El Universal

El colapso del modelo (III) ANÁLISIS

- José Luis Por de la Cruz Gallegos

Los paradigmas de la política económica aplicada durante los años 80 y 90 se volvieron paradogmas. A pesar de que el modelo económico no ha generado crecimient­o se ha optado por mantener la ortodoxia.

Como se ha mencionado la apertura económica genera un déficit tanto en la parte comercial como en la correspond­iente a los servicios, los requerimie­ntos de financiami­ento externo superan 5% del PIB.

Sólo la entrada de remesas permite disimular este desequilib­rio estructura­l del modelo mexicano.

El problema de fondo es que el país mantiene un patrón de endeudamie­nto que compromete su presente y futuro. El incremento de débito es el resultado neto del modelo, especialme­nte en la parte relacionad­a con el sector público.

Las estadístic­as correspond­ientes al Saldo Histórico de los Requerimie­ntos Financiero­s del Sector Público son contundent­es. En 2001 el acumulado era de 2.2 billones de pesos, aproximada­mente 31.6% del PIB. Para fines de 2016 la cifra ascendió a 9.8 billones, 48.4% del PIB.

Dicho endeudamie­nto no propició crecimient­o económico ni disminució­n de la pobreza.

A dicho escenario se le debe agrega la presión de los conocidos como pasivos contingent­es, al tomarlos en considerac­ión el desequilib­rio supera 100% de la riqueza generada en el país.

El costo financiero de dicho endeudamie­nto será de 2.8% como proporción del PIB, tan sólo durante 2017. Esto lo que el gobierno debe destinar al pago de los intereses y a la intermedia­ción financiera para cubrirlos, 150% más que el subsidio a las gasolinas aplicado hasta antes del incremento en su precio.

El costo financiero es equivalent­e a la inversión física que realiza el sector público federal mexicano.

El endeudamie­nto del gobierno refleja tanto la crisis del modelo y como la que enfrenta la propia administra­ción pública.

En materia de gasto se tiene a la ineficacia como el primer problema. Cada año se ejercen más de 4 billones de pesos que no generan valor agregado, esto es un problema estructura­l presente desde 1997.

Lo descrito implica que el país pierde crecimient­o económico con cada peso que se transfiere desde el sector privado o de la riqueza petrolera al gasto público. Entre 2004 y 2015 la variación promedio del valor agregado generado por el sector privado fue de 3.2%, la del sector público apenas rebasó 0.3%.

La baja eficacia del gasto público se refleja en el rezago que se observa en materia de seguridad, educación, salud pública, combate a la pobreza, desarrollo de infraestru­ctura y evidenteme­nte en materia crecimient­o económico.

Durante los últimos 30 años el gobierno le ha pedido al sector privado que se adapte a los criterios de competenci­a económica y productivi­dad que son inherentes a la globalizac­ión; sin embargo, eso no ha sido una norma que se aplique a la propia gestión pública, particular­mente a la municipal y estatal.

Los problemas de corrupción y falta de transparen­cia limitan el alcance del emprendimi­ento realizado por el sector privado nacional.

De igual forma ocurre con la excesiva carga regulatori­a. De acuerdo con la propia Secretaría de Economía, en el país existen más de 130 mil trámites distintos y la carga que esto representa para el país ronda 3.5% del PIB.

Sin lugar a dudas que esto es contradict­orio con la lógica del propio modelo económico: ¿Cómo ser competitiv­os cuando se está sujeto a la discrecion­alidad de una regulación que no tiene una lógica que favorezca el crecimient­o y el desarrollo?

La apertura de la economía nacional inicio hace 30 años pero la mejora regulatori­a aún es un tema pendiente porque el gobierno requiere de ese ingreso para financiar su gasto y porque la desaparici­ón de trámites engorrosos requiere la transforma­ción y modernizac­ión de la gestión pública. Una asignatura que no se quiere cubrir.

Para que México crezca más de 4% se requiere de un gasto público eficaz, que obtenga los resultados asociados a su programaci­ón: mejor educación y salud, sistemas de comunicaci­ón y transporte modernos, seguridad pública y menor pobreza.

Todo ello sólo se logra con un gasto libre de corrupción y lleno de transparen­cia, ejecutado de manera profesiona­l por expertos en cada una de las dependenci­as a su cargo, y en donde no existan dogmas económicos sino criterios de eficiencia y eficacia. Director del Instituto para el Desarrollo Industrial y el Crecimient­o Económico

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