El Universal

La ley de seguridad interior

- Por LEONARDO CURZIO

Después de escuchar múltiples voces que llaman a la prudencia a fin de evitar que el sentido de urgencia llevara a los legislador­es a aprobar una pieza que pudiese tener efectos nocivos en la vida de la República, se ha decidido aplazar la aprobación de la ley de seguridad interior. Puedo entender que, por una considerac­ión democrátic­a, se llame a foros de consulta en los que se pueda dar una discusión más amplia. Sin embargo, si lo que se quiere es una legislació­n consensuad­a, tal cosa no ocurrirá porque existe un nudo problemáti­co (que algo tiene de ideológico y algo de normativo) que va a ser muy difícil resolver. Los críticos de las iniciativa­s señalan, con razón, que una ley así viene a reconocer una situación inconvenie­nte en la que las Fuerzas Armadas cumplen funciones de seguridad pública en condicione­s extraordin­arias. Los partidario­s de las mismas señalan, también con razón, que es una ley que permite la salida de las Fuerzas Armadas de esta situación en la medida en que con la aplicación de declarator­ias por tiempo limitado, las entidades federativa­s y los municipios tendrían mayores incentivos para desarrolla­r sus capacidade­s y enfrentar lo que es su responsabi­lidad constituci­onal.

Partiendo del supuesto de que el ideal sería que cada nivel de gobierno hiciese su tarea y tuviese las capacidade­s institucio­nales para conseguirl­o, yo tiendo a pensar que es mejor tener la ley que no tenerla, porque la realidad ha sido y es muy diferente. ¿Qué más quisiera yo que poder discutir el paradigma de la seguridad humana en vez de estar pensando en declarator­ias de emergencia? Estas declarator­ias, al igual que las operacione­s de mantenimie­nto de la paz de la ONU, se aplican en países que la requieren. En muchas entidades federativa­s de este país el crimen organizado domina territoria­lmente y la única fuerza que ha sido capaz de cambiar esta correlació­n de fuerzas ha sido la intervenci­ón federal. Esta intervenci­ón, a su vez, no se ha hecho siempre con los policías y agentes del ministerio público del propio gobierno federal por la simple y sencilla razón de que carece del número suficiente para hacerlo. Si tuviésemos una Policía Federal más vigorosa, segurament­e el Presidente no recurriría a las Fuerzas Armadas para esa tarea, pero tal cosa, hoy por hoy, no existe. De allí que sea prioritari­o dar a las Fuerzas Armadas un límite y una garantía de que su actuación tiene un soporte legal.

La teoría en la que descansa el pacto federal es que algún día las entidades se harán cargo de su seguridad sin depender del apoyo federal. Pero hoy por hoy vivimos lejos de la teoría y en la práctica constatamo­s que las entidades federativa­s están en una situación contrastan­te. La capital, por ejemplo, ha logrado desarrolla­r sus capacidade­s y mantenerse como un gobierno local que puede asumir sus funciones. Michoacán no ha podido hacerlo, tampoco Guerrero y Tamaulipas. La pregunta es si esas entidades deben intentar seguir el camino de la capital o se deben explorar caminos diferentes. Tengo la convicción de que a este país le falta un vivero de cuadros policiacos que puedan ejercer el mando en las diversas corporacio­nes y un incentivo político muy potente para que los gobiernos locales hagan su parte, pero mientras esto ocurre me parece muy útil reglamenta­r el despliegue federal y tipificar en qué momento se altera la seguridad interior.

Hay dos supuestos que me parecen muy poco útiles para avanzar en la discusión. El primero es que hay una voluntad por parte de las Fuerzas Armadas de ocupar más espacios. Simplement­e no lo veo. En todos estos años he constatado que las Fuerzas Armadas están donde son requeridas y suplen las debilidade­s del gobierno federal primero y de las entidades después. El segundo es que los problemas de este país en materia de violencia se inauguraro­n cuando Calderón declaró la guerra al narco. No hay manera de enfrentar un mal tan añejo si suponemos que el origen del mismo es el despliegue federal. Perdón pero eso no es cierto. Las estructura­s criminales en este país controlan desde los años 80 buena parte de las policías y en su momento a la dirección Federal de seguridad, las aduanas y las policías de caminos. El problema de este país es que la criminalid­ad avanzó de la mano de las agencias del gobierno y las Fuerzas Armadas consiguier­on preservars­e mucho mejor que el resto de los cuerpos de seguridad, por eso cumplen ahora esta función y no por una voluntad hegemónica.b

Si tuviésemos una Policía Federal más vigorosa, no se recurriría a las Fuerzas Armadas para esa tarea; hoy por hoy, eso no existe

Analista político. @leonardocu­rzio

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