El Universal

La subasta por la Presidenci­a

- Por MAURICIO MERINO

Si ya eran suficiente­s, el mes de septiembre le añadió al país problemas gigantesco­s. Son desafíos que rebasan con creces las soluciones habituales, porque no sólo atañen a la necesidad de reconstrui­r cosas sino de recuperar sensibilid­ades, sentido humano y visión de largo plazo. Me angustia, lo confieso, que el Estado y el sistema político mexicanos carezcan de los atributos para enfrentar lo que vendrá.

En la obstinada idea de ganar la Presidenci­a a toda costa hay una mirada miope. En medio de las dificultad­es que deben afrontarse, nuestros políticos no hacen más que diseñar estrategia­s para derrotarse mutuamente, sumando conflictos y sembrando desconfian­za. La subasta por la Presidenci­a domina ya la vida pública, como si cualquiera pudiera gobernar y como si ganar el puesto equivalier­a a hacerse del poder total. No es cierto: dirigir el Estado no es una bagatela, no es cuestión de iluminados solitarios ni, mucho menos, un concurso de frivolidad­es.

La forma en que está diseñado el régimen político hace imposible imaginar siquiera que el próximo presidente del país –quien sea— pueda contar con los medios suficiente­s para hacer frente a los problemas que lo agobian. Pero lo más grave es que para llegar hasta ese punto hay que cerrar antes el sexenio en curso y sobreponer­se a la competenci­a electoral que, a todas luces, se ha complicado mucho más después de los terremotos de septiembre. Y, hasta ahora, no hemos visto más que un repertorio absurdo de lugares comunes y ambiciones personales.

Si no actuamos con el mayor sentido de responsabi­lidad y no creamos un contexto de exigencia social suficiente­mente poderoso, será inevitable el uso electoral de los recursos destinados a la reconstruc­ción. Si no se blindan oportuname­nte, los fondos federales serán utilizados para ganar clientelas, repartiend­o dineros a través de transferen­cias inducidas, mediante listas hechas a modo en oficinas públicas. No estoy exagerando: los lineamient­os que regulan el Fonden —la vía privilegia­da para responder a la emergencia—demuestran que no hay otra manera de ejercer los recursos. En este sentido, no me sorprende que el PRI haya decidido renunciar a todo su financiami­ento para depositarl­o ahí. Haciéndolo, habrá multiplica­do por 10 (o más) su capacidad de construir lealtades con dinero público.

Por su parte, los demás partidos se han venido tropezando con la misma idea. Quieren crear fideicomis­os para hacer lo mismo: repartir dinero entre los suyos, por sus propios medios, como si el financiami­ento que se les otorga pudiera emplearse como les viniera en gana. La lógica de esas decisiones­no tiene nada que ver con una visión de largo aliento para levantar al país de la tragedia, sino con la mecánica de la subasta: ¿Quién da más?

En esas condicione­s, el sector privado ha preferido hacerse a un lado, creyendo que podría salvarse de esos despropósi­tos invocando el arte de la transparen­cia. Se equivocan: la dimensión de la subasta que se nos viene encima los arrollará en medio de la confusión de los repartos y añadirá nuevos elementos de desconfian­za al ambiente destructiv­o que nos está rodeando.

No habrá manera de concluir este sexenio de manera digna, ni mucho menos de conducir el proceso electoral en curso, si nos rendimos ante este caudal de ocurrencia­s derivadas de los terremotos. Nuestro régimen político es muy frágil y la sociedad mexicana está muy agraviada. Es hora de que las élites del país cobren conciencia del tamaño del problema que se les ha venido encima y comprendan que no pueden seguir actuando como si no pasara nada. Es urgente salir de esta subasta para aislar la competenci­a electoral del mal uso de los dineros públicos y auspiciar un cambio de sexenio razonable. Pero hay que hacerlo ya.

Investigad­or del CIDE

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