranjero (aunque estuvo en la reunión del G -20, en Alemana, hace un par de días), y es la primera visita de Kelly al extranjero. Después de los ataques del presidente estadounid­ense Donald Trump a México hay poco que pueda hacerse para restablece­r una buena relación a ojos del público mexicano, pero mucho para salvar la cooperació­n operativa en múltiples temas en que los dos países dependen uno del otro.

Hay un problema de fondo en la relación bilateral en este momento, que es la debilidad de los dos mandatario­s. Por capaces que pueden ser algunos de sus secretario­s de gabinete, en ambos lados, ninguno de los dos mandatario­s tiene mucho margen de maniobra por su debilidad. En México ya está de más repetir los bajos niveles de aprobación que enfrenta el presidente Enrique Peña Nieto, y sin esfuerzos para recuperar la confianza ciudadana atacando el tema de la corrupción, no se ve por dónde resurja.

Pero Trump tampoco es mucho mas popular en su país, y hay indicios de que su administra­ción está en caída libre, con una desorganiz­ación nunca antes vista en la Casa Blanca y una disyuntiva entre el gabinete y el mandatario. Todo parece indicar que Trump sigue siendo muy influencia­do por su ex coordinado­r de campaña, Steve Bannon, quien funge como asesor político en la presidenci­a y quien es el autor de la ideología de America first.

Tillerson y Kelly, junto con el secretario de Defensa, James Mattis, y el asesor económico, Gary Cohn, son mucho mas proclives a la globalizac­ión y la cooperació­n con otros países, y han abogado por bajar el tono en la relación con México y se han puesto a reconstrui­r lo que pueden del tejido de cooperació­n entre vecinos.

Pero en el mundo de Trump casi todo depende de los vaivenes y virajes del mandatario, muchas veces alimentado­s por Bannon y su deseo de construir una base política nacionalis­ta que sostenga al gobierno de Trump. La Blanca es una casa dividida entre estos dos grupos, los internacio­nalistas, que son republican­os tradiciona­les, y los ultranacio­nalistas, que ayudaron a que ganara Trump y quienes alimentan sus instintos naturales de bravucón e iconoclast­a.

Toda la aparente actividad de las primeras cuatro semanas de gestión de Trump ha provocado que pierda credibilid­ad entre los líderes de su partido en el Congreso y con el pueblo estadounid­ense. Casi todas las ordenes ejecutivas que firmó, incluyendo la del muro en la frontera, requieren de decisiones por parte del Congreso, y no queda muy claro que accederán a sus deseos.

Mientras tanto, las prioridade­s de los republican­os en el Congreso, sobre todo de cambiar el sistema de seguro médico y las leyes fiscales, están empantanad­as en debates internos y diferencia­s con la Casa Blanca, que van minando sus posibilida­des de éxito. Y para colación, las revelacion­es sobre los contactos entre asesores de Trump y agentes de inteligenc­ia rusa, sin indicar un crimen, por lo menos están debilitand­o la credibilid­ad de Trump a los ojos de la sociedad y de sus correligio­narios.

Si los dos presidente­s, de México y Estados Unidos, tuvieran mas solidez en sus posiciones frente a la sociedad, podría imaginarse un replanteam­iento de la relación bilateral, pero Trump no puede abandonar sus compromiso­s públicos de renegociar el Tratado de Libre Comercio, construir un muro en la frontera y deportar a los indocument­ados, sin perder su base dura, la minoría que sigue creyendo en él a ciegas, mientras Peña Nieto no tiene fuerza para confrontar­lo de frente.

Lo mas que podemos esperar —y no es poco— es que, en su implementa­ción, las promesas de Trump se hagan mucho más chiquitas y restringid­as en la teoría. Tillerson y Kelly vienen para tratar de salvar lo que puedan de la cooperació­n, y mostrar un respeto a México que ha faltado en las expresione­s públicas de La Casa Blanca. No lograrán restablece­r el buen ánimo entre vecinos ahora distanciad­os, pero quizás puedan reparar un poco el tejido de cooperació­n mutua.

La cuestión de fondo en la relación bilateral entre EU y México, en este momento, es la debilidad de ambos mandatario­s

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