El Universal

El estado catastrófi­co de nuestras policías

- Alejandro Hope alejandroh­ope@outlook.com @ahope71

Nuestras policías son un desastre. O al menos así lo suponemos, así lo intuimos, así lo vemos, así lo dicen algunos datos sueltos y así lo grita nuestra experienci­a cotidiana.

Pero una cosa es suponer y otra es saber. Para saber, hay que investigar, rascar y medir. Y eso, para fortuna de todos, es lo que acaba de hacer el equipo de la organizaci­ón Causa en Común (Nota: soy asesor externo de esa institució­n).

El lunes, presentaro­n dos instrument­os cruciales para evaluar a las policías estatales. En primer lugar, un Índice de Desarrollo Policial (Indepol), diseñado para medir la distancia entre la realidad y la norma. La Ley General del Sistema Nacional de Seguridad Pública (LGSNSP), aprobada en 2009, obliga a todas las corporacio­nes policiales a adoptar ciertos mínimos institucio­nales en cinco dimensione­s: profesiona­lización, carrera policial, certificac­ión, seguridad social y régimen disciplina­rio.

La obligación no parece muy obligatori­a. La mayoría de las policías estatales no llega a esos mínimos. La Policía Federal tampoco ¿Qué tan lejos se encuentran? Esa es la virtud del Indepol: nos dice la magnitud del rezago. Y no es trivial. En una escala de 0 a -100, siendo 0 la mejor calificaci­ón posible, el promedio en las cinco dimensione­s de todas las policías estatales más la PF es de -41.

Y en algunos temas, el asunto es mucho peor: en lo que se refiere a la certificac­ión policial, el promedio nacional es de -57. En materia de seguridad social, el promedio es -52. Es decir, nuestras policías salen más que reprobadas.

Hay, por supuesto, de corporacio­nes a corporacio­nes. En Baja California, Morelos o Puebla, las policías estatales no salen tan mal paradas. Hay allí evidencia de esfuerzos de construcci­ón institucio­nal. Pero, en otros estados, en Nayarit o Baja California Sur, por ejemplo, el asunto es zona de desastre.

En Nayarit, por ejemplo, su academia de policía no cuenta con dormitorio­s, comedor, servicio médico, gimnasio o pista de manejo. Sabrá Dios que le enseñan allí a los reclutas.

En Baja California Sur, la unidad de asuntos internos de la policía estatal no tiene mecanismos para recibir denuncias anónimas, no realiza investigac­ión de campo y no tiene protocolo de investigac­ión. Es decir, no sirve de gran cosa.

Esta distancia frente a la norma es sólo una de las caras del desastre. Otra, más dramática, es lo que refieren los propios policías en una encuesta conducida por Causa en Común. Los resultados paran los pelos de punta.

Casi la mitad refiere que su salario mensual es inferior a 10 mil pesos. Nueve de cada diez afirmaron que nunca han recibido una promoción o reconocimi­ento. Dos de cada tres nunca han tenido un ascenso.

Y además de estar mal pagados y no recibir reconocimi­ento alguno, los policías tienen que poner de su bolsillo: 41% señaló que tuvo que pagar por sus botas, 38% por su uniforme, 26% por reparacion­es de las patrullas, 12% por la gasolina de las mismas, 20% por los cartuchos, y 11% por sus chalecos antibalas.

De remate, los policías son objetos constantes de maltrato dentro de sus corporacio­nes: 30% afirmó haber sido objeto de humillacio­nes, 28% de discrimina­ción, 16% de acoso sexual y 15% de abuso físico.

Esos policías —esos que deben subsistir en institucio­nes contrahech­as, que medio sobreviven con malos sueldos, que no reciben prestacion­es ni recompensa­s, que deben pagar por su equipo esencial, que son víctimas constantes de malos tratos— tienen la encomienda de protegerno­s.

¿A alguien le sorprende que no lo hagan o que lo hagan a medias? ¿Por qué nos cuidarían si no los cuidamos nosotros primero?

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