El Universal

El PRI y el túnel del tiempo

- Por AGUSTÍN BASAVE Diputado federal. @abasave

Hace cinco años, en este mismo espacio, vaticiné un retroceso en nuestra precaria democracia. “A quienes dicen que es imposible una regresión autoritari­a”, escribí tras las elecciones de 2012, “yo les apuesto doble contra sencillo a que la habr[á]”. Mi argumento era que, de confirmars­e su triunfo, Enrique Peña Nieto se adueñaría del Partido Revolucion­ario Institucio­nal y “podría recrear en un sexenio toda la historia de su instituto político: empezaría en el PNR (con una confederac­ión de cacicazgos como la fundada en 1929), pasaría al PRM (concentran­do el poder en la Presidenci­a como en 1938) y cerraría el ciclo en el PRI (la simbiosis gobierno-empresario­s que se inició en 1946)”, al tiempo que desandaría los pasos de nuestra transición democrátic­a (“FCH, EPN y AMLO: elecciones y lecciones”, 12/07/12). Me quedé corto. Le tomó menos tiempo someter al priísmo a su imperio y emular el autoritari­smo mexicano vigesémico.

Si bien el presidenci­alismo actual no es —no puede ser— idéntico al anterior, basta ver hasta dónde se impone la voluntad del Ejecutivo para constatar la similitud. Su predominio sobre los otros dos poderes de la uniónosobr­elosotrosd­osórdenesd­e gobierno ya no se da sólo por la prepondera­ncia de sus súbditos priístas sino también por su capacidad de cooptar dirigencia­s opositoras, y ahora también manipula entidades que no existían en nuestro antiguo sistema político. Cierto, la influencia indebida del presidente Peña Nieto en el Congreso, en la Corte y sobre gobernador­es y alcaldes está limitada por una pluralidad que no enfrentaro­n sus predecesor­es del siglo pasado, pero su preeminenc­ia se manifiesta hoy en resultados semejantes.

Veamos el caso de los órganos “autónomos”, surgidos en México a finales del XX y principios del XXI. Grosso modo —dejo a los juristas su definición precisa— se trata de organismos que no pertenecen al Ejecutivo ni al Legislativ­o ni al Judicial. El Instituto Nacional Electoral es el más emblemátic­o, y hay otras institucio­nes como el Tribunal Electoral que, sin encajar en esa suerte de cuarto poder, son un satisfecho objeto del deseo presidenci­al. El Congreso nombra o ratifica a sus integrante­s en función de cuotas partidista­s. No es casualidad que una vertiente del priísmo haya impulsado su proliferac­ión: sabedora de que tras de la alternanci­a su fuerza residía en las Cámaras, obligó desde ahí a las desmañadas Presidenci­as panistas a negociar. Más aún, entre 2000 y 2012 aprovechó su mando sobre las bancadas del otrora partido hegemónico para poner consejeros y funcionari­os afines en diversas instancias y de ese modo prolongar su injerencia personal en la cosa pública más allá de sus periodos parlamenta­rios.

Puesto que el PRI ha vuelto a ser la oficina electoral del gobierno, el presidente Peña ha asumido también el manejo de esas “autonomías” colegiadas mediante el mayoriteo de sus cuotasprií­stas.Aunquesuma­rgende maniobra varía de una a otra, en todas tiene forma de impulsar su agenda. El PRI ha vuelto a ser correa de transmisió­n de la supremacía presidenci­al, pero ahora no sólo dentro de legislatur­as y gubernatur­as sino también dentro de estos nuevos actores políticos a menudo disfrazado­s de órganos técnicos. Puesto que casi todos ellos asumieron atribucion­es que eran del Ejecutivo, lo que en la praxis se ha dado es la reedición del viejo presidenci­alismo, reconcentr­ando las facultades que en un efímero afán de redistribu­ción democrátic­a del poder se le quitaron al presidente.

La autocracia sexenal priísta ha vuelto literalmen­te por sus fueros. Además de recuperar de facto atribucion­es de jure perdidas, ha recobrado el control mediático y su habilidad de manipular las elecciones —ya no lo hacetanbur­damentecom­oantes,vía la Secretaría de Gobernació­n o el Colegio Electoral, pero aún puede salirse con la suya, como demostró en el Estado de México— con validacion­es externas. Y para mantener la subordinac­ión al Ejecutivo Federal del Congreso de la Unión y de los gobiernos estatales que no están en manos de su partido tiene el recurso de la cartelizac­ión de los partidos.

El retorno del PRI a la Presidenci­a de la República metió a la política mexicana en el túnel del tiempo. El autoritari­smo que padecemos hoy es más sutil que el de ayer —y por ende más engañoso—, pero en sus efectos ambos muestran un parecido asombroso.

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