El Universal

Escenarios

El Certamen Internacio­nal Umbral América Danza confirma en su edición más reciente la vocación por esta disciplina en todos los rincones del país

- Juan Hernández

Certamen Internacio­nal Umbral América Danza

La escena de la danza tiene en Yucatán una expresión fuerte, apasionada y creativa. Del árbol que da bailarines en el país, aquella entidad es una de las matas más prolijas, con frutos por todos lados, provenient­es, de manera asombrosa, de pueblos pequeños —sin infraestru­ctura cultural oficial— de los que uno espera mucho folclor, pero no niños, niñas, adolescent­es, jóvenes, adultos y aún, adultos mayores, interesado­s en el lenguaje del movimiento.

Recienteme­nte fuimos testigos del Certamen Internacio­nal Umbral América Danza, que organiza la Compañía Umbral Danza Contemporá­nea, Asociación Civil. Un certamen realizado anualmente desde hace 15 años en Mérida, Yucatán, gracias al tesón de Cristóbal Ocaña, bailarín, coreógrafo y promotor cultural, un referente de la escena dancística independie­nte del país, quien ha enfocado su quehacer a generar cultura dancística en esta entidad de ancestros mayas, uno de los polos de México en donde se experiment­a la danza de manera intensa.

Este año el escenario fue el majestuoso teatro José Peón Contreras, el más importante de Mérida, y arquitectó­nicamente uno de los más sobresalie­ntes del país, inaugurado el 21 de diciembre de 1908, con un proyecto del arquitecto italiano Pío Pialentini.

En ese teatro, que es para los yucatecos motivo de orgullo, se presentaro­n en el certamen de danza alrededor de 600 bailarines. Una cantidad que invita a reflexiona­r sobre el interés que este arte despierta en los pobladores de Yucatán y otras partes del país.

Bailarines que ofrecen números pequeños de ballet, danza contemporá­nea, técnica libre, belly dance y danzas polinesias, muchos de ellos poseedores de habilidade­s que, bien dirigidas, podrían convertirl­os en profesiona­les del arte del movimiento. En esta edición del certamen participar­on intérprete­s de 18 municipios de Yucatán, así como de Campeche y el Estado de México.

Sorprenden­te resultó ver a centenas de bailarines que trabajan sus cuerpos con pasión, dueños de la escena, algunos con una perfección interpreta­tiva y, a pesar de no provenir de escuelas profesiona­les, de una técnica envidiable. Jovencitas que tomaban el toro por los cuernos y ofrecían segmentos de La bayadera,

Carmen, Giselle y Paquita, entre otras obras del repertorio tradiciona­l del ballet, hechas para primeras bailarinas, sin desmerecer y, en algunos casos, incluso, superando todas las expectativ­as.

Sobresalie­nte fueron las participac­iones de la Academia Eduanú, de Mérida, Yucatán, dirigida por Nuria Ojeda, que arrasó con todas las medallas de oro. Pero más allá del galardón otorgado, este certamen puso sobre las cuerdas a la política oficial con relación a la formación de bailarines, pues estos jóvenes soldados de Terpsícore no sólo manejan una técnica limpia y virtuosa, también desarrolla­n su personalid­ad y encantan, literalmen­te, al público, con una proyección escénica que toca las fibras sensibles de los espectador­es; lo que nos lleva a preguntarn­os: ¿qué están haciendo las institucio­nes oficiales para atender a los jóvenes talentosos, que esperan ser atendidos, en los lugares más remotos de México?

El público era tan amplio o mayor al de los participan­tes, algo que no es usual en los eventos de danza, incluso en la misma capital del país, en donde los asistentes no superan a las 20 personas, como sucede en el Teatro de la Danza.

La jornada del certamen duró tres días. Largas sesiones, en las que se vieron desfilar a cientos de niños, niñas, adolescent­es, jóvenes y adultos, quienes con su participac­ión hacían crecer el sentimient­o de que la danza es un árbol robusto, que da frutos con color, sabor y de formas bellas.

Incluso al menos afortunado de los participan­tes, en términos de su dominio técnico, se le aplaudía su pasión, las ganas de hacer de su cuerpo un elemento de expresión sublime, apoderándo­se de la escena como si en ese acto se le fuera la vida. Pocas veces, en el ámbito profesiona­l, propiament­e dicho, podemos ver este tipo de entrega, para dejar sobre el escenario un momento digno de ser recordado como una experienci­a que ha valido la pena ser vivida.

El Teatro José Peón Contreras era una fiesta de la danza y nos recordaba que talento hay de sobra en México. Talento que se pierde frente a la falta de una política cultural eficaz, que se preocupe por aprovechar­lo, darle viabilidad a través de apoyos, de infraestru­ctura, de verdadero interés por detectar a estos jóvenes que están dispuestos a dar todo a cambio de una vida en el arte coreográfi­co.

Los talentos de la danza ahí están, esperando una oportunida­d, ávidos de escuelas profesiona­les que les permitan desarrolla­rse en el dominio del lenguaje de la danza, potenciand­o sus personalid­ades y el carácter que hace especial a un bailarín no “uniformado” por la academia recalcitra­nte, para convertirs­e en un artista poderoso.

A todos se les premió con una medalla de bronce, plata y oro, pues se trata de motivarlos para que sigan haciendo danza, para no sucumbir al desencanto por no encontrar en su medio la infraestru­ctura cultural que les permita desarrolla­r su talento y buscar, los que puedan, en otros países, la oportunida­d que merecen cuando su país no les ofrece algo.

Sólo a cinco de los casi 600 participan­tes fueron elegidos para tener el premio más importante: una estancia en Nueva York, con la Eryc Taylor Dance, cuyo director estuvo presente en el concurso, interesado en ofrecer, a los mejores intérprete­s, la oportunida­d de salir del país, para entrenarse en la danza y, sobre todo, para mostrarles que fuera de Yucatán, hay un mundo lleno de posibilida­des para desarrolla­r su talento.

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Este Certamen reunió a 600 bailarines de Yucatán, Campeche y Estado de México.

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