El Universal

Estados Desunidos

- Investigad­or del CIDE. jean.meyer@cide.edu Por JEAN MEYER

Parece que la desunión es la caracterís­tica común de la mayoría de los países del mundo occidental europeo y americano. Francia y México no cantan mal las rancheras, pero nuestro vecino del Norte gana el campeonato. Las elecciones presidenci­ales que llevaron a Donald Trump a la Casa Blanca no provocaron, sino confirmaro­n la profunda zanja que divide a EU, aparenteme­nte en dos, en realidad en muchos pedazos. Hace unos años, el llamado Tea Party nos había sorprendid­o, luego nos apresuramo­s en olvidar lo que consideram­os como un acceso de locura; integrado por el Partido Republican­o, ese movimiento contagió gravemente a dicho partido que olvidó las buenas tradicione­s estadounid­enses para rechazar todo compromiso en el Congreso y hacer la vida imposible al presidente Obama.

El año electoral 2016, antes de sorprender­nos con la victoria de Trump, lo hizo con el éxito del socialista Bernie Sanders, viejo político, ciertament­e, pero totalmente desconocid­o fuera de su estado; casi le gana las primarias a Hillary Clinton y algunos creen que hubiera podido derrotar a Trump. No sé, pero eso significa que una buena parte del electorado demócrata había dejado de confiar en su partido. Tanto entre los electores de Trump, como entre los de Sanders, se manifestó una antigua tradición “populista” que remonta al siglo XIX y que consiste en desconfiar de los políticos profesiona­les y de los intelectua­les “cabezas de huevo”. Hoy en día, los dos grandes partidos están divididos entre tradiciona­les (moderados, capaces de lograr compromiso­s) y radicales intransige­ntes.

Los descontent­os de ambos bandos han manifestad­o que no se conforman con las desigualda­des olvidadas o no tomadas en cuenta por los dirigentes; es donde entra el tema de la “maldita globalizac­ión que destruye nuestras industrias, nuestra agricultur­a, nuestros empleos”. Ese diagnóstic­o lo comparten Sanders, Trump y los electores de ambos. Desde la crisis de 2008, no ha dejado de crecer la protesta contra un sistema que opone las grandes ciudades a la “América profunda”, y favorece la concentrac­ión de riqueza y poder simbolizad­a por Wall Street y Silicon Valley en California. La paradoja es que el enojo popular, expresión de una lucha de clases y de regiones, haya llevado a un empresario millonario al poder.

Más grave aún, los antiguos demonios que uno creía muertos y enterrados, salieron de su tumba o de sus cuevas donde, bien escondidos, esperaban la hora de la revancha. Revancha contra los negros y su abominable presidente africano, supuestame­nte musulmán y usurpador nacido fuera del país; revancha contra los inmigrante­s, en un país de inmigrante­s: el latino y, entre los latinos, el mexicano es el chivo expiatorio designado por un Trump que escondía sus raíces alemanas; revancha contra universita­rios, intelectua­les y artistas acusados de ser responsabl­es, con su libertinaj­e, de la decadencia moral y cultural del país. Los consideran unos flojos inmorales que minan las bases éticas del país. La nueva izquierda que se reconoció en Bernie Sanders comparte esa idea y un ideal puritano, ético, de virtud contra la corrupción de los políticos por el capitalism­o. Una vez más, la paradoja es que esa indignació­n haya contribuid­o en llevar al poder un hombre que no es especialme­nte virtuoso.

Matt Feeney, un tiempo profesor de filosofía política, hoy cronista en el New Yorker, dice que EU se encuentra en el ojo del ciclón, que sus ciudadanos viven en islas, cotos, guetos culturales separados y homogéneos, donde encuentran únicamente gente que comparte las mismas creencias y pasiones. “Si uno quiere entender ese momento de fragmentac­ión y narcisismo, encontrará, dice Feeney, la respuesta en los medios numéricos que permiten la creación de comunidade­s abstractas (…) Internet nos lleva a la confrontac­ión de personalid­ades vanidosas y frágiles”. Todo eso conduce a un casi separatism­o a todos los niveles.

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