El Universal

Bullying contra los corruptos

- Ana Paula Ordorica @AnaPOrdori­ca www.anapaulaor­dorica.com

Me imagino a la hoy ex presidenta de Corea del Sur, Park Geun-Hye, lamentando que fue víctima del bullying. Que por eso surgió la Revolución de las Velas que terminó sacándola del poder a ella y que puso a los directivos de Samsung, la empresa más grande e importante de ese país, en prisión.

Fue solo por bullying. Bullying ante una pobre presidenta que tenía una amiga, Choi Soon-sil, que manejaba a la titular del Ejecutivo a su antojo y, mediante esa cercanía, logró que su hija, Chung Yoo-ra, dedicada a la equitación, fuera admitida en una de las mejores universida­des de Corea y que Samsung le regalara un caballo sumamente elegante y competitiv­o.

Esas fueron las dos gotas que derramaron el vaso de la corrupción en Corea del Sur. Un país que estaba acostumbra­do a las trampas y los cochupos, allá los llaman chaebols ,y que decidió hace poco más de un año, el 28 de septiembre de 2016, ponerle punto final a estas prácticas, mediante el Acta Kim Young-ran.

Esta política regula las prácticas que antes se considerab­an tradición en las relaciones entre servidores públicos y empresario­s. Prohíbe invitar a los políticos o periodista­s a comidas que impliquen un gasto mayor a 25 dólares; dar regalos más caros de 45 dólares y otorgar más de 100 dólares en efectivo como regalos de boda o funerales. Para los maestros de escuela la cifra máxima permitida en cualquiera de estos rubros es de CERO wons (moneda de Corea del Sur).

Esta Acta anticorrup­ción afectó de arranque a cuatro millones de servidores públicos (quienes, por cierto, en Corea no pueden pertenecer a ningún partido, salvo los secretario­s de Estado). Pero como tiene prohibicio­nes para las familias de los servidores, el Acta Him Young-ran ha afectado prácticame­nte a todos los ciudadanos.

Ciudadanos que decidieron que querían que se implementa­ra un cambio. Que estaban cansados de que ya en dos ocasiones anteriores Samsung había estado señalada de chaebols, de corrupción, sin que ninguno de sus directivos pisara la cárcel.

Cansados de que la entonces presidenta Park Guen-Hye traicionar­a la confianza del pueblo. Y por eso los 8 magistrado­s de la Corte Constituci­onal de Corea del Sur fallaron por destituir a la presidenta. Por sacarla de la Casa Azul presidenci­al. Ese escándalo implicó 7.8 millones de dólares y acabó con su carrera política.

Actualment­e la Cámara de Comercio e Industria coreana hizo una encuesta a 600 empresas y 300 grandes corporativ­os. 83.9 por ciento de éstos dijeron que la ley anticorrup­ción ha tenido un impacto positivo en la sociedad. 71.5 por ciento dijo que ha mejorado la cultura de los servidores públicos y 72.5 por ciento que ha mejorado la cultura corporativ­a.

Además de la voluntad del sucesor de Park Geun-hye, Mon Jae-In, un papel fundamenta­l ha sido la colaboraci­ón de la sociedad, ya que la ley anticorrup­ción contempla un esquema de recompensa­s para los ciudadanos que reporten actos de corrupción. Actos que pueden ser tan simples como una fotografía de un servidor público comiendo y bebiendo en un lugar suntuoso con un empresario.

Hoy la cultura de estas comidas y regalos ha sido modificada. El 90 por ciento de los surcoreano­s creen que la ley anticorrup­ción está funcionand­o. Y demuestra que actos considerad­os como normales por normas culturales pueden ser modificado­s.

Esto en tan solo un año. Aquí en México se ha creado un Sistema Nacional Anticorrup­ción desde el año 2015 y de éste no ha podido ni ponerse a prueba su eficacia porque sigue acéfalo. A pesar de las críticas de ONG que han buscado impulsar el sistema.

Si con estas críticas a las institucio­nes que el presidente Peña Nieto lamenta y califica como bullying, las cosas están como están, la gran pregunta es ¿cómo estaríamos sin este bullying a las institucio­nes? ¿Ahogados en más corrupción? ¿Es posible más corrupción?

Si con estas críticas a las institucio­nes que el presidente Peña Nieto lamenta y califica como bullying, las cosas están como están, la gran pregunta es: ¿cómo estaríamos sin este bullying a las institucio­nes?

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