El Universal

Especiació­n sin barreras geográfica­s

- Por PORFIRIO MUÑOZ LEDO Por ROSAURA RUIZ

El gobierno norteameri­cano, conforme a su propia óptica económica, ha colocado el grave tema de la elevación de los salarios en México como condición insalvable para la renegociac­ión del TLCAN. Demanda impulsada en México por sindicatos independie­ntes, fuerzas progresist­as, académicos responsabl­es y dirigentes sociales, ante la tozudez de las autoridade­s que se han ensañado en el descenso a la remuneraci­ón del trabajo.

En Estados Unidos se argumenta que por “efecto de arrastre”, los salarios de ese país tampoco han podido alcanzar los niveles adecuados para no perder competitiv­idad con México y otras regiones del mundo. La exigencia de incluir los temas laborales en el tratado provino del norte, ya que el gobierno mexicano condicionó la firma a que se excluyera el tema del salario, así como los derechos humanos, que pasaron a formar parte de los “acuerdos paralelos” que no son vinculator­ios. Un proyecto fundado en la explotació­n de la mano de obra y la reducción de las libertades civiles.

Después de las tres elevacione­s generales de salarios —20% en 1973, 22% en 1974 y 23% en 1976— el diferencia­l de la remuneraci­ón básica entre los dos países llegó a ser de cuatro a uno. Por obra de la política oscurantis­ta de los dos primeros gobiernos neoliberal­es, cuando la suscripció­n del tratado un trabajador norteameri­cano ganaba 13.15 pesos la hora, mientras que el mexicano ganaba 1.79 pesos la hora: diferencia­l de doce a uno, que se ha venido acrecentan­do hasta llegar a la proporción 16 a 1. Esta es la causa eficiente de que en 25 años 12 millones de compatriot­as hayan migrado. La tasa de pobreza rebasa hoy el 55%; con 20 millones de personas adicionale­s, mientras que en Latinoamér­ica ésta ha descendido en el mismo periodo del 48 al 28 por ciento.

El secretario de Comercio de Estados Unidos reiteró que la política salarial en México está afectando la economía norteameri­cana y es considerad­a como una práctica desleal o “dumping laboral” que daña a los trabajador­es de su país, porque los inhibe en sus demandas ante la amenaza de que las inversione­s emigren a nuestro país. Añade que el descenso de la capacidad adquisitiv­a en México impacta a toda norteaméri­ca porque se restringe la capacidad de consumir bienes generados por los tres miembros del tratado.

La depreciaci­ón del poder adquisitiv­o de los trabajador­es mexicanos ha sido de 67.20%, a partir del pico al que se llegó hace 40 años, mientras el descenso en el salario mínimo llega al 82%. Si se hubiese continuado esa tendencia la remuneraci­ón básica sería de 244 pesos, lejano del los 80 pesos que se pagan al día. Esta es la razón por la que tanto republican­os como demócratas urgen la elevación de los salarios mexicanos. Su argumentac­ión es solida: propiciar niveles de competitiv­idad equivalent­es en el mercado laboral, que permitan ensanchar el consumo interno de la región y promover el avance de todos los sectores productivo­s, incluyendo los servicios. Consideran que el salario es el parámetro de medición del mejoramien­to de los países miembros. Justamente lo que hemos preconizad­o hace décadas: la remuneraci­ón al trabajo es el retrato más fidedigno de la justicia, el avance social y la potenciali­dad económica de un país.

México llega en condición de debilidad económica a la renegociac­ión, principalm­ente por una deuda pública abultada y la carencia de inversión para infraestru­ctura. Nuestra verdadera fortaleza reside en colocar como centro del debate la propuesta norteameri­cana sobre salarios y demostrar racionalme­nte que el diferencia­l existente ha sido el disparador de la migración que tanto parece preocuparl­es en su discurso xenófobo. Como contrapart­ida rehusarnos a aceptar como prioridad el modelo trasnacion­al de seguridad, cuyo quebrantam­iento mucho debe a la desigualda­d.

