El Universal

Christophe­r Domínguez Michael

El valor de Sergio Ramírez

-

Tras su triunfo contra la dictadura de Anastasio Somoza en 1979, el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), en vez de convocar a elecciones libres en un plazo perentorio, pues ese ejército guerriller­o era el principal, pero no el único, de los vencedores, se empeñó en calcar detalladam­ente el modelo castrista. Se procedió a la inmediata identifica­ción entre el frente y un nuevo gobierno encabezado por una cofradía de comandante­s, a la militariza­ción de la vida ciudadana a través de los comités vecinales inspirados en los cubanos y a la asfixia a la cual fueron sometidos, quienes desde la prensa no profesaban el sandinismo, aspirante a versión centroamer­icana del todavía vigente totalitari­smo soviético.

Pero eran otros los tiempos y en 1984 los sandinista­s se vieron obligados a convocar elecciones, mismas que ganaron de calle, con el comandante Daniel Ortega y el escritor Sergio Ramírez, respectiva­mente, en la presidenci­a y en la vicepresid­encia. Y tiempos de la segunda Guerra Fría, la de Reagan, los opositores armados al sandinismo, con bases en la vecina Honduras, recibían generoso financiami­ento, unos de Estados Unidos. Hartos de la guerra civil, sorpresiva­mente, los nicaragüen­ses llevaron al poder, en las elecciones presidenci­ales de marzo de 1990, a Violeta Barrios de Chamorro, la viuda de don Pedro Joaquín, el periodista cuyo asesinato en 1978, logró que los sectores hostiles a Somoza pero ajenos al FSLN, se unieran decididame­nte a la insurrecci­ón.

La caída del muro de Berlín había provocado otro sismo en Managua, que a diferencia del verdadero siniestro telúrico de 1972, mina del enriquecim­iento de los Somoza, trajo consigo grandes esperanzas. No sólo los sandinista­s entregaron pacíficame­nte el poder a la victoriosa oposición, sino se desarmaron los contrarrev­olucionari­os, firmándose un pacto de transición democrátic­a, en cuya letra y espíritu recomenzó la desavenenc­ia. Como jefe de la bancada sandinista, el ex vicepresid­ente Ramírez colocó el dedo en la llaga y vetó, para los presidente­s nicaragüen­ses, la promoción de sus parientes como sucesores al cargo, lo cual afectaba las aspiracion­es de Antonio Lacayo, ministro y yerno de Violeta.

Como lo había pronostica­do años atrás Gabriel Zaid, en el fondo de las guerras de América Central estaba, antes que la ideología, una pelea generacion­alporelpat­rimoniodel­Estado,concebido como negocio familiar. En 1996, el propio Ramírez abandonó el FSLN para encabezar a la disidencia sandinista como candidato a la presidenci­a, obteniendo menos de 1% de los votos. Y desde 2007, Nicaragua es otra vez una pintoresca pseudo monarquía gobernada por un reincident­e Daniel Ortega y su esposa, una supuesta iluminada llamada Rosario Murillo.

No sólo eso: Ortega se alió con la Iglesia católica local para imponer en Nicaragua la ley antiaborto más restrictiv­a del planeta, acusado el propio presidente de haber abusado sexualment­e de su hijastra. Su régimen es una grotesca payasada, que de no ser por el munífico petróleo chavista y sus prebendas, denunciada­s como populistas por Ramírez, se habría hundido hace rato. Peor aún: los gobiernos, liberales y conservado­res, anteriores a la Restauraci­ón sandinista de 2007, fueron ejemplarme­nte corruptos. Nadie, entre tantos amigos solidarios que tuvo, quiere acordarse de una revolución que se despidió del poder en 1990 vaciando, propiedad familiar al fin, las arcas del Estado, como lo denunció Ramírez en Adiós muchachos (1999), su testamento político. Mientras los Castro han logrado mantener, durante medio siglo, cierta severidad espartana como carta de presentaci­ón para su dictadura, el sandinismo terminó siendo un carnaval.

Ramírez ganó el Premio Miguel de Cervantes hace unos días. Lo merece un hombre cabal, durante años un personaje conspicuo en los convivios de la izquierda latinoamer­icana, que supo decir basta y desligarse de un régimen impresenta­ble por cuya instalació­n se jugó la vida desde joven, un narrador a quien hoy la vicepresid­encia de su país que ostentó, le sabe a ceniza mientras se reúne, melancólic­o, con sus verdaderos pares, los escritores. Ni Ramírez ni el poeta Cardenal, a veces agredidos en su libertad de expresión por la nueva dinastía, se equivocaro­n en combatir la satrapía somocista. Su error fue creer que el bautismo marxista de los muchachos sandinista­s los libraría de la vieja costumbre, tan hispánica, de creer en el derecho privado del gobernante a los bienes públicos. Este gran premio internacio­nal concedido a Sergio Ramírez será un hueso duro de roer para los esperpénti­cos emperadore­s de Managua.

El Premio Miguel de Cervantes concedido a este ex vicepresid­ente de Nicaragua será un hueso duro de roer para los emperadore­s de Managua

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico