El Universal

¿Y la Constituci­ón?

- Por ALFONSO ZÁRATE

Secuela de la propia experienci­a nacional, de décadas de asedio de las potencias internacio­nales, México sostuvo como uno de los pilares de su diplomacia, el principio de “no intervenci­ón en los asuntos internos de otros países”. Se trataba de la diplomacia de una nación que, por carecer de poder militar, económico o tecnológic­o, hacía del Derecho Internacio­nal su principal defensa.

Este principio le otorgaba a nuestro país una especie de blindaje ante la injerencia externa, principalm­ente, estadounid­ense. Era una manera de decir: yo no intervengo en los asuntos internos de otros, no intervenga­n ustedes en los míos. La “relación especial” de México con Estados Unidos tuvo como uno de sus componente­s la tolerancia ante lo que hiciera el régimen para mantener la gobernabil­idad, incluida la represión, Roger Hansen la llamó: “la paz del PRI”

Los gobiernos priístas pudieron someter violentame­nte las protestas de los ferrocarri­leros o los maestros o, incluso, una rebelión estudianti­l, como la de 1968, sin tener que sufrir una reprobació­n desde el exterior, quizás incluso encontrand­o simpatía, porque en Estados Unidos se vivía la Guerra Fría y el discurso de Díaz Ordaz sostenía que los estudiante­s estaban infiltrado­s por comunistas.

La caída del Muro de Berlín y de la Unión Soviética señalaron el fin de la Guerra Fría y la emergencia de un nuevo ordeninter­nacional.En1994,conelTLC, el gobierno mexicano pareció decirle al resto de naciones de América Latina que México cambiaba de código postal, que ya no era parte del subcontine­nte, ahora éramos parte de la América del Norte. Así, México dejó de ser el “hermano mayor” y la primera línea de defensa de los intereses latinoamer­icanos; perdimos peso e influencia en América Latina.

Enunciada en septiembre de 1930 y desde entonces eje de nuestra política exterior, la Doctrina Estrada postula que México no califica la legitimida­d de un régimen, simplement­e mantiene o retira a su embajador. En semanas recientes, con el agudizamie­nto de la crisis política en Venezuela, el gobierno de

Mientras no se reforme la Constituci­ón, la injerencia en asuntos internos de otros países constituye una violación constituci­onal

Enrique Peña ha decidido abandonar los viejos principios de nuestra diplomacia, aunque no es el primero; en agosto de 1981 el gobierno de José López Portillo suscribió con el de Francia una declaració­n reconocien­do al Frente Farabundo Martí y el Frente Democrátic­o Revolucion­ario, como una fuerza política representa­tiva en El Salvador. Los descubrimi­entos de grandes yacimiento­s petrolífer­os (Cantarel) parecían sustentar las fantochada­s de López Portillo ante el presidente James Carter.

Pero hay algo que parece ignorar Luis Videgaray, el aprendiz de diplomátic­o: si bien la Constituci­ón establece que es facultad del presidente conducir la política exterior, le establece límites: la fracción X del artículo 89 enumera los principios que debe seguir en esa responsabi­lidad, entre estos, el de “no intervenci­ón”.

No dudo que en los años recientes mucho ha cambiado México y el mundo, y que deberíamos emprender una discusión sobre la vigencia de los llamados principios de política exterior, pero mientras no se reforme la Constituci­ón, la injerencia en asuntos internos de otros países constituye una violación constituci­onal y, algo que quizás desestima este gobierno, entraña un riesgo político porque el que se lleva se aguanta y el Estado mexicano no podrá rechazar la injerencia externa en muchas materias y, como es evidente, tiene mucha cola que le pisen.

Por otro lado, no puede omitirse un hecho inquietant­e: que hoy el nuevo protagonis­mo de la diplomacia mexicana se da, no en contra, sino en completa sincronía con el gobierno de Donald Trump. ¿Jugaríamos el mismo papel que estamos asumiendo con Venezuela ante graves violacione­s a los derechos humanos de gobiernos aliados de nuestro vecino del norte?

Hoy el gobierno de Nicolás Maduro camina a pasos acelerados hacia una dictadura, no sería extraño que, en sus arrebatos autoritari­os, desencaden­ara una persecució­n aún mayor contra sus adversario­s, que los lleve a prisión o incluso a la muerte. Un escenario en el que, como ha ocurrido en el pasado, el gobierno estadounid­ense podría invocar los precedente­s de una OEA dócil, sumisa (“el Ministerio de Colonias”, le llamaron durante mucho tiempo), para promover injerencia­s no solo diplomátic­as sino militares contra gobiernos incómodos como el de Maduro o el de Evo Morales de Bolivia, incluso, si fuera el caso, contra un gobierno incómodo en México.

Por eso importa, antes de arrumbar los principios, abrir el debate y definir las nuevas coordenada­s de nuestra política exterior. Presidente de Grupo Consultor Interdisci­plinario. @alfonsozar­ate

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico