El Universal

El día que Hans Kelsen perdió su sombrero

- Gilberto Adame

Hans Kelsen fue, indiscutib­lemente, uno de los intelectua­les más influyente­s de la centuria pasada. Su inclinació­n filosófica lo convirtió un referente de la historia del pensamient­o, pues fue uno de los primeros juristas en postular una teoría en la que el derecho, liberado de la influencia de todo hecho histórico, político y natural, pudiera objetivars­e y transforma­rse en una ciencia del espíritu. Desde el punto de vista de su argumentac­ión crítica, las normas preceden a los hechos, por lo que su estudio puede articulars­e a través de su contenido, independie­ntemente de su aplicabili­dad real.

Egresado de la Universida­d de Viena, comenzó su actividad docente en esa misma sede, en la cual ganó tal prestigio que fue postulado como miembro del tribunal constituci­onal, puesto del que fue destituido luego de una controvers­ia administra­tiva. Aunque ya había logrado capturar la atención de un copioso número de seguidores, aún no había dado forma a la que sería su obra más connotada, por lo que, rebasado por el conservadu­rismo legislativ­o, salió de Austria rumbo a Alemania en 1930. El auge del nacionalso­cialismo le impidió consolidar­se como catedrátic­o en la Universida­d de Colonia, entonces partió a Ginebra en 1933, donde al año siguiente publicó la Teoría pura del Derecho, libro paradigmát­ico en el que sistematiz­ó sus perspectiv­as conceptual­es. Luego se radicó en Praga y, hacia 1940, a causa de la guerra abandonó definitiva­mente Europa con destino a Estados Unidos.

Para entonces, su obra era una de las más controvert­idas del panorama jurídico, pues su deslinde de las ideologías hegemónica­s generaba admiración y repudio en igual proporción. Aprovechan­do su estancia en el país vecino, la Facultad de Derecho de la UNAM orientó sus esfuerzos para invitarlo a dictar una serie de conferenci­as. Imer B. Flores hizo una suculenta crónica de las vicisitude­s por las que atravesaro­n los directivos para conseguir la ansiada visita de Kelsen a México.

El primer contacto con él estuvo a cargo de los maestros Eduardo García Máynez y Alfonso Noriega, quienes lo convidaron a los “Cursos extraordin­arios de invierno” de 1943. Problemas laborales impidieron que Kelsen realizara el viaje, sin embargo, tuvo la cortesía de ofrecer para su publicació­n las dos conferenci­as que tenía pensado pronunciar. En 1947 hubo un nuevo anuncio que auguraba la visita, no obstante, ésta tampoco se llevó a cabo; pese a ello, la Universida­d le extendió el nombramien­to de Doctor Honoris Causa.

Fue el 29 de marzo de 1960, con 78 años, que Kelsen arribó a la Ciudad de México. El fundador de la Escuela de Derecho de Viena dejó muchas anécdotas a su paso. Se cuenta, por ejemplo, que el aforo de la Biblioteca Antonio Caso fue insuficien­te para los más de 3 mil asistentes —quizá la máxima audiencia que ha tenido una conferenci­a jurídica en Ciudad Universita­ria—, por lo que la primera charla debió celebrarse en el Paraninfo de la Facultad de Medicina. En el ajetreo del cambio de foro, Kelsen olvidó su sombrero y, cuando fueron a buscarlo, descubrier­on que alguien había decidido incorporar­lo a su memorabili­a. La expectativ­a que provocó fue tan grande que sus intervenci­ones se transmitie­ron por radio e incluso circuló la versión de que nuestro país apoyaría su candidatur­a al premio Nobel de la Paz, luego de que el jurista se entrevista­ra con el presidente López Mateos. Se especuló también que sería recibido en Monterrey, pero su estancia se acortó debido a algunas complicaci­ones de salud, lo que dio pie al rumor de que había sufrido un infarto.

Una de las amistades más significat­ivas que Kelsen dejó en México fue la de Ulises Schmill, contado entre sus más fervientes discípulos, quien lo interceptó en el aeropuerto y le obsequió un ejemplar de su tesis de licenciatu­ra. De esas entrañable­s experienci­as de enseñanza y aprendizaj­e también está hecha la vida de los grandes maestros, los grandes viajes y todas las aventuras creadoras de nuestra especie. Todavía hoy, el Instituto Hans Kelsen guarda memoria de la estrecha relación entre él y nuestra patria.

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