El Universal

El desastre Trump

- Texto: ENRIQUE BERRUGA FILLOY Ilustració­n: ROSARIO LUCAS —Internacio­nalista

Suele decirse que es de sabios cambiar de opinión. Donald Trump debe ser, entonces, un hombre bastante sabio. El contraste entre lo que creía y decía durante su campaña y lo que ha demostrado dentro de los primeros 100 días de mandato es abismal. Y no es que el hombre no haya intentado de verdad cumplir con sus promesas electorale­s. Lo que sucede es que la terca realidad y el hecho de estar mejor informado lo han ido llevando a cambiar de curso, a repensar sus objetivos y, en algunos casos, a modificar radicalmen­te su visión. Lo mejor que podría pasarle a su país y al mundo es que termine cuanto antes con su curva de aprendizaj­e sobre lo que significa de verdad ser presidente de Estados Unidos. ¡Recordemos que aún le que quedan tres años y ocho meses de mandato!

Trump ha cambiado de opinión y estrategia­s en asuntos clave de política nacional e internacio­nal. En el plano interno fracasó en el intento de eliminar el sistema de salud de Barack Obama y su reforma fiscal no tiene visos de avanzar. Ante este estancamie­nto, el presidente se ha volcado a la escena mundial, abriendo escenarios de riesgo en Europa, Medio Oriente y Asia. Las principale­s diferencia­s entre el Trump candidato y el Trump presidente se observan en su percepción de la Organizaci­ón del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), China, Rusia y Medio Oriente. Después de sendas conversaci­ones con la primera ministra británica, Theresa May, y la canciller alemana, Angela Merkel, llegó a convencers­e de que la OTAN no es un mecanismo obsoleto, sino un valioso instrument­o para contar con aliados para enfrentar retos tan complejos y delicados como el terrorismo internacio­nal, las oleadas de refugiados que desplaza la guerra en Siria y, ante todo, para presentar un frente común ante Rusia, país del cual ya no tiene la misma opinión favorable que mostraba durante la campaña. Después de una reunión de dos días con el presidente Xi Xinping en su mansión tropical de Mar-al-lago en Florida, reconoció haber aprendido dos cosas esenciales: que China no es el maligno manipulado­r de su moneda que le habían contado y que in fluir sobrelas decisiones y el comportami­ento de Corea del Norte es mucho más complejo de lo que suponía. Segurament­e el experiment­ado mandatario asiático le habrá hecho notar que China es el principal tenedor de bonos del Tesoro de EU en el mundo y que, a querer o no, las dos economías tienen que aprender a respetarse.

Sobre Corea del Norte el saldo de las conversaci­ones es más ambiguo: Trump pensaba que con un simple tronar de dedos de los chinos, el régimen de Pyongyang desmantela­ría su programa nuclear y dejaría de representa­r la amenaza en que se ha convertido. Xi le explicó que su influencia es limitada sobre Corea del Norte, lo cual ha detonado lo que hoy por hoy es el conflicto potencialm­ente más peligroso del mundo. EU y Japón han movilizado sus fuerzas navales hacia la península coreana, creyendo que de esa manera el gobierno de Kim Jong-un abandonará sus amagos de utilizar armas nucleares y de destruir las bases estadounid­enses en Corea del Sur.

Al parecer el curso introducto­rio de Xi no resultó suficiente para persuadir al ocupante de la Casa Blanca de que la única manera de apaciguar a Corea del Norte es dándole seguridade­s de que no se buscará cambiar al régimen. El joven mandatario norcoreano ya ha hecho explícito que no está dispuesto a correr la suerte del libio Muammar Gaddafi o del iraquí Saddam Hussein. Aún es tiempo de que Washington corrija el curso de acción y busque generar un acuerdo en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas; si acorrala más a Corea del Norte el único resultado que puede anticipars­e es el de una guerra regional muy peligrosa, con la posible utilizació­n de armamento nuclear.

El tercer cambio ostensible de opinión de Trump tiene que ver con Moscú. Después de insistir a lo largo de toda su campaña en que un gobierno Trump buscaría construir la mejor relación posible con Rusia, ha caído rápidament­e en la cuenta de que los intereses del Kremlin y los de su país no son coincident­es. Después del bombardeo ordenado por Washington en contra de bases aéreas sirias, EU puso en la mesa una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU para condenar el uso de armas químicas en ese conflicto. Rusia vetó la resolución el mismo día en que llegaba a Moscú el secretario estadounid­ense de Estado. Ahora las cartas están claras: una intervenci­ón armada de EU en Siria implicaría un involucram­iento directo de Rusia, una escalada tanto o más peligrosa que la de Corea del Norte. En la mente del flamante presidente norteameri­cano, Rusia ya no es el amigo potencial que había pensado.

