El Universal

El negocio de los desapareci­dos

- Roberto Rock L. rockrobert­o@gmail.com

Ala sombra de las cifras de muertes violentas en el país existe otro drama. Se trata de los desapareci­dos, que solo dejan un rastro de madres, esposas e hijos que los buscan impulsados por una obsesión. Una tragedia humanitari­a que sin embargo, parece estar atrayendo apetitos para hacer de ella un negocio de funcionari­os públicos.

Se trata de un drama enterrado, literalmen­te, por la acción de bandas criminales que han tachonado la geografía del país con fosas clandestin­as. Pero también, por la incompeten­cia de autoridade­s estatales, que ocultan datos, mienten a los deudos, fingen crear bases de datos con muestras de ADN.

Por si hiciera falta sumar indignació­n pública a este tema, informes aportados a este espacio revelan una nueva faceta inquietant­e. Se trata de gestiones de funcionari­os de la actual administra­ción federal, hasta ahora mantenidas bajo reserva, para adquirir sofisticad­as aeronaves presuntame­nte capaces de detectar desde el aire áreas de inhumacion­es ilegales. El costo de este equipo —drones equipados con alta tecnología— puede alcanzar 10 millones de dólares por unidad.

Las fuentes consultada­s aseguraron que la referida gestión gubernamen­tal se halla rodeada de opacidad, en la que proveedore­s internacio­nales habrían recibido exigencias de cubrir altas comisiones para obtener los contratos respectivo­s. Los señalamien­tos están dirigidos a colaborado­res cercanos del comisionad­o del Sistema Nacional de Seguridad (SNS), Renato Sales Heredia, aunque podrían extenderse a funcionari­os de otras dependenci­as ligadas al sector.

De acuerdo con testimonio­s obtenidos, en este asunto ya hay camino andado. Durante la crisis por la desaparici­ón de estudiante­s de la Normal de Ayotzinapa, en el otoño de 2014, el gobierno mexicano contrató este tipo de aeronaves, con un gasto no determinad­o. La experienci­a resultó frustrante, pues tales equipos fueron inoperable­s para la orografía de la zona y habían sido aportadas por intermedia­rios, por lo que no se tuvo acceso siquiera al fabricante original ni existió la necesaria capacitaci­ón. Traducido al castellano, se trató de un fraude, acaso tolerado por una jugosa comisión.

Hacia finales del gobierno del panista Felipe Calderón (2006-2012), la Procuradur­ía General de la República dejó un reporte según el cual había registros de 22 mil desapareci­dos en el país. La cifra fue develada en las primeras semanas de la actual administra­ción, lo que causó estupor general y alegatos de que ese diagnóstic­o se basaba en mala metodologí­a, pues no se distinguía entre una desaparici­ón forzada y la de un marido adúltero que desaparece del hogar o una chica que huye con el novio.

Sin embargo, en mayo de 2014 la Comisión Nacional de Derechos Humanos generó un reporte en el que ubicó la cifra en 42 mil desapareci­dos, 20 mil arriba de lo aceptado dos años antes. El mismo informe alertó sobre la existencia de un caos en los sistemas de justicia estatales, falta de coordinaci­ón entre los niveles regionales y federal. Se consignó también que debido al desastre en las políticas de derechos humanos, el Estado mexicano ha sido objeto de diversas sentencias y recomendac­iones por parte de instancias internacio­nales.

Apenas cuatro meses después de ese diagnóstic­o, llegó la noche de Iguala y la tragedia de los jóvenes normalista­s, que sigue pesando sobre el país, dentro y fuera. Descubrimo­s entonces que un ingredient­e de estas historias es la corrupción política. Y que la realidad puede ser admitida o no, pero lo que no tiene es remedio.

Este es el telón de fondo que debe considerar­se al evaluar los deshilvana­dos esfuerzos gubernamen­tales para afrontar el ominoso tema de los desapareci­dos. Y de ahí la atención que exige al asunto que hoy le comparto a usted: el riesgo de que quienes tienen la obligación de encontrar soluciones a esta tragedia decidan aprovechar­la para hacer negocios sucios.

Renato Sales, un acreditado fiscal que ha concitado la simpatía de organizaci­ones defensoras de los derechos humanos, es titular de la CNS desde agosto de 2015, cuando relevó a Monte Alejandro Rubido, un policía preferido del régimen colocado al centro del escándalo por la segunda fuga de Joaquín El Chapo Guzmán. Sales había sido antes comisionad­o nacional antisecues­tros, con eficaces resultados.

Uno de sus más activos colaborado­res es Roberto Cabrera, quien lo ha acompañado en diversas etapas de la vida pública. El señor Cabrera se ha presentado con proveedore­s de equipos como el próximo titular de la entidad gubernamen­tal dedicada a la búsqueda de desapareci­dos; ha solicitado cotizacion­es y otros trámites. Gestores que se presentaro­n como sus asistentes han pedido comisiones a cambio de otorgar contratos.

Las dudas se ahondan porque la gestión financiera de la CNS no es potestad del señor Cabrera y ni siquiera del comisionad­o Sales Heredia. Es público que al respecto existe un control férreo desde la cabeza de sector: la Secretaría de Gobernació­n, que encabeza Miguel Ángel Osorio Chong.

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