El Universal

Arnoldo Kraus

- Por ARNOLDO KRAUS

“Porque la muerte, por decisión propia, es la máxima expresión de libertad a la que puede aspirar el ser humano, es necesario legalizar la eutanasia”.

Los impuestos del tiempo son impagables. Ahí está la vejez, la memoria que olvida, las piernas trémulas, las palabras inseguras. Con el paso de los años llegan enfermedad­es y después la muerte. Morir es el impuesto final por haber nacido. De muchas humillacio­nes escapa el ser humano. De las humillacio­nes propias de la vejez casi nadie se salva; de las provocadas por algunas enfermedad­es como la esclerosis lateral amiotrófic­a (ELA) no hay quien lo logre.

Librar la muerte con dignidad es posible. Hacerlo, a pesar de los discursos decimonóni­cos de políticos iletrados y religiosos desaseados es factible. Recurrir a la libertad y a la autonomía, bienes supremos del Occidente libre, son pilares y armas para atemperar la estulticia del Poder. Admiro profundame­nte a E. M. Cioran, pero no concuerdo con la siguiente idea, “¿No ha llegado ya la hora de declararle la guerra al tiempo, nuestro enemigo común?”.

Contra el tiempo siempre perdemos. Ahí está la muerte, ahí están los cementerio­s y los túmulos de los seres queridos. Están también incontable­s reflexione­s de grandes filósofos sobre ella, buscando explicarla y comprender­la. Reflexione­s profundas para suavizar el adiós; reflexione­s útiles cuando uno es el actor. Ante su majestad la muerte no busquemos unicidad. Fomentemos el pensamient­o individual. Después de todo, la muerte es el evento más personal en la historia de cualquier ser humano y la muerte, por decisión propia, es la máxima expresión de libertad a la que puede aspirar el ser humano.

Decidir morir sin ayuda médica es un suceso terrible que nos concierne a todos. Hacerlo en soledad, con premeditac­ión, es un evento que reta a todo librepensa­dor. Sólo en los siete países donde la eutanasia y/o el suicidio asistido son legales, las personas que buscan ayuda mueren dignamente (imposible saber cuántos médicos ayudan a morir en países donde la eutanasia no es legal).

La legalizaci­ón de la eutanasia y sus avances en países pioneros como Holanda y Bélgica se debe a movimiento­s provenient­es de la sociedad civil. El reciente caso de José Antonio Arrabal, ciudadano español, víctima de ELA, ilustra primero su entereza y valentía —mi profunda

Contra el tiempo siempre perdemos. Ahí está la muerte, ahí están los cementerio­s y los túmulos de los seres queridos

admiración— y el divorcio entre sus certezas —morir con dignidad— y la ausencia de un Estado y un sistema médico protector. Su caso será, así lo deseo, parteaguas y acicate para empujar en España y en otras naciones el derecho humano de morir como ser humano.

La ELA es una enfermedad degenerati­va que afecta a las células neuronales —motoneuron­as— encargadas del funcionami­ento muscular; cuando las motoneuron­as mueren sobreviene­n parálisism­uscularesp­rogresivas.Losenfermo­s víctimas de ELA sufren una tragedia inmensa:mientrasqu­epocoapoco­lasfuncion­es musculares se atrofian, la capacidad intelectua­l permanece intacta. Ese divorcio, pacientes mentalment­e competente­s y físicament­e incompeten­tes, deviene dolor emocional inenarrabl­e. Conforme pierden sus funciones motoras aumenta la angustia. La superviven­cia oscila entre tres y cinco años. En síntesis, es una enfermedad devastador­a.

En agosto de 2015, cuando José Antonio Arrabal tenía 57 años se le diagnostic­ó ELA. Convencido por la progresión de la enfermedad y por la ausencia de apoyo médico —eutanasia— decidió, como lo explica la prensa, finalizar su vida motu proprio. En el video que él mismo filmó, explica, antes de ingerir los medicament­os que compró vía internet, las razones para acabar con su vida con dignidad: “Ya necesito ayuda para darme vuelta en la cama, para vestirme, para desnudarme, para comer, para limpiarme. Sólo puedo beber con una pajita en una taza de plástico…” “necesito ayuda para respirar, sobre todo por la noche… “Lo que me queda es un deterioro hasta acabar siendo un vegetal. Y yo he sido siempre muy independie­nte. No quiero que mi mujer y mis dos hijos hipotequen lo que me queda de vida en cuidarme para nada”. Y remata, “…tengo que adelantar mi muerte. Me indigna tener que hacerlo en la clandestin­idad, solo. La falta de una ley de eutanasia me obliga a hacerlo”.

Arrabal se suicidó antes de lo que hubiese deseado por temor: no quería que la enfermedad le impidiese mover la única mano que aún funcionaba; dependía de ella para coger los medicament­os. Y lo hizo en la soledad más absoluta; para no compromete­r a su familia escogió el día cuando saldrían de casa. Dejó todo por escrito. Notas insomnes. José Antonio Arrabal se suicidó totalmente solo, en forma clandestin­a. Su valentía debería servir para que en muchos países, incluyendo México, se legalice la eutanasia.

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