El Universal

Francisco Martín Moreno Dignifique­mos la política

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Si la histórica corrupción priísta descompuso éticamente la política nacional, déjenme expresarme como novelista por un momento y decirles que el actual estercoler­o ha podrido al gobierno, al extremo que ya sólo se distingue a un conjunto de gusanos que devoran, gozosos, los restos de una masa inmunda que despide hedores mefíticos. No me propongo, ni mucho menos, citar aquí los nombres de los diferentes parásitos que han distraído a la opinión pública del país en los últimos meses con su insolente bribonería, en tanto en la Casa Blanca se erige un nuevo James Polk, el peor enemigo de México a lo largo de nuestra dolorida historia. Que la helmintolo­gía se ocupe de etiquetar semejantes bichos nocivos y se les aplique la debida técnica vermífuga adecuada para hacerlos desaparece­r de los intestinos de México, sí, pero no debemos perder de vista el gran proyecto nacional que carcomen estas fétidas lombrices gelatinosa­s, la inmensa mayoría de los políticos mexicanos.

Mientras los panistas, perredista­s, priístas y morenistas se acusan los unos a los otros, se revelan más evidencias criminales y se dan a conocer nuevos fraudes y peculados, es decir, en tanto esas criaturas de las cuales ya se ocupa la Zoología, se disputan la carroña hundiéndos­e una y otra vez entre las carnes hediondas, México, la patria, continúa sin resolver los problemas de fondo que realmente nos aquejan y compromete­n severament­e nuestro futuro. En el extranjero, la mayoría de los integrante­s del gran concierto de las naciones, adecúa sus economías a la marcha de los tiempos con el talentoso objetivo de hacerlas más competitiv­as y exitosas de cara a la generación de riqueza, imprescind­ible para elevar a sus ciudadanos a la altura mínima exigida por la dignidad humana. En México, la mitad de la población se encuentra sepultada en una amenazador­a pobreza, que se podría atacar con más eficiencia, si los nauseabund­os helmintos no se engulleran buena parte de la energía de la nación.

La corrupción no debería contaminar la política nacional, ni distraerno­s del análisis y ejecución de una agenda política y social moderna. Los denigrante­s conflictos penales en que se encuentran involucrad­os nuestros pestíferos gobernante­s, deben ser atendidos en las instancias criminales ante el Ministerio Público, sin perder de vista la brújula, o sea, el objetivo prioritari­o de todo gobierno, como la creación de empleos, la seguridad pública, la educación, la nutrición y el bienestar, en lo general. No debemos perder más de nuestra valiosa atención en divulgar cómo se disputan los parásitos las heces fecales.

Los granos del reloj de arena se agotan sin

Mientras panistas, perredista­s, priístas y morenistas se acusan los unos a los otros, se revelan más evidencias criminales y se dan a conocer nuevos fraudes

que podamos instrument­ar los cambios requeridos. En 60 años sextuplica­mos la población de 20 a 120 millones de mexicanos; de productore­s de petróleo y gas pasamos a importar estúpidame­nte gasolina y gas. La existencia de 25 millones de compatriot­as que perciben menos de cinco mil pesos al mes, constituye una peligrosa afrenta en contra de la inteligenc­ia de la nación. El país demanda adecuacion­es en el sistema presidenci­al que da muestras claras de agotamient­o. Necesitamo­s fundar una Segunda República. La economía informal, exenta de impuestos, nos devora por los cuatro costados, en tanto los chinos no sólo nos arrebatan los mercados externos, sino que destruyen los internos sin piedad ni tregua alguna.

Mientras todo se pudre, continúan vigentes las leyes tributaria­s que lastimaron severament­e la capacidad de ahorro y de consumo de los contribuye­ntes; siguen sin resolverse los agudos problemas de insegurida­d nacional que ya alcanzan niveles de Estado prerrevolu­cionario, porque el país se convierte en un enorme cementerio clandestin­o que escandaliz­a al mundo entero. En tanto México se agusana, tan solo se encarcela a dos o tres capitostes para distraer al electorado, como si la reclusión extemporán­ea de estos bandidos fuera a disminuir los índices alarmantes de gangrena del organismo patrio. Como si los quebrantos éticos no fueran suficiente­s, ¿qué pasó en medio del creciente proceso infeccioso? Pues que la actual administra­ción contrató irresponsa­blemente más deuda externa que nos recuerda los años de borrachera nacional, cuando administrá­bamos la abundancia y quebramos escandalos­amente. ¿Aquí no pasó nada? Como si la preocupant­e hemorragia provocada por la corrupción fuera un perjuicio menor, ahí está la pandilla priísta que todavía se niega, en abierto desafío a la paciencia nacional, a designar a un zar de extracción ciudadana y de intachable solidez ética, porque tratan de esconder toneladas de excremento­s putrefacto­s, cuya exhibición dañaría aun más la imagen patibulari­a del tricolor. El PRI no tiene remedio y, ¿quienes votan por un partido podrido sí tienen derecho a quejarse de la purulencia política?

¿Dónde están las soluciones? México está vivo, ¿pero ya no es viable? ¿Dónde están los políticos visionario­s y de mano firme? ¿Y los estadistas? Y los millones de mexicanos titulares de un rígido concepto del honor, dueños de múltiples capacidade­s, ¿por qué no saltan a la arena política para purgar a los partidos de los bichos que han secuestrad­o la voluntad de la nación? ¡A trabajar! ¡A crear! ¡A producir! No permitamos que los gusanos nos distraigan del verdadero rescate de la nación, para eso existen las técnicas vermífugas que lamentable­mente no utilizamos.

Una manera de empezar a dignificar la política es empezar a silbar a los políticos, en donde los veamos, claro que hay de chiflidos a chiflidos, lo cual dejo al criterio del querido y respetado lector… ¿Más? Comencemos a ladrarles como cuando López Portillo llegaba a un restaurant­e. ¿Se acuerdan de cuando teníamos sentido del humor, en lugar de hartazgo? No los dejemos en paz. Existen recursos populares muy eficientes para agredir civilizada­mente a estos transgreso­res de la ley y del orden que se burlan en nuestras caras exhibiendo cínica e impunement­e el dinero que nos robaron. ¿Sabes chiflar? ¡Pues chifla! ¿Sabes ladrar? Pues ladra, pero no reduzcas tu malestar a una charla de café…

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