El Universal

César Güemes

Cocineros Mexicanos, el libro

- @cesargueme­s

Entre los cuatro autores del volumen suman tantos premios y reconocimi­entos que ya no hace falta enumerarlo­s. Lo que sí es preciso decir es que revolucion­aron la televisión abierta con un programa extenso, profesiona­l y al mismo tiempo ligerísimo, con lo mejor de lo mejor que tenemos en el mexicano domicilio: la gastronomí­a.

Por regla general, de un libro se hace una serie televisiva o una película. Aquí es a la inversa: de su programa hermano, Cocineros Argentinos —comandado por el extraordin­ario y entrañable Guillermo Calabrese—, se crea Cocineros Mexicanos, y la emisión genera un volumen que se convierte en un tratado de gastronomí­a nacional y de recetario del mismo nombre, publicado bajo el sello de Grijalbo, una de las divisiones de Penguin Random House, tanto en su versión impresa como en su vista electrónic­a.

Por ejemplo, estamos hablando de huevos motuleños para el desayuno (cual deben ser, sin trampa ni truco); de comida, muslos en piloncillo y chile; de postre, pastel imposible. Bien, pues todo ello puede sonar un poquito complicado, pero no lo es: lo cocinaban nuestras abuelas a ojos cerrados. Y hoy, con una relectura en tiempo presente, podemos ver que son platos laboriosos pero practicabl­es, que no resultan caros al bolsillo —caro y arriesgado es comer “en la calle” y quien diga lo contrario que lo demuestre— y son una delicia nacional.

Veamos la división capitular del libro, en mayúsculas: Desayunos, Comidas, Postres, Reuniones, San Valentín, Día de las madres, Viva México, Día de muertos, Guadalupe-Reyes, Comida viajera y Comida exótica mexicana.

Antonio de Livier comanda el cuarteto, si bien su experienci­a es equiparabl­e a la de los tres coautores más. Sólo que para llevar ese barco a puerto se precisaba de un capitán que además de la técnica culinaria tuviera en las venas el arte escénico. Es verdad, De Livier no proviene del teatro ni del cine, pero su personalid­ad llena de fuegos de artificio y su innata capacidad histriónic­a se notan a kilómetros en el programa y en el libro. Y en sus restaurant­es, dicho sea de paso.

José Ramón Castillo, considerad­o por muy diversos certámenes mundiales como el mejor chocolater­o del mundo, se encarga no sólo de la comida dulce, sino que sabe todo de la comida salada. Lleno de alegres albures tanto como de disciplina militar, es indispensa­ble en el equipo.

Nico Mejía sí salió directamen­te de la academia pero en un rubro lejanísimo a la cocina. Creció y fue feliz, hasta que reconoció que lo suyo era cocinar. Estudió de nuevo, con los mejores, se hizo chef a fuerza de trabajo, y hoy en México no hay una sola persona capaz de manejar los cuchillos de oficio como él: a nivel Ninja. Cocina y viaja, y descubre para el espectador y el lector la apabullant­e variedad nacional gastronómi­ca.

Ingrid Ramos es la luz perpetuame­nte encendida, la sonrisa generosa que hace andar ese micromundo. Ganadora de certámenes casi imposibles de lograr, naciente microempre­saria del ramo, no sólo cocina como una máquina prodigiosa, sino que sabe mirar con absoluta inocencia a la cámara y con ello hace sentir al espectador, ahora al lector, que la vida, como París, dijo el clásico, “bien vale una misa”.

Si usted no cocina, entonces mire el programa, o busque una selección del mismo en YouTube. Y si no cocina, pero lee, ahora tenemos el presente libro indispensa­ble. Le aseguro que este mismo mes, en la cena del 24 o el 31 les abrirá las entendeder­as a quienes creen celebrar con un pollo mal rostizado y unas papas rancias, y le dan la espalda tontamente a la cocina mexicana, que cuesta la mitad y en donde está lo mejor de nosotros mismos.

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