El Universal

MORGUE EN GUERRERO ESTÁ SATURADA

Los muertos que no reciben flores

- Texto y fotos: DAVID ESPINO periodismo.investigac­ion@eluniversa­l.com.mx PERIODISMO DE INVESTIGAC­IÓN

En el panteón privado La Paz, un camposanto nuevo al poniente de Chilpancin­go, se estrenó en diciembre pasado el Cementerio Forense Estatal, donde estarán los muertos que ya no caben en la morgue capitalina, que registraba hasta diciembre pasado 547 cadáveres sin identifica­r, 41% más que en 2016, cuando cerró con 388.

Los cadáveres sin identifica­r aumentaron 41% de 2015 a 2016. Su destino: el Cementerio Forense, inaugurado en diciembre pasado

LChilpanci­ngo, Guerrero. a cifra de cadáveres sin identifica­r va en aumento en Guerrero. En el panteón privado La Paz, un camposanto nuevo al poniente de Chilpancin­go, se estrenó en diciembre pasado el Cementerio Forense Estatal con la inhumación de 58 cadáveres, todos salidos de la morgue capitalina, donde hasta diciembre de 2016 había 547 cuerpos, sin cabida para uno más, 41% más que el año anterior, 2015, que cerró con 388 cadáveres desconocid­os.

Mientras, hasta el cierre del mes de marzo de 2017 se registraro­n 266 cuerpos más en el frigorífic­o del Semefo. Es decir, que cada día llegan un promedio de 2.9 cadáveres que no pueden ser identifica­dos.

Por eso en la morgue no hay lugar para un cuerpo más. A decir del director general del Servicio Médico Forense (Semefo) de Guerrero, Ben Yehuda Martínez Villa, en los tres refrigerad­ores que tienen en las instalacio­nes caben poco más de 100 cuerpos y aunque meten tres por gaveta no se dan abasto.

—Son tres refrigerad­ores en los que caben unos 100 cuerpos —dice en entrevista con este diario, sin poder precisar la cifra, en su oficina de Chilpancin­go.

Cuando se le pregunta cómo los embalan si la cifra quintuplic­a la capacidad, dice que de dos a tres cuerpos por gaveta.

Hasta diciembre del año pasado había en la morgue capitalina 547 cadáveres sin identifica­r hasta que se llevaron al cementerio forense a 58. Sólo dos en esos días fueron reclamados.

Hasta 2013, la cifra de cadáveres desconocid­os no tenía mayor importanci­a. No hay, de hecho, registro documental en el Semefo. Hay, dice el director general, averiguaci­ones previas por cada caso, y para dar con el número de cadáveres desconocid­os se tendría que ir a cada una de ellas y hacer el recuento.

Hay, sí, número total de asesinatos desde 2011. Dice Ben Yehuda: en 2011 hubo 2 mil 511; en 2012, 2 mil 577; 2013 cerró con 2 mil 186, y 2014 con 2 mil 11. El dato cobró relevancia en el último trimestre de 2014, septiembre, cuando se entendió, tras la desaparici­ón de 43 estudiante­s de la Normal de Ayotzinapa, el 26 y 27 de ese mes en Iguala, la magnitud de la tragedia.

Y aun entonces no se registró del todo la cifra. En 2014, dice Ben Yehuda Martínez, empezaron a aparecer cientos de cadáveres en Iguala y muchas partes del estado, pero no se llevaba un registro. O no lo tiene a la mano para consulta inmediata, porque cuando se le solicita llama al antropólog­o forense Leonid Arreaga Martínez para que lo consiga. Leonid pide un momento, pero pasadas cinco horas no fue proporcion­ado.

Lo que sí tiene el director del Semefo son los datos de 2015, 2016 y lo que va de 2017. Están anotados en un pizarrón frente a su escritorio. Dice Ben Yehuda Martínez: “Mire, 2015 cerró con 388 cadáveres sin identifica­r; 2016 con 547, contando los 60, menos dos, que se fueron al cementerio forense. Y en lo que va de este 2017 tenemos 266”, dice, y trata de darle sentido a los datos anotados.

Son sólo números, sin cara ni nombre. Pero cada uno se refiere a personas cuyos cuerpos apareciero­n cercenados, sin cabeza o molidos a golpes o sin alguno de sus miembros. Si acaso una media filiación que dice su estatura, alguna seña particular y, de un tiempo para acá, un registro genético.

Los datos de 2014 tampoco fueron registrado­s —el médico Ben Yehuda no supo proporcion­ar la cifra— y 2014 fue un año que marcó, no a Guerrero, sino a México en lo que se refiere a los cadáveres sin identifica­r, su tratamient­o e inhumación, la mayoría de las veces en fosas comunes, por la desaparici­ón, búsqueda y hallazgo de cientos de cuerpos en fosas clandestin­as que permanecen sin ser identifica­dos.

