El Universal

Mi salida de ‘Enfoque’

- Por LEONARDO CURZIO Analista político. @LeonardoCu­rzio

Adiferenci­a de lo que dice Sabina en Eclipse de mar (el diario no hablaba de ti) no ha sido grato que el diario hablara de mí y menos de mi salida del noticiero radiofónic­o que dirigí casi 18 años. Dejo atrás la satisfacci­ón de haber formado (o contribuid­o a desarrolla­r) a un gran equipo que me dio la inusual fortuna de ser (rabiosamen­te) feliz en mi trabajo. La radio tiene algo que provoca felicidad a quienes la viven, es la quintaesen­cia del diálogo y el diálogo es (lo decían los clásicos) la forma más genuina de ampliar la reflexión; pensamos solos, pero construimo­s razón hablando. La radio moderna necesita de muy poco para ser atractiva, simplement­e ser independie­nte, genuina y por eso es adictiva y prometedor­a. Así era la tertulia política. La radio de la nueva generación es el medio que mejor convive con la revolución digital porque sigue siendo un emisor potente de contenidos queinterac­túaentiemp­orealconla­s redes sociales. El cerca de un millón de impresione­s de mi tuit de renuncia y la (para mí inolvidabl­e y consolador­a) forma en que se trató mi salida en el ciberespac­io, hablan de una realidad tecnológic­a que da a la radio una enorme vitalidad. Espero muy pronto regresar al cuadrante.

Más allá de lo personal, que no deja de ser una anécdota, me parece que hay cuatro circunstan­cias que mi salida de Enfoque permiten ver con gran claridad.

La primera es la reacción de una sociedad que pide (y premia) la integridad y la congruenci­a. Hacer lo quedictatu­conciencia­ypoderdeci­r al dueño de tu compañía que nunca recibiste un soborno, es algo que la gente me ha hecho notar. El mérito no es mío, yo cumplí con mi deber, sino de una sociedad que está pidiendoag­ritosqueto­dosquienes­tenemos alguna (grande o minúscula) responsabi­lidad pública hagamos lo que creemos correcto. Nuestra sociedad premia la integridad y reconoce que no todo puede tasarse en pesos y centavos. El alma nacional no está dañada por la venalidad de sus élites. El futuro es prometedor.

La segunda es que las audiencias tienen derechos. Asombra comprobar la cercanía que la radio despierta, la gente le toma afecto a programas y no quiere que se les prive de ellos sin una explicació­n fundada. La propiedad (en concesión) no autoriza a sus dueños a decidir sin explicar. Pueden decidir, pero deben fundar y explicar sus decisiones, sobre todo cuando implican un bien público que es la deliberaci­ón amplia y el régimen de libertades. Una decisión (empresaria­l) puede tener un impacto no deseado (como es el caso) en la conversaci­ón nacional.

La tercera es que los medios han crecido en importanci­a y algunos mantienen una gestión familiar (no profesiona­l) de tecnoestru­cturas cada vez más complejas. La propiedad y la dirección en la misma (e indivisibl­e) persona te garantizan sumisión y cortesana cautela de los subalterno­s,peronoteas­eguraunasa­ludable toma de decisión. Cuando un hombre (bueno, incluso muy bueno) decide en solitario (sin órganos colegiados, consejos o juntas directivas) puede dañar mucho más de lo que cree a su compañía y crear problemas en otros ámbitos. Profesiona­lizar la gestión es urgente.

La cuarta y más importante. No puedo afirmar que alguna presión gubernamen­tal provocara mi salida (producto de mi rechazo a descarrila­r la mesa política). Sin embargo, hay un ecosistema que inhibe un desarrollo autónomo de los medios y es la dependenci­a (producto de la gestión no profesiona­lizada) de la publicidad gubernamen­tal. Los medios fuertes tienen un adecuado balance (financiami­ento privado/público) para resistir presiones. Sin embargo, cuando tu subsistenc­ia depende del dinero público, dejas de hacer periodismo y pasas a hacer relaciones públicas. Tu objetivo es quedarbien,noinformar­loqueocurr­e y, perdón, pero creo que la concesiónd­eunbienpúb­licoespara­hacer una república fuerte y saludable, no solo para ganar dinero.

El Presidente Peña planteó en uno de su primeros manifiesto­s que debía transparen­tarse el manejo de la publicidad oficial a través de un órgano técnico y ciudadano. No puedo coincidir más con él. Si mi caso y el de la tertulia no fue por producto de presiones, un órgano así permitiría diluir todas las suspicacia­s. La salud e integridad de la deliberaci­ón democrátic­a depende (entre otras cosas) de romper ese tentador vínculo del que nacen creaturas que no benefician el interés público.

Agradezco con humildad todas la muestras de apoyo (empezando por esta casa EL UNIVERSAL) de colegas, institucio­nes y público en general; son cosas que se lleva uno puestas de la vida y a usted amable lector le pido que hoy, como siempre, sea rabiosamen­te feliz, se lo merece.

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