José Homero
“Somos algo así como una aldea perdida en la provincia menos interesante del Universo“, dijo el escritor colombiano en 1969 en una entrevista en la que evidenció su escepticismo en la dogmática y ramplona ciencia moderna
Ovnis en Macondo
Gabriel García Márquez, uno de los grandes escritores de la lengua castellana, por si tal acotación fuera necesaria, con frecuencia ha sido proclamado autor de textos deleznables. El más famoso, “La marioneta”, también llamada “Carta de despedida”, aún provoca llantos en Internet, aunque lo escribió Johnny Welch, quien se describe a sí mismo como “escritor, cómico y ventrílocuo”. No menos infame atribución al Nobel de Aracataca es “13 líneas para vivir”. En comunidades como la de Youtube los devotos, gente que no lee pero presume de citar grandes nombres, se niegan a admitir que ni la “Carta…” ni las “Líneas” son creaturas de Gabo agrediendo a quien sensatamente aclara el fraude. Para su comprensión líneas tan profundas sólo podrían ser concebidas por un genio. Basta una perla para aquilatar tales gemas: “Ninguna persona merece tus lágrimas, y quien se las merezca no te hará llorar.” Una somera búsqueda en internet demuestra que lejos de aclararse el embeleco continúa al punto que no sería improbable que si nuestros acervos se extinguieran y por ello no sobrevivieran las grandes novelas garcimarquinas es muy probable que las generaciones posapocalípticas se pasmaran al leer como exponentes del genio de uno de los mayores escritores del siglo XX tonterías tales.
No sorprende por ello que le endilguen toda suerte de entuertos; consecuencia de la fama, sentenciarían algunos. En 2010 varios periódicos, entre ellos El Tiempo de Bogotá el 24 de mayo y el domingo 6 de junio El Gráfico de la Ciudad de México reprodujeron como primicia una entrevista donde Gabo declaraba su fe en los ovnis. No faltó, claro, quienes aprovecharon para legitimar su credulidad aduciendo la perentoria autoridad del Nobel –sí, pero de literatura no de física. Otros en cambio escamados con tanto apócrifo garcimarquino en la red, dudaron de la autenticidad.
La entrevista es auténtica. García Márquez respondió en efecto zahiriendo a la “ciencia reaccionaria” y tildando a la humanidad de atraso. Sólo que en la década de los sesenta. Los todólogos españoles –me resisto a llamarlos investigadores– Marius Lleget, Eduardo Buelta y Antonio Ribera, quienes en 1958 fundaron en Barcelona el Centro de Estudios Interplanetarios (CEI), coordinaron en 1969 una obra en tres tomos cuyos tópicos eran la carrera espacial, la investigación del “fenómeno OVNI” y las perspectivas que la exploración del universo abría a la humanidad. La Enciclopedia del Espacio a modo de testimonio irrefutable transcribe la opinión de diversas personas sobre los populares platillos volantes: desde un vendedor de productos industriales hasta actores como Mario Gas, críticos de arte como Alexandre Cirici y escritores como Terenci Moix y García Márquez.
Los convocados respondieron a cinco preguntas: ¿Qué opina usted sobre los ovnis? ¿Cree en la posibilidad de la existencia de vida en otros planetas? ¿De dónde creen que proceden o quién los dirige? ¿Cree que se informa debidamente al público sobre el tema? ¿A qué atribuye esta persistencia de algunos científicos en negar, no ya la posibilidad de que existan naves extraterrestres, sino también el fenómeno en sí? A la segunda y a la última García Márquez contesta con frases dignas de su imaginación. Con respecto a la posibilidad de vida extraterrestre responde:
Es conmovedora la soberbia de quienes afirman que nuestro planeta es el único habitado. Creo más bien que somos algo así como una aldea perdida en la provincia menos interesante del Universo, y que los discos luminosos que vemos pasar en la noche de los siglos nos miran a nosotros como nosotros miramos a las gallinas.
Y a la larga e inductiva cuestión final sobre la negación del fenómeno ofrece una original perspectiva digna de un poeta romántico:
Lo que pasa es que la humanidad no supo merecer la sabiduría de los alquimistas, que consideraban el laboratorio como una simple cocina de la clarividencia, y ahora estamos a merced de una ciencia reaccionaria cuyo dogmatismo ramplón no admite las evidencias mientras no las tenga dentro de un frasco. Son científicos regresivos que niegan la existencia de los marcianos porque no los pueden ver, sin preguntarse siquiera si los marcianos no serán los microbios que nos hacen la guerra dentro del cuerpo.
Mientras la ciencia sea experimental –y no clarividente, como lo fue la alquimia y como sólo puede serlo la poesía en nuestros tiempos– la humanidad seguirá formando parte del reino de los percebes. Seguiremos viendo con la boca abierta esos discos luminosos que ya eran familiares en las noches de la Biblia, y seguiremos negando su existencia aunque sus tripulantes se sienten a almorzar con nosotros, como ocurrió tantas veces en el pasado, porque somos los habitantes del planeta más provinciano, reaccionario y atrasado del Universo.
Asentada la veracidad de las declaraciones, considero oportuno argüir que en ese 1967 Gabo había publicado Cien años de soledad –por lo cual, en este año de gracia 2017 nos encontramos celebrando la efeméride de su cincuentenario–, novela con clave alquímica, basta recordar que uno de sus personajes es alquimista: Melquíades; cuyos cielos surcan misteriosos “discos anaranjados”. La primera en vislumbrarlos es Úrsula, la matriarca, quien los interpreta como indicios de la muerte de su hijo Aureliano Buendía:
“Lo han matado a traición –precisó Úrsula– y nadie le hizo la caridad de cerrarle los ojos.” Al anochecer vio a través de las lágrimas los raudos y luminosos discos anaranjados que cruzaron el cielo como una exhalación, y pensó que era una señal de la muerte. Estaba todavía bajo el castaño, sollozando en las rodillas de su esposo, cuando llevaron al coronel Aureliano Buendía envuelto en la manta acartonada de sangre seca y con los ojos abiertos de rabia.1
Las siguientes menciones coinciden con el fallecimiento de sendos personajes, Úrsula y Amaranta Úrsula, por lo que lucubramos los discos anaranjados constituyen presagios funestos. Resulta pertinente acotar que no se configuran como naves espaciales ni se indican otras cualidades que el color y volar por los cielos. Especialmente conmovedora resulta la descripción de la muerte de Amaranta Úrsula, quien perece tras el parto provocando un dolor insondable en su primo y amante:
Lloró con la frente apoyada en la puerta de la antigua librería del sabio catalán, consciente de que estaba pagando los llantos atrasados de una muerte que no quiso llorar a tiempo para no romper los hechizos del amor. Se rompió los puños contra los muros de argamasa de El Niño de Oro, clamando por Pilar Ternera, indiferente a los luminosos discos anaranjados