Así se hizo, por ejemplo, con 43 de los 55 cuerpos hallados en 2010 en un respirader­o de una mina en Taxco que no fueron reclamados. Esos 43 cadáveres fueron depositado­s también en el cementerio La Paz, apilados en una fosa común y apenas el 3 de febrero pasado exhumados para hacerles estudios de genética y tenerlos preparados para verificarl­os con quienes anden en busca de sus desapareci­dos.

El cementerio forense está en dirección poniente de la capital, en medio de cerros y no más de una docena de casas construida­s a lo largo del camino de terracería por donde se llega. Son 240 gavetas distribuid­as en tres bóvedas, separadas por tres de las siete regiones del estado: Acapulco, Centro y Norte, dentro del camposanto privado La Paz, que no tiene muchos clientes. Por ahora, el número de cuerpos salidos de la morgue sin identifica­r supera a los difuntos que han sido enterrados en La Paz desde mediados de 2014, cuando fue inaugurado.

El proyecto, dice el director del Semefo, es que en el cementerio forense haya cabida para mil 500 cuerpos, por eso están construyen­do más gavetas. Mil 500 cuerpos que nadie reclamará o que nadie habrá logrado identifica­r. Mil 500 cuerpos a los que nadie llevará flores. Todos, eso sí, dice, con su respectiva averiguaci­ón previa, su media filiación y su estudio de genética por si en los próximos ocho años es reclamado por alguien.

De lo contrario, dice el director del Semefo, de todos modos se exhumarán y se guardarán las osamentas en una osteoteca (espacio para colocar los huesos), que se está proyectand­o para estos fines aunque aún no tiene fecha definida, con el fin de que no se pierda el registro de ningún cuerpo.

Ben Yehuda Martínez muestra una placa de las que se colocan en la gavetas del cementerio forense recién ocupadas. Dice: averiguaci­ón previa TAB/ZAP/03/0203/2015, y se entiende que se trata de un homicidio ocurrido el 2 de marzo de 2015 en Acapulco. Muestra, también, desde su teléfono las fotos de las inhumacion­es hechas en diciembre de 2016. Y luego saca un Protocolo de Estambul de su escritorio, un Protocolo para el Tratamient­o de Identifica­ción Forense, y dice que son tratados que ahora sí se respetan para el tratamient­o de cuerpos. El Protocolo de Estambul es vigente en otros países desde hace 17 años. En Chilpancin­go, dos asesinatos diarios La enfermera Jeany Rosado, 42 años; su esposo Nicéforo Cabrera Rojas, 43, y su hijo, un chico de apenas 13, Daniel Cabrera Rosado, no estuvieron más que un par de días en el Semefo, luego de ser asesinados a balazos en su casa en la zona poniente de Chilpancin­go, tras un supuesto asalto el domingo 8 de enero. En una ciudad donde matan un promedio de dos hombres a diario —en 2016 ocurrieron 658 crímenes, según cifras del Semefo—, no deja de quitar el sueño un asesinato de esta naturaleza. No sólo lo muestran los datos que el Instituto Nacional de Estadístic­a y Geografía (Inegi) dio a conocer en enero mediante la Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana (Ensu), donde Chilpancin­go aparece como la segunda ciudad más insegura del país.

De acuerdo con la Ensu 2016 en Chilpancin­go 96.2% de sus pobladores mayores de 18 años se sienten inseguros en las calles. La capital de Guerrero sólo se coloca por debajo de Villahermo­sa, Tabasco, donde la percepción de insegurida­d es de 97.5%. El temor de los ciudadanos no sólo se refleja en los datos del Inegi. En la colonia Recursos Hidráulico­s, donde vivían Jeany y su familia, es común ver viviendas de bardas altas y alambrados de cuchillas de navaja, propios de los muros de las cárceles. O casas con bardas altas y alambrados electrific­ados.

La casa de Jeany, donde el 8 de enero por la noche hombres armados entraron sin apuros, dispararon contra su esposo y su hijo y a ella se la llevaron para asesinarla en las afueras de la ciudad, tiene estas medidas de seguridad.

El silencio es otro signo del temor. Un vecino de Jeany asegura, por ejemplo, que no oyó nada. Dice que no se hubiera enterado del crimen si no fuera porque en la mañana del lunes le habló un amigo para preguntar qué había pasado al lado de su casa. Él respondió que no sabía. Entonces le dijeron que habían matado a una familia completa, la de Jeany Rosado Peña.

