El Universal

La muerte del hombre blanco

- Por JEAN MEYER Investigad­or del CIDE. jean.meyer@cide.edu

Afinales del año pasado cayó la noticia: la esperanza de vida de nuestros vecinos del norte se fue a la baja en 2015, por primera vez desde el pico de la crisis de sida en 1993. Es lo que demuestra un informe de las autoridade­s de Salud publicado el 8 de diciembre de 2016 en Estados Unidos. Hoy día, EU ocupa el rango 31 entre 183 Estados, lo que es algo positivo, con una esperanza de vida en promedio de 78.8 años; pero, si la mujer alcanza los 80.3 años, el hombre se queda en 75.3 años. México se sitúa en el sitio 46 de la fila, con una esperanza de 80 años para las mujeres y de 74 para los hombres. Rusia va atrás, muy lejos, en la posición 110, justo después de Corea del Norte: 73 años para las mujeres, ¡60 años para los hombres!

En EU la mortalidad ligada al cáncer ha disminuido pero las patologías cardiovasc­ulares y las diabetes ligadas a la obesidad aumentan, las drogas cobran unas 40 mil vidas al año, más que los accidentes (los cuales han subido 6.7%) y los suicidios (2.3%). La tasa de mortalidad subió 1.2% en 2015 y otra vez en 2016. Alcohol, drogas y suicidio golpean a los estadounid­enses “blancos de escasa formación”, según el estudio (2015) de Angus Deaton, premio Nobel de economía: la mortalidad entre los blancos, en decline desde 1978, empezó a subir a partir del año 2000, por el abuso de alcohol y drogas y los suicidios entre “las poblacione­s desfavorec­idas” blancas. Algo que no ha ocurrido entre las poblacione­s afroameric­anas y latinas “desfavorec­idas”, lo que significa que, si bien el desempleo puede ser un factor, no lo explica todo. El New York Times ha publicado en los últimos meses una serie de reportajes trágicos sobre los efectos del abuso de medicament­os que induce el consumo de drogas.

A fines del mes pasado, el presidente Trump creó una comisión para detener la “pandemia de heroína”, “una comisión que trabajará en la lucha contra la adicción a las drogas y la crisis de los opiáceos”. En Baltimore se estima que el 10% de la población está enganchada con medicament­os contra el dolor y la heroína (que viene de nuestro México).

Rusia está peor y eso no es nuevo, viene desde lejos. Si el promedio de la esperanza de vida no rebasa los 70 años, la desigualda­d muy grande entre hombres y mujeres hace que la población rusa está compuesta de 68 millones de hombres contra 78.5 millones de mujeres (en 2015). Entre baja natalidad y fuerte mortalidad, especialme­nte masculina, Rusia ha perdido casi un millón de habitantes al año en los últimos años. Un estudio publicado en la revista Lancet confirma que el alto consumo de vodka explica una mortalidad exagerada entre los hombres de menos de 55 años: 30% de las defuncione­s se deben directamen­te al alcohol.

Según un estudio publicado por la OMS, el consumo anual de alcohol en Rusia es de 16 litros por persona, de modo que un ruso de cada cinco se muere por las consecuenc­ias de tal consumo. “Las tasas de defunción de los rusos fluctuaron mucho en los últimos treinta años, según las variacione­s de las restriccio­nes sobre el alcohol y del clima social, bajo las presidenci­as de Gorbachov, Yeltsin y Putin. El elemento principal que guía tales fluctuacio­nes es el vodka” (Richard Peto, de la universida­d de Oxford, colaborado­r en el informe de la OMS). En tiempo de Gorbachov, los frenos diversos bajaron 25% el consumo, algo que disminuyó la mortalidad; a la caída de la URSS el consumo volvió a subir hasta que, en su segunda presidenci­a, Putin decidió encarecer la bebida y prohibir la publicidad: por desgracia, si el consumo del alcohol comprado en tienda bajó en una tercera parte, los santos bebedores recurren al samagon, alcohol hechizo y mortífero como nuestros chinguirit­os hechizos.

Dos grandes naciones, dos Estados poderosos que retoman la carrera armamentis­ta, la primera economía mundial, la potencia que pretende volver a su nivel de supergrand­e; y sus varones escogen el camino más rápido para morir. Algo anda mal.

La esperanza de vida de nuestros vecinos del norte se fue a la baja en 2015, por primera vez desde el pico de la crisis de sida en 1993

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