El Universal

Los que tiran la piedra y esconden la mano

- Elio Masferrer Kan

El 14 de noviembre de 1921, a las 10:30 de la mañana, un sujeto se acercó al altar de la ahora antigua Basílica de Guadalupe y puso una ofrenda floral. Minutos después se escuchó una violenta explosión, un atentado con dinamita que dañó mármoles y cristales. El portador del paquete salió vivo del trance, pues un grupo de cómplices lo resguardó y lo saco de entre los católicos enfurecido­s. Lo que más llamó la atención fue una imagen de Jesucristo en bronce que se arqueó por la onda explosiva. Es el Cristo del Atentado que se exhibe en la Basílica y que fue tomado como una muestra de “la bondad y la fortaleza de Dios” ante esa agresión sin sentido. Miles de católicos acudieron a la Basílica a protestar por ese atentado a su fe. En ese tiempo, saliendo de la Revolución Mexicana y con graves tensiones sociales políticas y religiosas, se acusó al gobierno de Álvaro Obregón, cinco años después, ya muerto Obregón, estallaría la Guerra Cristera, la última guerra de religión del siglo XX, que costaría 250 mil víctimas.

Los hechos históricos no se repiten y cuando lo intentan, la primera vez fue “como tragedia y la segunda como comedia”. A casi un siglo somos testigos de otro atentado, según narró el obispo Martínez Guardiola, “a eso de las 1:50 AM, un individuo dejó una bolsa negra en la entrada principal, prendió un cigarrillo y lo dejó a manera de mecha”. La explosión fue mucho menor que la de 1921 y dañó somerament­e la entrada de la Conferenci­a del Episcopado Mexicano. Puede seguirse la explosión con la cámara de seguridad interna del edificio.

Los tiempos han cambiado, tres papas han visitado México y el año pasado Francisco entró a Palacio Nacional siendo recibido por los “tres Poderes de la Unión”. La actual secretaria de la Función Pública se arrodilló

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