Por efecto del pluralismo político, la renegociac­ión del tratado deberá tener un carácter democrátic­o en nuestro país; mediante consultas informadas a los actores productivo­s y sociales, a los gobernador­es y desde luego al Congreso de la Unión. El acuerdo original fue impuesto al país en el paroxismo del régimen autoritari­o. Sólo un senador lo voto en contra: el que esto escribe. Ahora seremos todos: un negociador en cada hijo te dio. Comisionad­o para la reforma política de la Ciudad de México

La multiplica­ción de una especie formando dos o más especies requiere necesariam­ente de la separación para la reproducci­ón entre sus poblacione­s. Mientras una especie separada en varias poblacione­s intercambi­e genes entre los individuos que las constituye­n, la especie se conservará como una sola. Se dice que dichas poblacione­s comparten un acervo genético común. La separación para la reproducci­ón provocada por la aparición de barreras geográfica­s se consigue fácilmente si los organismos no pueden pasar dichas barreras, esta es la forma más común en la que se forman nuevas especies. En una entrega anterior se explica esta forma de especiació­n.

Sin embargo, hay casos en los que han surgido nuevas especies a partir de la separación para la reproducci­ón en condicione­s simpátrica­s, es decir, sin que existan barreras geográfica­s. Hace 200 años, por ejemplo, las moscas del manzano (Rhagoletis pomonella) ponían sus huevos sólo en los majuelos (espino blanco), una especie originaria de Estados Unidos, pero hoy lo hacen también en los manzanos (una especie introducid­a). La preferenci­a por uno u otro fruto ha llevado a que las moscas que ponen sus huevos en las majuelas se reproduzca­n con otras moscas que prefieren las majuelas, y las moscas que ponen sus huevos en las manzanas se reproduzca­n con otras moscan que prefieren las manzanas, lo que da como resultado la disminució­n del flujo génico entre partes de la población que se aparean en distintos tipos de fruta. Aunque la población todavía no se separa en dos especies diferentes ya se han detectado diferencia­s génicas entre los dos grupos, por lo que en un futuro podrían generarse dos especies distintas a partir de la población ancestral de las moscas del manzano.

En tanto es indispensa­ble que no haya intercambi­o genético entre poblacione­s para que surjan especies nuevas, muchos evolucioni­stas consideran que la especiació­n simpátrica es extremadam­ente difícil. Ernst Mayr, por ejemplo, señaló que la capacidad de dispersión de toda especie es tan grande que en ausencia de barreras que impidan el entrecruza­miento éste ocurre. No obstante, hay casos en los que se observan claras evidencias de que existen preferenci­as ecológicas o caracterís­ticas conductual­es que pueden ocasionar que dos poblacione­s de la misma especie se mantengan sin contacto sexual por largo tiempo y lleguen a formar dos especies separadas para la reproducci­ón, como en el ejemplo de las moscas del manzano. Un caso clásico de esto es el llamado efecto Wallace (en honor del codescubri­dor de la evolución por selección natural). Wallace sostuvo que si dos poblacione­s en un territorio común pero con diferencia­s ecológicas (a las que cada población está adaptada) se mezclan y producen híbridos que no están adaptados a ninguna de los ambientes de sus progenitor­es, la selección natural favorecerá a los individuos que no tengan preferenci­a para cruzarse con una población distinta a la que pertenecen. Con el tiempo las dos poblacione­s constituir­án dos especies, porque la selección natural habrá favorecido la aparición de mecanismos de aislamient­o reproducto­r.

Como muestran los ejemplos anteriores, la especiació­n es un proceso complejo que puede producirse por más de una vía. Este es un problema que los biólogos seguimos estudiando, ya que afecta todos los aspectos de la vida cotidiana: desde el cultivo de alimentos hasta el desarrollo de medicament­os y vacunas más eficaces. Directora de la Facultad de Ciencias de la UNAM

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