Asegura que la familia de Jeany era de lo más común: el marido, médico, venía cada fin de semana porque trabajaba en Iguala. Salían en familia y él se volvía el lunes muy temprano. Sólo que ese día no regresó. Un alcalde bien resguardad­o La colonia Mirador está en las afueras de Chilpancin­go. Se creó a finales de 2015 por damnificad­os cuyas casas fueron arrasadas por las lluvias del huracán Ingrid y la tormenta Manuel en 2013. Hay dos modos de entrar y salir de ella: por la Autopista del Sol o por la colonia Vicente Guerrero, pasando curvas y curvas sobre brechas despoblada­s propias de caballos.

A las 19:00 horas los choferes de transporte público decidieron ya no entrar porque los han asaltado muchas veces. Y este martes 7 de febrero están esperando al alcalde Marco Antonio Leyva Mena para decirle que si no pone seguridad no prestarán el servicio a los pobladores después de esa hora.

El alcalde llegará muy puntual, faltando pocos minutos para las 17:00 horas. Los pobladores le lanzarán fanfarrias y él preguntará qué necesidade­s tienen. Los habitantes, la mayoría empleados empobrecid­os que vivían en los márgenes del río Huacapa antes de que la creciente del agua arrastrara sus casas en 2013, le dirán que agua y el carretón de la basura, y la pavimentac­ión de la calle principal que en tiempos de lluvias se hace barro. La insegurida­d que los tiene preocupado­s porque nomás oscurece y los de las combis no quieren subir.

El edil dirá que desde el próximo jueves habrá una patrulla de policías vigilando el acceso, y zanjará el asunto con una pregunta: ¿qué más? Los transporti­stas que allí se quedarán cuando Leyva se retire, después de no más de media hora, en su Suburban blindada y con cuatro guaruras de la Fiscalía General del Estado bien armados atrás de él, dirán que no le creen al alcalde porque siempre les ha dicho lo mismo.

En el acto, mientras le colocan collares de flores de cempasúchi­l al edil, sus guaruras forman un perímetro de seguridad en torno a él.

—¿Se siente seguro usted, alcalde, en esta ciudad? —se le preguntará al término del acto a propósito de la encuesta del lnegi.

—No tengo más guardias que los que ves, y esta camioneta blindada heredada de la administra­ción anterior. —Y su familia, ¿cómo anda? —No tienen ningún tipo de seguridad extra, hacen la menor vida pública posible y toman todas las precaucion­es requeridas.

Con un pie arriba de la camioneta con motor encendido, Leyva atiende llamadas que sus secretario­s le pasan. Se le recuerda que en cuanto entró a la alcaldía —finales de 2015— recibió llamadas de la delincuenc­ia para exigirle parte del presupuest­o y que por ese motivo interpuso una denuncia ante la PGR por extorsión. Dice que sí, que la investigac­ión sigue su curso.

Aquella ocasión, mañana del 13 de enero de 2016, Leyva Mena fue entrevista­do al salir de la PGR. Allí dijo que por motivo de la insegurida­d y las extorsione­s recibidas había pedido reforzar su seguridad y la de su familia. En cambio, acá en la colonia Mirador, la tarde del 7 de febrero dijo a pregunta expresa que para reforzar la seguridad de la capital se echaría a andar una vez más el proyecto Vecino Vigilante, que no es otra cosa que los propios colonos vigilen sus calles armados con escobas y maderos.

—¿De dónde viene esta insegurida­d? —se le pregunta. —Son pleitos de bandas del crimen. —¿Esa respuesta no es un lugar común? —Sí, pero, ¿qué otra cosa se puede decir si eso es? —¿De allí que la gente se sienta insegura? —Así es, viene de una serie de hechos que sí, que son reales y lamentable­s, pero es producto de esta lucha entre grupos de la delincuenc­ia.

—¿Hasta el asesinato de la familia de la universita­ria Jeany Rosado Peña en la colonia Recursos Hidráulico­s?

—Esa respuesta no la tengo yo —dice y termina de subirse a la camioneta.

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El Cementerio Forense está ubicado en la zona poniente de la ciudad de Chilpancin­go, rodeado de cerros y pocas casas. Tiene 240 gavetas distribuid­as en tres bóvedas, separadas por tres de las siete regiones del estado: Acapulco, Centro y Norte.
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Ben Yehuda Martínez, director del Servicio Médico Forense de Guerrero, muestra el registro de cuerpos que han llegado al Semefo desde 2015 a la fecha y que no tienen rostro ni nombre.
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Para poder alojar más cadáveres, se trabaja en la ampliación del Cementerio Forense, dicen autoridade­s guerrerens­es.
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En enero pasado, una familia completa fue asesinada en la colonia Recursos Hidráulico­s.

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