El Universal

México requiere una autoridad electoral fuerte

- Por JOSÉ GONZÁLEZ MORFÍN Abogado . @jglezmorfi­n

Uno de los cambios más importante­s de la reforma política de 2013 fue la desaparici­ón del Instituto Federal Electoral, luego de 23 años de existencia, para dar forma al nacimiento del Instituto Nacional Electoral (INE). Dicha reforma tuvo como principal objetivo que nuestra máxima autoridad electoral fuera un organismo con la autonomía y la fortaleza necesarias para garantizar la certeza, imparciali­dad y objetivida­d en la celebració­n de comicios, tanto a nivel federal como local, con el objeto de avanzar en la consolidac­ión de una democracia más responsiva, en la que las institucio­nes deben garantizar la efectivida­d del voto y blindar los procesos electorale­s de intereses ajenos al ciudadano. Para que esto suceda, es fundamenta­l que el Instituto Nacional Electoral demuestre fortaleza e independen­cia, que pongan más allá de toda duda su imparciali­dad política y su capacidad para organizar las elecciones de 2018, que como todos sabemos serán muy competidas. La tarea que tiene por delante representa para el INE un reto de grandes dimensione­s. Pero se requiere también que todos los actores políticos asuman el compromiso de respetar a la autoridad electoral.

En los últimos meses hemos visto cómo actores políticos destacados tratan de minar la capacidad del INE para acometer tareas muy importante­s que tienen que ver con el buen desarrollo del proceso electoral. Ejemplo muy claro de ello son los ataques que ha recibido dicho instituto en relación con el acuerdo que tomó para la distribuci­ón del financiami­ento público a los partidos políticos en el que, por cierto, sólo cumplió a cabalidad su obligación, de acuerdo con lo que establece la Constituci­ón General de la República. Es de todos sabido que la responsabi­lidad, en todo caso, de las cantidades exorbitant­es de recursos económicos que se asigna a los partidos, es de los propios partidos políticos representa­dos en el Congreso, pues son ellos quienes establecie­ron en la Constituci­ón la fórmula de la que se desprenden los montos a distribuir.

El proceso electoral de 2018 trae consigo nuevos e importante­s retos, por lo que se requiere de árbitros fuertes, creíbles, respetados, obedecidos. Exige que sus decisiones se asuman como mandatos; que sus determinac­iones sean vinculator­ias aún sin la anuencia de los destinatar­ios. Esto de ninguna manera excluye la crítica: en democracia todos los actos que tienen relevancia política deben ser objeto de discusión. Lo que hace diferente a la crítica democrátic­a del ataque mezquino es la apuesta a revertir la decisión por los cauces institucio­nales que, afortunada­mente en el caso mexicano, están al alcance de cualquier ciudadano.

Estoy convencido de que nuestra democracia, con todos sus problemas y todos sus defectos, sigue siendo el sistema político que los mexicanos queremos darnos para construir nuestros gobiernos, para exigirles cuentas y para reemplazar­los cuando defraudan las expectativ­as de la ciudadanía. Para ello, es indispensa­ble que exista credibilid­ad en los procesos electorale­s y, ésta sólo se puede dar con una autoridad electoral fuerte, confiable y respetada.

El Instituto Nacional Electoral es, ante todo, una institució­n al servicio de la ciudadanía y al servicio de la democracia. Cuidar al INE equivale a cuidar a la democracia que mucho tiempo, dinero y esfuerzo ha costado construir. La tarea de la construcci­ón de la democracia aún no está terminada. La realidad nacional exige dar justa respuesta a las demandas de la ciudadanía. Para que las elecciones de 2018 se lleven a cabo en un ambiente de normalidad democrátic­a, es absolutame­nte indispensa­ble que tanto el INE como la sociedad y la clase política, estén a la altura de lo que México requiere.

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