El Universal

19 de septiembre de 2017: un desastre humano

- Por ROSAURA RUIZ Directora de la Facultad de Ciencias de la UNAM

Un sismo es una sacudida del suelo provocada por la interacció­n de las placas tectónicas que componen la corteza terrestre. Por el territorio mexicano atraviesan cinco placas, de manera que es natural e inevitable que se vea afectado por la actividad sísmica constante y periódicam­ente. En particular, de acuerdo con grupos de sismología e ingeniería de la UNAM, el movimiento registrado el pasado 19 de septiembre de este año fue causado por una ruptura dentro de la placa oceánica de Cocos, por debajo de la placa de Norteaméri­ca, a unos 120 km de la Ciudad de México y a 57 km de profundida­d. Al propagarse, las ondas sísmicas se atenúan, por lo que la distancia del epicentro es un factor importante a tener en cuenta cuando se evalúa la potenciali­dad de los daños.

En el caso del sismo los daños en la capital del país se debieron a la combinació­n de diversos factores. Entre otros y, como es sabido, a que gran parte de la Ciudad de México está edificada sobre un terreno que anteriorme­nte fue lacustre, y que como consecuenc­ia presenta sedimentos blandos. Los expertos señalan que este tipo de suelo provoca una amplificac­ión de las ondas sísmicas de hasta 50 veces.

Lo que se vive en la capital en un sismo es un patrón de movimiento variable y complejo, pero no extraordin­ario. Por eso es imperativo tomar acciones para prevenir el desastre.

Hay otro factor que juega en esta tragedia y que puede llevar a un desastre futuro, y es la renuencia del gobierno por involucrar a los expertos, científico­s e ingenieros, en el proceso de toma de decisiones; así como el claro desinterés de los gobernante­s por potenciar el desarrollo científico y tecnológic­o del país, que de ser apoyado se convertirí­a en una herramient­a para mitigar los efectos de los llamados “desastres naturales”.

Lo grave de la situación es que no sólo no se ha trabajado en potenciar y acelerar el desarrollo de sistemas preventivo­s, sino que el presupuest­o destinado a ciencia, tecnología e innovación se reduce cada vez más. Actualment­e, la inversión que México destina a ciencia, tecnología e innovación es menor a 0.5% del PIB, muy por debajo del 1% prometido y aún más lejano del promedio de 2.4% de inversión en este rubro en los países miembros de la OCDE; sobre todo tomando en cuenta los recortes propuestos para 2018.

Científico­s como Víctor Manuel Cruz Atienza, del Instituto de Geofísica de la UNAM, ya habían advertido del peligro constante para la Ciudad de México a causa de los sismos; y de hecho, en el documento del 23 de septiembre, los grupos de sismología e ingeniería de la UNAM advierten que es muy probable que se produzca un sismo de mayor intensidad en la Ciudad de México.

No sabemos cuándo ocurrirá el siguiente terremoto, pero sabemos que va a ocurrir. Un sismo es un fenómeno natural, lo que no es natural es el desastre. Un terremoto no mata: matan la pobreza, la desigualda­d —no se puede omitir que más de la mitad de las muertes en este sismo fue de mujeres, ya que se encontraba­n en las casas realizando labores domésticas—, la corrupción, la negligenci­a, la ineptitud, la ineficienc­ia y, sobre todo, la falta de conocimien­to de los fenómenos. No podemos predecir los sismos, pero sí podemos prevenir para atenuar sus consecuenc­ias; y, como ha quedado demostrado, un simulacro al año no es suficiente.

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