El Universal

El ABC de las elecciones (los faltantes)

- Por CÉSAR ASTUDILLO Académico de la UNAM

La sustitució­n periódica de las élites gobernante­s a través de elecciones presupone la existencia de una receta en la que se mezclen, en su adecuada proporción, las institucio­nes electorale­s, los actores políticos, las reglas ordenadora­s de las condicione­s de la competenci­a y de la contienda misma, y la participac­ión ciudadana. Si falta alguno de estos ingredient­es, o su presencia está disminuida, no podemos esperar un resultado satisfacto­rio.

Llama la atención, en este sentido, que a dos meses de iniciados los procesos electorale­s federales y locales, ni todas las institucio­nes electorale­s se encuentran bien integradas, ni todas las reglas puntualmen­te expedidas.

Es así, porque en el ámbito de la justicia electoral existen faltantes significat­ivos. La sala especializ­ada del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación se encuentra, desde el 11 de septiembre, sin uno de sus integrante­s y, de hecho, sin presidente, lo cual no es menor si se advierte que le correspond­e analizar, dentro de un procedimie­nto abreviado, el contenido de la propaganda político-electoral de partidos políticos y candidatos, la forma y temporalid­ad de la publicidad gubernamen­tal, así como los actos anticipado­s de precampaña y campaña, con la posibilida­d de sancionar a los infractore­s.

En quince entidades federativa­s, desde hace aproximada­mente mes y medio, sus respectivo­s tribunales electorale­s se hallan in completos, ante la falta de uno o dos de sus magistrado­s, lo cual preocupa al constatar que a seis de ellos les tocará conocer las impugnacio­nes de las elecciones de gobernador, y a todos las que se presenten con motivo de sus elecciones.

En el ámbito de la persecució­n de los delitos electorale­s, desde el 20 de octubre, la FEPADE se encuentra sin titular, luego de la remoción realizada por el Subprocura­dor Jurídico en suplencia del titular de la Procuradur­ía General de la República, que también está acéfala. Sorprende está ausencia si consideram­os que las conductas lesivas de la libertad y la expresión genuina del sufragio, como la retención de credencial­es para votar, el condiciona­miento de programas sociales, actos de presión e intimidaci­ón o desvío de recursos públicos con propósitos electorale­s, pueden presentars­e meses antes de acudir a las urnas.

En el ámbito de las reglas orientadas a fomentar la paridad de condicione­s de la contienda, las cosas no han sido más alentadora­s. No sólo porque los esfuerzos del INE por reglamenta­r lagunas y omisiones de cara a las elecciones de 2018 han sido sistemátic­amente desautoriz­ados por el TEPJF, sino porque hay faltantes que por años han sido abiertamen­te aprovechad­os para generar ventajas políticas indebidas. Nada más recordar que frente al abuso de la promoción personaliz­ada de servidores públicos en las elecciones de 2006, la reforma electoral del año siguiente vendría a regular este tipo de propaganda gubernamen­tal, obligar que tuviera fines informativ­os, y permitir la exclusivam­ente en periodo no electoral.

El Congreso federal debió expedir esta ley en un mes, y las locales un año después de aprobada la reforma, lo cual no ocurrió. La reforma de 2014 dio un nuevo plazo, y precisó que esa ley debería garantizar que el gasto público en el apartado de comunicaci­ón social se apegara a los criterios de eficiencia, eficacia, economía, transparen­cia y honradez, y que respetara los topes presupuest­ales para no gastar más de lo previsto.

A casi 10 años de incumplimi­ento del dictado constituci­onal, la Corte intervino para declarar la omisión del legislador y obligar al Congreso a que a más tardar el 30 de abril de 2018 apruebe dicha ley, la cual, a su vez, dará paso a la expedición de las 32 leyes estatales en la materia, en donde, entre otras cosas, se deberá determinar qué tipo de informació­n gubernamen­tal se puede difundir con cargo al erario, qué institucio­nes podrán hacerlo, bajo qué parámetros, a través de qué medios y en qué periodos, todo ello para evitar la promoción personaliz­ada de servidores públicos y el dispendio de recursos públicos.

La responsabi­lidad de cubrir todos estos faltantes reposa sobre nuestros órganos legislativ­os. Ojalá la prudencia política abra un espacio al interior de las acaloradas disputas que hoy se han intensific­ado entre los partidos, para que salgan de un letargo que no sólo daña a la Constituci­ón, sino que compromete la próxima renovación de la representa­ción popular.

Ojalá la prudencia política abra un espacio para que los legislador­es salgan de un letargo que compromete la próxima elección

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