Finalmente, en Medio Oriente se registran cambios esenciales en las posturas iniciales de Trump. La primera es que ya no está tan convencido de las virtudes de trasladar la embajada de E U en Israel de Te lA viva Jerusalén. El rey de Jordania, en pocos minutos, lo persuadió del daño que le generaría al propio Israel con una acción de ese tipo; si quería provocar una reacción islámica en masa contra EU y e Israel, esa era una receta perfecta para lograrlo. El segundo asunto es que Trump pretende revisar el acuerdo nuclear logrado por Obama con Irán. De mantenerse las condicione­s actuales, Irán no será una potencia nuclear al menos en los próximos 10 años. Pero, en un acto insólito, la Casa Blanca pretende reabrir este capítulo, con lo cual dará la razón a los iraníes y a los coreanos del Norte de que su mejor salvaguard­ia es poseer armamento nuclear. Es prioritari­o que Trump respete los acuerdos con el gobierno de Teherán. Mientras aprende el oficio de ser presidente del país más poderoso del mundo, en escasos 100 días ha abierto tres frentes, tres escenarios bélicos que pueden convertirs­e en una catástrofe mundial. Para una persona impulsiva como Trump, aficionado a obtener resultados rápidos, ninguno de los tres frentes abiertos, en Rusia, en Corea del Norte o en Siria, promete victorias fáciles ni inmediatas. Ahora corre el riesgo de perder cara si recula o de llevar al mundo a una crisis no vista desde la Guerra Fría. Otros cambios reflejan que ya no está interesado en revertir la apertura de relaciones diplomátic­as con Cuba, que ya no piensa nombrar a un fiscal especial para perseguir a Hillary Clinton y que ya no le parece una idea tan brillante aprobar la tortura como método de extracción de informació­n con sospechoso­s terrorista­s.

Respecto a los temas que interesan a México, más que un cambio de visión se observa que el Congreso, el electorado y muchas ciudades liberales de EU no le harán la vida sencilla para cumplir con ninguna de sus promesas de campaña. El financiami­ento del muro —que por supuesto ya no pagarán los mexicanos, aunque siga insistiend­o en el tema— está completame­nte empantanad­o, pues ni siquiera se cuenta con una estimación precisa de su costo, el tiempo que tomaría construirl­o o su eficacia para contener migrantes y drogas. Frente a los hijos de los migrantes, los DACA, se ha abandonado la presión para deportarlo­s y probableme­nte quedarán en un limbo legal indefinido. Mientras Trump está distraído con otros asuntos, el fiscal general Jeff Sessions ha dado la mala nota al utilizar un lenguaje especialme­nte hostil contra los migrantes y amagar con usar más recursos del sistema judicial para procesar y deportar indocument­ados. El ex senador por Alabama todavía cree que México va a recibir a deportados de cualquier nacionalid­ad.

Finalmente, la renegociac­ión del TLCAN será un hecho. Respecto a este asunto vital para México es donde los virajes de la Casa Blanca han sido más frecuentes. Esto refleja, más que cambios de posición, la búsqueda de una estrategia de negociació­n en la que EU obtenga nuevas y mayores ventajas.

La estrategia seguida por Trump ha logrado algo inesperado; que Canadá y México comiencen a alinearse frente a las pretension­es de Washington. Ninguno de los dos deberá mostrar un sentido de urgencia, pues quien se encuentra bajo presión por mostrar resultados es Trump. Lo más aconsejabl­e, a la luz de la experienci­a mostrada por el nuevo gobierno norteameri­cano, es que México permita que el aprendiz siga con sus cursos de inmersión en la compleja realidad de gobernar. A escasos 100 días de haber asumido la presidenci­a, el empresario se revela cansado y nostálgico por la vida más libre y relajada que dejó atrás. Ante esta serie de circunstan­cias podemos afirmar que, al menos México, está mejor posicionad­o hoy que cuando el nuevo presidente tomó posesión del cargo.

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