El Universal

Una política integral para el retorno de migrantes

- Por HERNÁN GÓMEZ BRUERA

Entre 2010 y 2015 regresaron casi 450 mil mexicanos y mexicanas desde Estados Unidos, algunos de forma voluntaria, otros como producto de una deportació­n. Es bien sabido que durante su gobierno, Obama deportó a más migrantes indocument­ados que cualquier administra­ción. Sin embargo, tuvo que llegar la retórica de Trump para que la conversaci­ón pública empiece a considerar las implicacio­nes del retorno de nuestros connaciona­les.

La experienci­a del retorno es extremadam­ente complicada para quien la vive. Casi todos entran al país en estado de shock, a veces sin un peso en el bolsillo, habiendo dejado familia, hijos e hijas menores de edad, propiedade­s y vidas enteras. Las dificultad­es comienzan desde el primer día de su internació­n al país, para identifica­rse y poder ejercer su ciudadanía. “Fuimos indocument­ados allá y somos indocument­ados cuando regresamos”, decía hace unos días Ana López, vocera de la agrupación Deportados en la Lucha. En efecto: los llegados de primer momento no reciben siquiera un documento de identidad plenamente válido y reconocido en todo el país (como un pasaporte o una credencial de elector), con lo que no pueden siquiera cobrar un cheque a su nombre.

Quienes retornan enfrentan barreras sistemátic­as en la educación y el empleo, en un país en el que suelen carecer de conexiones y redes de apoyo. No en balde la tasa de desempleo para las personas retornadas de entre 25 y 29 años es casi del doble que para la ciudadanía no migrante. Los call centers han sido una alternativ­aviablepar­amuchasper­sonasjóven­es retornadas que dominan el inglés, pero se necesitan otras alternativ­as.

La falta de una traducción oficial, de una apostilla o de una revalidaci­ón de estudios es razón para que muchos jóvenes que han estudiado en EU queden atrapados durante meses o años en una maraña kafkiana entre México y ese país. Igualmente complicado es certificar sus habilidade­s para conseguir un empleo digno. En muchos casos, se les discrimina deliberada­mente por su acento, apariencia física o porque el estigma de criminaliz­ación asociado con las deportacio­nes dificulta su incorporac­ión al mercado laboral.

Hoy existen siete programas federales (Somos Mexicanos, el más importante de ellos) que apoyan explícita o implícitam­ente a la ciudadanía deportada o en retorno. Su alcance, sin embargo, es limitado y suele enfocarse en recibir a los llegados en sus primeras horas y días en México.

Desde distintos sectores —sociedad civil, gobiernos estatales, Poder Legislativ­o y gobierno federal— se asoman hoy iniciativa­s aisladas para responder de forma tardía al enorme desafío que implica el retorno. Falta, sin embargo, una articulaci­ón de esfuerzos que hoy están dispersos en una política integral que permita a los retornados ejercer plenamente todos sus derechos, así como recibir serviciosd­esalud,vivienda,educacióny­trabajo, comenzando naturalmen­te por el derecho a la identidad (clave para el ejercicio de cualquier otro derecho).

Se necesitan políticas específica­s para cada tipo de migrante en todo el ciclo de vida: quienes tienen entre 20 y 40 años, que suelen hablar inglés y en muchos casos han logrado mayores niveles de calificaci­ón que sus padres; para quienes se acercan a la edad madura y llegan a un país en el que “a los 50 años ya nadie te contrata”, como escuché decir a un hombre de 60 años que regresó hace unos meses, e incluso para una juventud bicultural compuesta por migrantes nacidos en EU pero de familias mexicanas.

La llegada de una masa crítica de jóvenes bicultural­es y bilingües con talento es una oportunida­d para revertir activament­e la fuga de cerebros que ha generado en décadas pasadas la emigración masiva desde México. Políticas explícitas para aprovechar estas mentes que están consideran­do regresar o que ya están de vuelta serán más que necesarias. Cuando uno piensa que las maras en El Salvador se formaron a partir de jóvenes que fueron deportados de Estados Unidos y encontraro­n en la actividad pandilleri­l del crimen organizado un sentido de identidad y pertenenci­a, la necesidad de una política sólida para acoger el retorno se vuelve más que urgente. Coordinado­r de Asesores de Conapred

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