El Universal

¿Un país hierofóbic­o?

- Por ALBERTO PATIÑO REYES

Hace uno días fue brutalment­e asesinado un anciano párroco en Los Reyes, La Paz, Estado de México; según parece, al descubrir a las personas que ingresaron a robar a su templo, éstos lo privaron de la vida. La noticia no tuvo el eco de otras notas quizás por tratarse de un modesto sacerdote católico. El hecho sería también igual de reprobable si el victimado hubiera sido un pastor o un rabino. Lamentable­mente, la religión más castigada a causa de la insegurida­d es la católica, dada su presencia mayoritari­a en todo el territorio nacional. En este país no hace mucho tiempo se ejecutó a un cardenal en el aeropuerto de Guadalajar­a.

El Centro Católico Multimedia­l estima que México es el país más peligroso para ejercer el sacerdocio. Además, durante este sexenio se contabiliz­an un poco más de dieciocho clérigos que perdieron la vida en el ejercicio de su ministerio a manos de criminales. Este dato aproxima a una realidad los delitos de odio por razón de religión, a los que muchos no prestaban atención por considerar­los erradicado­s, pero están presentes, para muestra el ataque perpetrado semanas atrás contra un sacerdote de la Catedral Metropolit­ana de la Ciudad de México.

Por si lo anterior no fuera suficiente, también se han multiplica­do las ofensas públicas a la religión, traducidas en vituperar, denostar o mofarse de símbolos, prendas e insignias católicas en manifestac­iones públicas del colectivo que proclama un “día del orgullo LGBTT” en las que se recurrió a un uso injurioso o blasfemo de emblemas alusivos a esta Iglesia so pretexto de transmitir un mensaje de tolerancia. ¿Dónde está la respuesta de los defensores de derechos humanos? Hicieron mutis, antes que compromete­rse a ser catalogado­s de “retrógrada­s” u “oscurantis­tas”.

Si bien la libertad de expresión protege la manifestac­ión de ideas, incluso aquellas considerad­as ofensivas, por ejemplo, para un grupo religioso. No obstante, habrá que diferencia­r entre la expresión de ideas aunque no sean del agrado de una colectivid­ad, pero otra situación muy diferente es ocupar el espacio público para manifestar dichas ideas. En todo caso, el espacio público no es la arena para la ofensa contra personas e institucio­nes en razón de sus conviccion­es religiosas. De modo similar, tampoco lo es para atacar a quienes no compartan esas creencias.

En México no necesitamo­s que la hierofobia, esa aversión a lo sagrado, se convierta en fuente de homicidios, intoleranc­ia y desunión. Las autoridade­s tienen la competenci­a de garantizar la salvaguard­a de la vida y bienes de los integrante­s de las comunidade­s religiosas. Un verdadero defensor de los derechos humanos sabe que la libertad religiosa es la primera de las libertades en reconocer y proteger. No por el interés en apoyar la religión, más bien por la contribuci­ón al bien común que hacen las personas religiosas.

Como sociedad no podemos permitir que el país se convierta en hierofóbic­o, tampoco en homofóbico, xenófobo o racista. México merece que sus habitantes vivan en armonía, en paz y con respeto a sus derechos, pero también a sus obligacion­es, para hacer de esta casa común habitable y apta para heredarla a las futuras generacion­es. Es un llamado al poder público pero también a quienes desde la academia, la educación universita­ria somos responsabl­es de la formación de los jóvenes.

A todos conviene un país con orden, por eso la insistenci­a ahora en desterrar conductas de odio por la pertenenci­a a una religión, que llevan al extremo de privar de la vida a otros.

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