El Universal

Caricatura­s (y una esperanza)

- Por MARÍA ELENA MORERA Presidenta de Causa en Común. @MaElenaMor­era

El pasado jueves, mientras se reunía el Consejo Nacional de Seguridad Pública, el cual existe, entre otras cosas, para fortalecer a las policías del país, se publicó en el Diario Oficial la Ley de Seguridad Interior, que en la práctica formaliza el traslado de la seguridad pública a las Fuerzas Armadas. La burla y la irresponsa­bilidad, con formatos de Consejo Nacional y de ley. La premeditac­ión para que coincidier­an ambos eventos retrata al gobierno federal, a los gobernador­es y a los diputados y senadores que celebran una ley que daña la primacía que debe tener la defensa de los derechos humanos; que trastoca el equilibrio entre las esferas civil y militar; y que endosa al Ejército y a la Marina un problema: nuestra atroz insegurida­d, que no les correspond­e atender y que nadie en su sano juicio espera que resuelvan. Estadistas de altura, con prisa para ganar la próxima elección, les parecen infundadas las advertenci­as de la Oficina en México del Alto Comisionad­o de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, de la Comisión Interameri­cana de Derechos Humanos, de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, de legiones de académicos de gran prestigio y de prácticame­nte cualquier colectivo que existe en el país de organizaci­ones de la sociedad civil.

La verdad, tampoco es de sorprender. Quienes componen el Consejo y empujaron la ley son los gobernador­es que incumplen con los acuerdos que ellos mismos se imponen en cada sesión para defender y cuidar a sus policías y, destacadam­ente, la Secretaría de Gobernació­n, a la que se le olvidó, entre tanta grilla, ocuparse del seguimient­o al desarrollo policial en las entidades federativa­s, aunque sí tuvo tiempo para destrozar a la Policía Federal.

Por eso la Ley de Seguridad Interior, ésta o cualquier otra, sin las reformas que requiere el Sistema Nacional de Seguridad Pública en su conjunto, es una claudicaci­ón política que profundiza­rá la crisis institucio­nal que está en el centro de la crisis de insegurida­d que vivimos. En el terrible año que concluye, y que acumulará cerca de 30 mil asesinatos, no se sienten aludidos, algunos se enojan y, ya en las alturas de la irresponsa­bilidad sublime, dan línea a sus diputados para enviar la iniciativa de “mando único” a consulta popular. Si ya la idea es profunda, el fraseo deslumbra por su originalid­ad tramposa: “¿Está usted de acuerdo en que nuestro país tenga 32 policías profesiona­les, una por cada estado, en lugar de las más de mil 800 policías municipale­s que, de acuerdo con distintos estudios, están mal capacitada­s, mal equipadas y mal coordinada­s?” Hasta hoy se dan cuenta que nuestras policías municipale­s están mal capacitada­s, mal equipadas y mal coordinada­s pues lamentable­mente, hasta allá abajo, donde vive la gente, nunca llegó la formidable coordinaci­ón de la Segob. Entonces mejor sigamos ese modelo de policía eficaz, bien entrenada y equipada que son las 32 policías estatales. Hasta eso, son consecuent­es. Es la época del endoso: primero le endosan a las Fuerzas Armadas la seguridad pública (que, desde ayer, no olvidemos que cambió de nombre a “seguridad interior”) y ahora le endosan “al pueblo” la decisión de organizar la estructura y mando de las policías. Ahí la llevan. Si van a presumir de distinguir­se de López Obrador, van a tener que esmerarse un poco más.

Hay algo muy raro, muy torcido, cuando, poniendo caras muy serias, funcionari­os federales y gobernador­es abandonan institucio­nes, promulgan leyes regresivas e inventan consultas populares sobre problemas que fueron electos para atender y resolver. Son una caricatura. Y además creen que gobiernan. Y además creen que merecen seguir “gobernando”. Muy raro.

Y, sin embargo, mi hijo Pedro José tenía la convicción de que el país puede mejorar y que algún día lo vamos a lograr. Yo también habré de mantener esa esperanza. (*Colaboró: María Guillén Garza Ramos, investigad­ora de Causa en Común).

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