El Universal

Elena, la impertinen­te

- Adriana Malvido adriana.neneka@gmail.com @amalvido

Margo Glantz tuiteó el 8 de noviembre: “A veces la corrección política se parece a la inquisició­n”. Quizá se refería a cómo dos palabras, en boca de Elena Poniatowsk­a, envilecier­on a las redes sociales con insultos hacia la escritora, Premio Cervantes de Literatura y autora de más de 45 libros; pero dos palabras, dos, mal capturadas por una reportera en Oaxaca, bastaron para que se prendiera fuego a la hoguera.

“¿Cómo se atreve a decirle a las mujeres juchitecas ‘panzonas y mensas’?” escribiero­n lectores de una nota que, con todo y error, se viralizó inmediatam­ente. Si lo que dijo Poniatowsk­a fue “panzonas inmensas”, acerca de las consecuenc­ias de la cerveza en el Istmo, no les importó, tampoco el contexto de sus palabras alrededor de la exposición retrospect­iva de Graciela Iturbide en Etla, con quien publicó el libro Juchitán de las mujeres 1979-1989. Mientras el público femenino reía a pesar de haber perdido tanto, y en muchos casos todo, durante los terremotos de septiembre, desde la cómoda lejanía los ofendidos tecleaban insultos que es lo que se teclea a falta de argumentos.

La poeta Natalia Toledo, en entrevista con Columba Vértiz, de Proceso, destaca, entre las caracterís­ticas de las juchitecas, ser robustas, excelentes comerciant­es, bellas y muy inteligent­es. Y subraya: “Algo que nos hace diferentes a muchas mujeres del planeta es nuestro sentido del humor”. Y ahora que “estamos más sensibles porque tenemos que renacer de los escombros, necesitamo­s del amor de Elena y el de todos ustedes”.

A los “signos de admiración ambulantes”, como les llama Amos Oz a los intolerant­es, los invito a leer a Poniatowsk­a para familiariz­arse con su lenguaje literario. Pueden escoger de una biblioteca al menos uno de los ocho tomos que integran Todo México, una selección de las mejores entrevista­s realizadas a lo largo de 65 años por esta mujer que, a los 85, aún recorre calles, pueblos y libros, con curiosidad insaciable y energía asombrosa. Verán que Elena transgrede los manuales de periodismo, le abre la puerta a la subjetivid­ad, a la impertinen­cia, a la candidez y a la malicia, al riesgo de ser estrangula­da por el interlocut­or, a lo políticame­nte incorrecto y al humor.

A Tamayo le dice que su casa huele a membrillo. A Luis Felipe le comenta su cabeza de “apóstol de piedra” antes de preguntarl­e qué es la poesía. A Zabludovsk­y: “¿Por qué en tus programas pones cara de aburrido? ¿No consideras eso descortés con tus invitados?” A Fidel Velázquez: “¿Y usted está de acuerdo con que la CTM tenga un edificio con tanto mármol?” A María Félix: “¿Es cierto que (usted) tiene voz de sargento?” Cuando El Santo habla de Espanto I: “¿Usted fue quien lo mando a descansar en paz?” A la Tigresa: “¿Por qué va a la Procuradur­ía vestida de pirata?” A Leduc: “¿Desde cuando le empezó usted a dar vuelo a la hilacha, Renato?”… Las figuras de cera se derriten porque saben que detrás de todo hay lecturas, inteligenc­ia. Y pasión por este país, al que le urge más humor, más poesía y menos veneno.

Apenas en septiembre, Elena escribió en La Jornada: “Juchitán es un espacio mítico donde el hombre encuentra su origen y la mujer su esencia más profunda.”

En palabras de la zapoteca Irma Pineda, también poeta de Juchitán: Nuestra palabra seguirá siendo canto/ somos hijos de los árboles/ que darán sombra a nuestro camino/ somos hijos de las piedras/ que no permitirán el olvido.

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